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Encerrados con un millón de títulos

Juan Cruz

Se acabó el misterio. Ya se sabe de dónde demonios sacó Javier Marías el enigmático título de su última novela, Mañana en la batalla piensa en mí. Lo revelaron esta semana César Pérez Gracia, crítico del Heraldo de Aragón, y el equipo del programa La esfera, de la televisión valenciana, que contó en directo al escritor su descubrimiento. Marías dice en la dedicatoria de su novela que el título le había sido propuesto por su amiga Mercedes López Ballesteros, que a su vez se lo había oído a él una vez en Bakio, que al contrario de lo que algunos han creído leyendo la dedicatoria de Mañana en la batalla... no es un filósofo griego sino una hermosa playa de Bilbao. Pues Marías obtuvo semejante título del acto quinto, escena segunda, línea 34 del Ricardo III de William. Shakespeare, autor que ya fue fuente de otro título suyo, Corazón tan blanco.

Hoy que celebramos con el Día del Libro a Shakespeare y a Cervantes, el autor de ese hermosísimo título, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, podríamos proponer en esta columna un juego literario que podría dar mucho de sí cuando vengan tiempos más tranquilos: el de buscar los mejores, o los más sugerentes, títulos de la literatura española de todos los tiempos. El título es una casualidad o una aventura, según los casos: Marías ha envuelto el suyo en el misterio ahora desvelado porque debe ser consciente de que la intriga -y su obra es de intriga- empieza por el propio nombre de las cosas. Algunos se ganan sus títulos a pulso, o jugando al póquer, como Juan José Millás, que le ganó así El desorden de tu nombre a su colega Alejandro Gándara. Algunos asisten divertidos a la utilización estrambótica de su ocurrencia, como Juan Goytisolo, que ha visto hacer de todo con sus Señas de identidad.- una vez un juez de Valencia multó a un transeúnte por enseñar en la calle sus señas de identidad a una joven. Hay escritores, como Juan Marsé, que cuidan la sucesión de sus títulos como si escribieran con ellos el inicio de un libro nuevo: Encerrados con un solo juguete, Ultimas tardes con Teresa, Si te dicen que caí, Un día volveré... Hay títulos que han servido para muchísima gente: Camilo José Cela, el autor de aquel gran título, La familia de Pascual Duarte, recordó en el propio título de su Oficio de tinieblas -Oficio de tinieblas 5, exactamente- que otros cuatro autores, entre ellos Alfonso Sastre, habían usado ya ese mismo reclamo para sus obras. Félix de Azúaa quien se debe esta excelente contribución a la titulación contemporánea: Historia de un idiota contada por sí mismo- comparte con su amigo Fernando Savater este otro título verdaderamente memorable: El contenido de la felicidad.

Hay títulos que han signado ya lugares o conductas o incluso hechos que luego han sido descritos sobre todo en la prensa con esas metáforas literarias: Juegos de la edad tardía, de Luis Landero; El invierno en Lisboa, de Antonio Muñoz, Molina; Crónica de una muerte anunciada, de Gabriel Garcia Márquez; Hijos de la Ira, de Dámaso Alonso; El día en que llegué al café Gijón, de Umbral; Arde el mar, de Pere Gimferrer; La sombra del ciprés es alargada, de Miguel Delibes; La Habana para un infante difunto, de Guillermo Cabrera Infante; Cambio de piel, de Carlos Fuentes; Los gozos y las sombras, de Gonzalo Torrente Ballester; La ciudad de los prodigios, de Eduardo Mendoza...

En la profesión literaria se suele nombrar a Vicente Molina Foix, el autor de La comunión de los atletas, como uno de los grandes tituladores e incluso se afirma que es el asesor de muchos colegas suyos -Juan Benet, Félix de Azúa, el propio Marías, Juan García Hortelano...- en la difícil tarea de buscar emblemas para sus libros... Eso no está demostrado, porque además los escritores son luego muy celosos de la paternidad de su ocurrencia... Los poetas, por la significación más lírica de su trabajo, suelen permitirse licencias que luego se convierten en paradojas o en exabruptos legendarios, como La lentitud de los bueyes, de Julio Llamazares, cuya novela Escenas de cine mudo se empezará en seguida a utilizar para titular cualquier sucedido próximo; Primavera con una esquina rota, de Benedetti; Movimientos sin éxito, de Vázquez Montalbán; El ogro filantrópico, de Octavio Paz; El libro de arena, de Jorge Luis Borges...

En el juego caben todos los títulos, pero es probable que en esta competición por el título más bello, más excitante o más poderoso con que subrayamos esta fiesta que hoy conmemora el libro ninguno le gane en concisión y efectividad al que hizo célebre al premio Nadal y a Carmen Laforet: Nada.

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