A por el jefe
Resulta patético ver a diplomáticos, líderes occidentales y Políticos calcinados convertidos en mediadores lamentar la mala fe de las fuerzas serbias por atacar Gorazde después de prometer no hacerlo. ¿Que rayos esperaban? ¿Que abandonaran un asedio de veinte meses cuando estaban a punto de concluirlo con éxito? Sentirse sorprendidos e indignados por el hecho de que el líder serbio en Bosnia, Radovan Karadzic, no cumpliera un acuerdo es a estas alturas sencillamente ridículo. Este hombre no ha hecho sino mentir y matar en los últimos dos años. Con gran éxito. Lo primero le ha permitido continuar impunemente lo segundo.Pero convertir a Karadzic en el gran villano de la inmensa matanza de Bosnia es concederle un galardón que él aceptaría con gusto, pero que no le corresponde. Entre las muchas ficciones que la comunidad internacional ha pretendido creerse en estos tres años de guerra está la de que los serbios en Bosnia y Croacia actúan con independencia de Belgrado. Lo que en las páginas de este periódico aseguraba Goran Percevic, lugarteniente de Slobodan Milosevic en el Partido Socialista Serbio, sobre la no implicación de lo que llama República Federal de Yugoslavia (RFY) es, por decirlo suavemente, falso.
Serbia y Montenegro, a los que contra toda lógica aún se reconoce bajo el nombre de un Estado federal disuelto, quizá por el hecho de que se quedaron con todo el patrimonio de éste en el exterior y con todo el aparato militar, han armado, inspirado, coordinado y dirigido desde un principio y hasta ahora mismo esta guerra. Que los bosnios están siendo liquidados con bombas y balas que ellos contribuyeron a pagar es un hecho conocido. Basta ya de simular que no sabemos que al margen de pequeñas diferencias de criterio coyunturales y logradas escenificaciones de conflictos entre Belgrado, Pale y Knin, las órdenes capitales en esta gran operación de asalto territorial y creación de la Gran Serbia partieron y parten del despacho de Slobodan Milosevic.
Con razón se impusieron a Serbia y a Montenegro las sanciones. De allí procede hasta el último litro de gasoil para los carros- de combate que disparaban ayer contra el hospital de Gorazde y las granadas que mataron a los pacientes. Si la OTAN quiere seguir siendo una organización que infunda algún respeto a sus miembros y a los potenciales agresores de los mismos debería por tanto tomar alguna iniciativa que no se limite a destruir cuatro remolques serbios oxidados a costa de perder un carísimo avión Harrier. Tendría que bombardear seriamente las rutas de abastecimiento, los puentes sobre el Drina y centros estratégicos militares serbios en Bosnia y en la misma Serbia. Después imponer un ultimátum a Milosevic para que acepte unas negociaciones reales, no esas que proponen sus hombres y equivalen a la capitulación total de sus enemigos.
Occidente debería convencer a Rusia -ahora que hasta Moscú se siente engañada- sobre la necesidad de levantar el embargo de armas que niega a los bosnios el derecho a la autodefensa. Rusia tiene vínculos culturales y sentimentales con Serbia, pero dudo mucho que sacrifique unas fluidas relaciones con Occidente por apoyar a un aparato como el de Milosevic, del que Yeltsin sabe que celebraría con entusiasmo que Zhirinovski le derrocara en Moscú.
Regímenes que han llegado tan lejos en su desprecio y violación de las leyes y reglas mínimas de humanidad como el de Milosevic no pueden ser reciclados. Sus dirigentes se saben responsables de tanto daño a otros pueblos y al propio, que impedirían con toda la fuerza militar a su disposición cualquier tipo de transición. Deben ser derrocados o debilitados por una derrota militar hasta que su propia población los liquide y se pueda proceder a la desnazificación. El ceder ante ellos sólo incrementa sus apetitos. Puede que algún día Milosevic: y su matarife delegado Karadzic sean colgados por su propio pueblo. Pero para ello hay que impedir que puedan seguir presentándose ante éste y ante el mundo como triunfadores.
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