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Los ciudadanos y "los nuestros"

Quizá sea bueno para el nacionalismo vasco apelar al sentimiento como principio legitimador del orden político. Pero, si es así, lo que es bueno para el nacionalismo vasco no es bueno para los vascos. Tesis esta que se enfrenta a la pretensión tradicional de que sean los nacionalistas quienes definan la condición y el interés de los vascos. Lamentablemente, también desde fuera de Euskadi se ha caído en los últimos años en esa desorientación que conviene ya corregir.La nación definida por el sentimiento lleva directamente al enfrentamiento. Introduce la idea de "los nuestros" como algo que requiere necesariamente la de "ellos". Algo particularmente peligroso dentro de la ideología nacionalista, puesto que el nacionalismo se sostiene, precisamente, en la afirmación de un ámbito de convivencia -aquel al que llama nación- a costa de los otros ámbitos, que quedan difuminados. Pero si además el ámbito nacional de convivencia lo definen sólo algunos nacionales -"los nuestros"-, el nacionalismo, además de ser simplificador, mutila a la sociedad.

La diferencia entre "los nuestros" y "ellos" ha estado siempre presente en el nacionalismo vasco. El llamado espíritu de Arriaga, que llevó al PNV a una cierta autocrítica, cuando reconoció, en el teatro Arriaga, en 1988, que no podía identificarse el vasco con el nacionalista, supuso un progreso importante, pues distinguió entre el ciudadano y el nacionalista. Pero, a pesar de lo significativo de tal progreso, no eliminó las categorías de "los nuestros" y "ellos". Ocurría, además, que, al no poder sostener en rasgos nacionales objetivos la diferencia entre unos y otros -ni lengua, ni apellidos-, ésta tenía que sostenerse en la mera afirmación nacionalista. En una comunidad de ciudadanos formada por todos los vascos, es la condición política de abertzale a que da entrada al grupo de 'los nuestros". En la medida en que el concepto de ciudadanía cobra importancia, "los nuestros" pierden su condición excluyente, aunque el espíritu de Arriaga no evita que se consideren a sí mismos como una vanguardia en la conciencia nacional de los vascos. "Los nuestros", de todas formas, en una sociedad de ciudadanos, se rompen en dos grupos irreconciliables cuando uno de ellos acepta el Estado de derecho -que es el ámbito de la ciudadanía- y el otro lo niega, apelando a la violencia.

Las recientes manifestaciones, y no sólo la última, del presidente del PNV, sin ser contradictorias con las tesis anteriores, suponen una peligrosa vuelta a los orígenes. Acentúan la diferencia entre Ios nuestros" y "ellos"; ésta no sólo se basa en la función de vanguardia de los abertzales, que también les atribuye, sino que busca referencias objetivas -los de casa frente a los de fuera, la tradición e incluso un sustrato racial- y además afirma que la condición de abertzale se basa en un sentimiento. La vuelta a los orígenes tiene lugar negando o, por lo menos, disminuyendo la importancia del espíritu de Arriaga, esto es, dejando en segundo plano la idea de la ciudadanía común de todos los vascos. "Los nuestros" vuelven a ser, más que vanguardia, identidad que, al ser la depositaria de la legitimidad política, excluye a quien no acata tal jerarquía.

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La quiebra con ETA sigue siendo radical, y por eso no es correcto decir que Arzalluz haya justificado su violencia. Lo que ha hecho es deslegitimar el Estado constitucional, como titular del poder legítimo. En la búsqueda romántica de la ¡dentidad vasca, recupera la línea del tradicionalismo -el "abrazo de Vergara" fue una traición a los vascos- y divide también el mundo de los violentos entre abertzales y, por tanto, de "los nuestros" y "ellos", los revolucionarios no abertzales. Naturalmente que los primeros son duramente fustigados, porque con la violencia perjudican la causa; pero con los segundos no dialoga. En la sociedad vasca, todos, "nosotros" y "ellos", tienen derecho a vivir en Euskadi, pero los que no son "los nuestros" tienen la obligación de respetar la identidad vasca, que está conformada antes del cambio social y demográfico de la industrialización, y está definida por los abertzales.

Esta definición de lo vasco auténtico y la deslegitimación del Estado constitucional podrán ser coherentes con el pensamiento nacionalista, pero son desastrosas para el país. Impiden su construcción social y territorial. En primer lugar, porque la construcción social de Euskadi ha de hacerse sin referencias a pasados que definan la identidad de lo vasco; sino como un proyecto común, cultural e institucional, desde la democracia y la autonomía; en segundo lugar, porque la apelación sentimental a "los nuestros" destapa la caja de Pandora, pues cualquiera, y en cualquier territorio de Euskadi, puede tener su particular sentimiento de "nosotros".

No se trata, en este momento, de discutir sobre el derecho formal a pretender la independencia o a proponer el ejercicio de la autodeterminación. Entraríamos en la discusión, tantas veces repetida, sobre cómo se concreta el sujeto que se autodetermina; sobre si la regla constitucional-estatutaria no es un mejor ejercicio de autodeterminación que el plebiscitario; sobre si la convivencia política no exige la estabilidad. De lo que se trata ahora es de hacer ver que la legitimidad racional debe imponerse sobre la sentimental, precisamente porque es el interés de los vascos.

La sociedad política -esto es, la sociedad civil cuando se organiza como cuerpo político- presenta hoy el modelo de convivencia oportuno para integrar a la sociedad vasca: el Estado constitucional-estatutario. No es la nación, y menos entendida como sentimiento, el referente básico de legitimidad, sino la ciudadanía. Y la ciudadanía es la condición que permite abolir, entre los vascos, las ideas de "Ios nuestros" y de "ellos". Ésta es la opción de racionalidad pragmática, pues es la que resuelve los problemas sociales y territoriales de convivencia. Pero es también la opción de racionalidad ética, pues el Estado constitucional-autonómico se construye sobre los derechos de las personas y la organización democrática y autonómica del poder: sobre el individuo y no sobre esencias colectivas.

es consejero de Justicia del Gobierno vasco.

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