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El honor de UGT

Enrique Gil Calvo

De vuelta a casa, cuando regresas más añorante de tus rutinas que santificado por la vacación, te encuentras de nuevo con la corrupción como humillante bofetada: y ahora es el antiguo gobernador del Banco de España quien ocupa el centro de todas las sospechas. ¿Es esto Italia? Luego te llama una periodista para preguntarte si aquí sería posibLe un BerluscoNi, y a tientas le contestas que no: que desaparecido Mario Conde (tocad madera), se acabó la rabia (pues aún nos queda la derecha política como alternativa democrática por estrenar). Pero después relacionas ambas cosas y constatas que esto sí parece Italia (aunque aquí no haya habido suicidios todavía), al ver a los antiguos presidentes tanto del Banco Público como del que fue primer banco privado simultáneamente investigados por el fiscal. Y esta vergüenza cívica te amarga el regreso a casa, pero sin impedirte trabajar, pues al fin y al cabo es su problema, y tú tienes la propia conciencia en regla. Hasta que caes en la cuenta de que sí que es tu problema: nuestro problema. Y no por Mario Conde, que sólo representaba intereses privados que pueden dilapidarse sin que pase nada, sino por Mariano Rubio, que encarnaba la institución pública sobre la que descansa la confianza en nuestra continuidad económica. Y esto es grave, pues las instituciones públicas deben ser intocables (incorruptibles), so pena de que el civismo se disuelva. Cabe recordar aquí la obra de Anouilh, Becket o el honor de Dios: la dignidad de una institución es responsabilidad de quien la encarna, pues su condena acarrea la pedición de aquélla.Pero la estabilidad de nuestra economía no sólo depende de la fe en su autoridad monetaria (del crédito que nos merezca) sino también de otras instituciones públicas no menos necesarias para su continuidad futura. Pues bien, el sindicalismo (una de cuyas centrales acaba de renovarse este mismo fin de semana mediante su 36º congreso) es otra de esas instituciones esenciales que constituyen la condición necesaria para que funcione la economía nacional (pues debe vertebrar el mercado de trabajo y organizar la defensa a largo plazo de los intereses de los asalariados y sus familias). Y el balance que cabe deducir de los últimos años del sindicalismo español no es ciertamente satisfactorio, como en diversas ocasiones he señalado al apuntar algunas consecuencias contraproducentes de su acción. Por eso parece tan estimulante este congreso de UGT, en la medida en que sirva de ocasión para impulsar la regeneración del sindicalismo español. En este sentido, hay un rasgo muy esperanzador, y es el de que se camine tan decididamente hacia la unión sindical con CCOO (que ojalá llegue a evitar el enfrentamiento electoral entre ambas centrales, que las empuja a extremar descabelladamente su maximalismo reivindicativo). Aunque quedan cuando menos dos asignaturas pendientes (habría otras, destacando su baja afiliación y la tolerancia con la acción ilegal de los piquetes): su política salarial (pues empleo caro es empleo escaso, lo que no se puede permitir España, con la tasa de ocupación más baja de Europa), y su política de protección social: como reveló el socialismo real, sólo se pueden universalizar los derechos sociales mediante una estricta contención salarial. O salarios o pensiones: he ahí el dilema.

Mas la función pública de los sindicatos no se limita al ámbito económico sino que lo desborda con creces, afectando a toa la cosa pública: el sindicalismo, desde que comenzó la revolución industrial-capitalista, es el núcleo generador de la izquierda política. Como es notorio, hoy la izquierda ha perdido el norte, y hasta las señas de identidad, en toda Europa, aunque conserve restos locales (por ejemplo, aquí hasta ahora) de convocatoria electoral. Pues bien, la única esperanza de futura regeneración política de la izquierda debe proceder de su misma raíz institucional, que es el movimiento sindical. Pero ¿serán capaces los nuevos líderes sindicales de cumplir con tanta responsabilidad, renunciando a sus intereses de parte para hacerse dignos de asumir (como Becket con Dios) el honor de la institución sindical?

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