Vamos a montar una polémica
Este artículo podría haberse titulado de cualquier otra forma, porque se trata de filosofía, pero, ¿cómo podríamos llamar a un texto sobre tan aburrido argumento sin correr el riesgo de que el lector prefiera pasar, inmediatamente, a las otras informaciones, sin duda más enjundiosas, que aparezcan en esta misma página? ¿Y qué podría interesar, en el mundo de estos días, que no sea una polémica bien montada? Así que hay que simular que aquí va a haber sangre, sudor, lágrimas, o cualquier otra sudoración personal o colectiva.Por otra parte, el título es un simple deseo sin porvenir alguno, porque ¿cómo vamos a esperar que se polemice en este país sobre cuestión tan baladí como que la filosofía desaparece de las materias propias de la selectividad? Es un asunto culturalmente muy importante, pero eso no interesa a nadie: eso es más bien una pesadez. Al menos debe ser así hasta este mismo instante porque la noticia fue publicada en este mismo periódico nada menos que el 3 de marzo de este año, un martes probablemente sacudido en el mundo por muchos otros asuntos que sí merecían controversia, polémica, sangre, sudor y lágrimas.
Parece que las conciencias ante este tipo de disparates de la Administración educativa en contra de la antigua solidez de la cultura se han adormecido definitivamente, porque cuando hace años intentaron limar nada menos que la literatura de los planes de estudio no se llegó a fraguar la barbaridad, este nuevo hachazo a las humanidades: hubo un artículo de Antonio Muñoz Molina que alertó sobre el particular y el revuelo hizo que las cosas de Cervantes volvieran a sus antiguos cauces. Esta vez nadie ha dicho nada (aunque sé que anteayer hubo una reunión de filósofos en el Instituto de Filosofía, en Madrid, que puede constituir el embrión para que se monte la polémica ante este dislate), y ha extrañado, de veras, ese silencio público porque el asunto es grave, o al menos tiene todos los símbolos de lo grave.
Y no pasa sólo aquí: el Colegio Internacional de Filosofía de Francia va a ser desalojado de su sede de la calle Descartes, precisamente, porque la suya es considerada una actividad estéril y gratuita. Las humanidades, el cultivo de la literatura y de la filosofía, no son de los institutos o de las universidades, sino que son de la cultura de todo el mundo, pero no importan nada. Importa el ruido.
No importa ni la guerra. La nuestra claro que tampoco, porque además lo que se pretende, como decía Andrés Trapiello bautizando su libro sobre "las armas y las letras", todos seguimos esperando a que la sangre pasada no mueva molino. Y no debe importar mucho la guerra, ni la nuestra ni las otras, porque el otro día la institución Passages que dirige Nicole Muchnick organizó en el Círculo de Bellas Artes de Madrid unos debates intensos e interesantes sobre lo que pasa en Yugoslavia y ni cuando apareció la ministra de Cultura a expresar su solidaridad ante hechos como éste había en la sala más de 40 personas.
¿A dónde se ha ido toda la gente que antes acudía a decir no o a ver cómo otras pedían que se dijera no? Y no era un panel poco atrayente el que se congregó, porque allí estaban, además de notables escritores que fueron yugoslavos y que vinieron desde los sitios más diversos de Europa a contarnos qué les pasa, autores de tanto tirón, por la seriedad de su compromiso y la calidad de su escritura, como el ya señalado Antonio Muñoz Molina, José Saramago y Manuel Vázquez Montalbán, entre otros. En Madrid siempre se dice que estas cosas pasan porque tales actividades se hacen en viernes, por ejemplo, pero ya saben ustedes que eso es mentira: que antes -ese adverbio de tiempo que José Hierro convirtió en poesía- había gente para todo y a todas horas, y ahora estamos apresurados con otras cosas.
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