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FALLAS DE VALENCIA

Menudo tinglado

Llegan las figuras y vuelve el tinglado. No el de la antigua farsa, que ese irradiaba grandeza; el del chanchullo moderno, ordinario y mendaz. Un tinglado especioso donde la corruptela tiene su acomodo. Un tinglado en el que caben todas las componendas, el tráfico de influencias, la corrupción, incluso la estupidez supina, para que se dé franquía a lo que finalmente salió.¿Y quién autorizó semejante novillada? ¿Quién esos animalitos primero y tercero que habrían valido para la becerrada del gremio de zapateros? Y ¿por qué lo autorizó? ¿Qué presiones, que intereses, qué tráfico de influencias se mueven por los entrebastidores de la fiesta?

Abrían el portón del chiquero, aparecían los toros aquellos que daba vergüenza verlos y la afición consciente -que es además sentida- se echaba las manos a la cabeza. Algún pito, alguna lejana voz de protesta pudieron oirse por las alturas del graderío, pero apenas se apreció. Porque el triunfalismo del público ahogaba cualquier manifestación adversa con sus olés estruendosos. Este es el argumento que suelen utilizar los pandilleros del tinglado: al público, si bien se mira, el toro no le interesa absolutamente para nada. Mas en parte alguna está escrito que la indiferencia de un público ferial pueda justificar el fraude.

Sepúlveda / Manzanares, Ponce, Carrión

Toros de Sepúlveda, sin trapío, mayoría anovillados; 1º y 3º impresentables e inválidos; encastados.José Mari Manzanares: pinchazo y otro hondo atravesado (silencio); pinchazo junto al brazuelo, otro hondo descaradamente bajo -aviso con retraso- y dobla el toro (petición y vuelta). Enrique Ponce: aviso con retraso antes de matar, pinchazo, otro hondo y descabello (ovación y salida al tercio); estocada caída (oreja). Manolo Carrión, que tomó la alternativa: cuatro pinchazos y media (ovación y salida al tercio); estocada corta caída tirando la muleta (oreja). Plaza de Valencia, 16 de marzo. Sexta corrida de Fallas. Lleno.

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Si el toro le traía sin cuidado, el toreo aún le importaba menos a ese público que abarrotó el coso. Su valencianía quería imponer el triunfo de los toreros de la tierra a toda costa, y lo consiguió. El torero que ensayaban no valía un duro, pero sus paisanos lo celebraron como si hubiesen resucitado Lagartijo y Frascuelo para recrear la tauromaquia.

Ninguno de los tres espadas se parecía a Lagartijo y Frascuelo o la compaña, obviamente, sino más bien a Pelé y Mele, y consecuentes con su sensibilidad artística, se pusieron a pegar pases. Enrique Ponce estuvo 11 minutos de reloj pegándoselos al animalito inocente que soltaron en tercer lugar. El torín se caía despanzurrado, habían de levantarlo esforzadamente los banderilleros, y Ponce reemprendía el pegapasismo sin ningún rubor. Al quinto, que, exhibió casta, le pegó otra porción de pases rapidísimos, sin gusto ni ligazón.

Los pases que Manzanares le pegó al segundo toro fueron precipitados, e inconexos los del cuarto, en el transcurso de una zarabanda que desarrolló por todo el redondel. Lo circundó entero pegando gritos, crispado y sudoroso, aprovechando los viajes para robar los muletazos Manolo Carrión, en cambio hizo un toreo más sereno, aunque su arte limitado no le permitió aprovechar sendos toros de gran nobleza. Lo cual no importó, naturalmente: tuvo también su orejita y, de paso, los pícaros que habían montado el tinglado hicieron su agosto.

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