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Estados Unidos vuelve a creer en sí mismo

Los ciudadanos norteamericanos sienten que vuelven a pisar con renovada fuerza en el mundo

Antonio Caño

Los norteamericanos estaban sumidos, hace sólo un par de años, en la profunda depresión que les creó la idea de que el dominio mundial de Estados Unidos estaba en crisis. Pero tal idea empieza a evaporarse como un mal sueño, y lo que surge es un nuevo optimismo nacional, todavía prudente y moderado, pero apreciable al mismo ritmo en el que crece el poder económico estadounidense y se debilitan los rivales, Europa y Japón. Estados Unidos enfila el siglo XXI con aires de invencible superpotencia mundial.¡Para qué añorar a Ronald Reagan! Los expertos predicen que los noventa serán incluso mejores que los ochenta. Este nuevo clima se refleja en todos los ambientes. Las tiendas se llenan de consumidores, la venta de viviendas ha alcanzado niveles récord, las empresas aumentan su producción. Se han creado dos millones de puestos de trabajo en un año. Las historias de la depresión dejan de ocupar las primeras páginas de los periódicos, que ahora están dedicadas a relatar las nuevas conquistas económicas. El country, la música más genuinamente norteamericana, resurge entre los jóvenes.

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Lo norteamericano vuelve a estar de moda. Vuelven a creer en sí mismos. Se están perdiendo los complejos y temores que caracterizaron la época de George Bush. Los coches made in USA recuperan drásticamente el terreno perdido con los japoneses. La admiración por el modelo europeo de sociedad del bienestar, apreciable al final de la década pasada y durante la última campaña electoral, ha desaparecido del lenguaje político actual. Mercedes y BMW instalan nuevas plantas en Estados Unidos para probar que éste sigue siendo el mejor mercado.

El dólar débil de los últimos años ha permitido que Estados Unidos aumentara sus exportaciones desde 1985 en un 9%, más que Europa y Japón. Aunque parezca mentira, el número de computadoras por cada 100 trabajadores en la industria norteamericana es cuatro veces superior al de Japón.

Estados Unidos gana también claramente a europeos y japoneses, según datos recogidos por el diario The New York Times, en productividad de su fuerza laboral y en el coste de su producción de bienes y servicios. De acuerdo a esos datos, Estados Unidos fabrica más coches en menos tiempo que sus rivales, produce más acero, y ahora, también más microprocesadores (chips).

Esto, por no acudir a las espectaculares cifras de crecimiento de 1993: un 7,9% en el último trimestre, para dar lugar a un aumento del PIB del 3% en un año en el que ni las economías de Japón ni las de Alemania crecieron. Japón aventaja todavía a Estados Unidos en su porcentaje de inflación -por cierto, también bajo aquí-, pero nadie supera la cifra de 18 millones de puestos de trabajo creados en una década.

"Era absurdo pensar que habíamos dejado de ser competitivos. Hemos visto una recesión muy larga, pero poco profunda. Hemos tardado tres años en recuperarnos, después de varias salidas en falso, pero ahora hemos vuelto a emprender el buen camino", afirma Charles Schultze, director del Comité de Consejeros Económicos del presidente Jimmy Carter.

El nuevo optimismo tiene también sus manifestaciones en la política. Estados Unidos parece haberle perdido el miedo a Japón, y se atreve a desafiar a ese otro coloso a una guerra comercial. Los norteamericanos miran hacia afuera y salen con ventaja a la conquista de los nuevos mercados asiáticos y latinoamericanos. Hasta la recuperación de los gestos duros respecto a Rusia trae a la mente viejos reflejos de arrogante superpotencia.

En este boyante escenario, el presidente Bill Clinton puede capitalizar sólo una parte del mérito. En primer lugar, porque el propio Clinton se debe dar cuenta ahora de que no tomó las riendas de un barco a la deriva sino de un transatlántico repleto de combustible. Pero, además, porque los norteamericanos no ven al presidente como el patrón de su nave. Si las cosas van mal, las quejas se dirigen hacia la Casa Blanca. Pero si van bien, no se le agradece al presidente; se le ignora.

En todo caso, varias opiniones coinciden en que la bonanza es demasiado reciente como para lanzar ya las campanas al vuelo. "La gente fue antes demasiado pesimista, pero quizá ahora seamos demasiado optimistas. Nuestro ciclo de negocios a corto plazo va mejorando, pero a largo plazo tenemos dos problemas graves: la productividad no está aumentando lo suficientemente rápido, y la mitad inferior de la población activa sigue sin mejorar sus condiciones de vida", advierte Schultze.

"Podemos sentirnos optimistas, pero con un optimismo templado", opina el profesor de Economía Robert Blecker. "Los beneficios de la recuperación aún no los comparten todos. La Bolsa está experimentando una época muy próspera, el mercado de bonos está creciendo, las grandes firmas se han vuelto más competitivas, pero ¿qué quiere decir todo esto para el trabajador? Las cosas van muy bien para la gente que se encuentra en la cima de la sociedad norteamericana, pero la clase medía y baja todavía siente la recesión".

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