Pendiente deslizante
Me atrevo a pronosticar que no tardaremos en verlo aparecer de nuevo. Quizá ya lo ha hecho. La cuestión de la eutanasia es uno de sus platos favoritos. Me refiero al argumento de la pendiente deslizante. Ramón Sampedro, un cuerpo definitivamente inerte unido a una cabeza sitiada por "dolor, angustia y ansiedad", ha solicitado con plena conciencia que le ayuden a morir. Por más que la retorzamos la ley vigente no lo permite, y tal como va el proyecto de Código Penal, tampoco lo hará; es un supuesto claro de eutanasia activa. Alguien cuestionará las leyes, y entonces aparecerá el argumento de los efectos deslizantes. Consentir en ello nos situará en un despeñadero: "Si aceptamos hacerlo con Ramón, acabaremos matando a cualquier enfermo". Se llegará incluso a presagios más delirantes: "Empezaremos con Ramón y terminaremos en Auschwitz".No me sorprende que una argumentación tan débil se pavonee tranquilamente en las discusiones cotidianas. Incluso entiendo que sea pieza favorita para esos demagogos de "la vida" que están tan de moda. Lo que me alarma es que sea usada a veces seriamente en el debate público y, sobre todo, que en ciertos supuestos, como el presente, no se advierta las dosis de inmoralidad que es capaz de ocultar. El argumento puede diseccionarse así: dadas las características del caso de Ramón Sampedro, sería quizá moralmente lícito ayudarle a morir, pero al hacerlo resbalaremos hacia la justificación de situaciones éticamente repugnantes. Aquéllos que no estén dispuestos a conceder lo primero, es decir, la licitud moral de la ayuda, no necesitan apelar a este argumento, pero tienen que decirnos cómo encaja en su código moral ignorar la autonomía personal de ese ser humano y permanecer impasibles ante su sufrimiento, pudiendo evitarlo, porque ambas cosas violan exigencias éticas decisivas. Pero los que justifiquen semejante quiebra de la moralidad apelando al peligro de aposentarse en ese presunto plano deslizante no sólo tienen que aportar evidencias de que esos efectos desastrosos se van a producir, tienen también que mostramos el itinerario que va desde nuestro caso al futuro mundo del horror. Tienen que dar pruebas de que el sufrimiento de Ramón Sampedro es lo que se interpone entre nosotros y el mal. Pero ni esas evidencias están disponibles, ni puede ser dibujado semejante itinerario, ni hay tales pruebas. Por tanto, el efecto deslizante es, en realidad, una predicción arbitraria. En rigor, ni siquiera se trata de una predicción, sino de una correlación caprichosa de un suceso que vemos con un incierto porvenir que no podemos ver; es decir, se trata de un simple augurio. El potente argumento resulta así no ser argumento alguno. Es sólo el viejo ejercicio de agitar el espantajo tenebroso del mal para amedrentar los corazones en beneficio del propio dogma. Pero si es así, los augures están violando otro principio moral ineludible: están utilizando a ese hombre como un instrumento, como un puro medio para fortalecer sus convicciones en la sociedad. Cualquiera que sea la naturaleza de esas convicciones, esa vida ha dejado ya de ser un fin en sí misma. Sus más tenaces defensores están haciendo uso de ella.
Como vamos a escuchar estos días argumentos del tipo pendiente deslizante, no estará de más que recordemos que a cada uno de ellos puede oponerse otro que impulse nuestra fantasía por un resbaladero opuesto. Yo propongo que pensemos en éste: si ignoramos la elección consciente y lúcida de una persona, asistimos impávidos a un sufrimiento humano que podemos evitar con nuestra acción y utilizamos la vida de un hombre como un puro medio, ¿dónde acabaremos?
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