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Reportaje:

En el corazón del temporal

Manuel Rivas

Sabina salió andando hacia las tierras del interior con mucha barriga, un cesto de pescado en la cabeza y el cuerno de caracola que avisaba de su paso. Había veces en que llegaba a Zas o Santa Comba, a unos 20 kilómetros, y cambiaba percebes por patatas. Aquel día volvió con un hijo en el cesto. El niño que tuvo por primera cuna los mimbres plateados por las escamas, Lolo, es uno de los 300 pescadores de Laxe, en la Costa da Morte, abatida desde octubre por un temporal interminable. Esta temporada, los pescadores han visto llover "robles y flores". Días de baja de mar desfeita, cuando todo se rompe en añicos. A lo largo de la costa gallega, una media de 50 jornadas sin poder faenar. Sin meter ferro (hierro, dinero) en casa."¿Cómo les va con tanto temporal?"

El escribano sabe que ha hecho una pregunta estúpida. El hombre que tiene enfrente le mira con la ironía destinada a los pollos señoritos.

"¿Sabes de qué color es la mierda de la gaviota cuando no pesca? Blanca. Eso es lo que pasa cuando hay temporal, que cagas blanco".

Por ahí viene Manuel Villar, de 31 años, patrón de A Marisqueira. Fueron 14 hermanos y sobrevivieron siete. Los cuatro varones son la tripulación del barco. En vísperas de Navidad estuvieron 15 días sin poder salir. Y por Reyes, otro paréntesis de nueve días. La merluza estaba ahí fuera, en los caladeros de A Beira o en el profundísimo Cantil. En esta pesca de bajura, del día a día, ser patrón tiene que ver con el dedo de Dios. Hay que saber gobernar. Hay que tomar decisiones frente al temporal como un comandante en la batalla. Hubo días que arriesgó y salió bien. La merluza entra este año voraz tras los bancos de chincho, jurel o sardina. La merluza tiene un buche enorme. Corre con ansia tras la camada por los campos del mar. A veces, algo inesperado frena la carrera. La malla la sujeta como a un ahorcado por las agallas. Había merluza ahí fuera, entre el peligro, como un fruto bíblico.

El verbo más usado por la gente de Laxe, que habla en gallego seseante, es el de safarse (zafarse). Hay que safarse en el mar, hay que safarse en el mundo. Con o sin temporal, hay que safarse, meu home. Cuando no hay pescado en ningún lado, lo hay, por poco que sea, en Laxe. El significado de safarse es para ellos inequívoco: hay que salir adelante.

Salir adelante tiene que ver a veces con una distancia de milímetros que separan la vida de la muerte. Por ejemplo, los que separaron el 10 de febrero la quilla de A Caprichosa de un abismo. Algunos hombres lo vieron desde el alto de Insua, que domina la entrada de la ría. Las olas pasaban como cabalgaduras alocadas por encima del dique de abrigo. Nadie había salido al mar en Galicia. Nadie, excepto los cacharulos.Así que los pescadores que estaban en tierra observaron sobrecogidos cómo una montaña surgía del mar. La perspectiva desde A Caprichosa era distinta. El mar, inmisericorde, se disponía a ocupar el lugar del cielo. Evaristo, uno de los legendarios cacharulos, patrón mayor de la cofradía y al mando de A Caprichosa, mantuvo la cabeza fría. Por enésima vez en la vida, había que safarse. Su verdadera escuela fue una pequeña barca de seis metros, Los Diez Hermanos. Y eso eran, el padre y sus 10 hijos, arriésgandose en el duro caladero de Saraiba. Hoy, tienen los mejores barcos de Laxe, construidos en madera noble: José Alberto, O Panchito, O Cacharulo y A Caprichosa. Los niños que se protegían con sacos de esparto de los "robles y flores" que descargaba el cielo son ahora gente de pecho bravo, los más valerosos de la costa. Lo que hizo Evaristo fue moderar la marcha, esperar el alud del mar y, en el último momento, arrancar con fuerza para no clavarse en el abismo. Así se zafó, con la montaña de espuma en los talones.

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Hay dos enfermedades profesionales que tienen que ver con el trabajo del mar en Laxe. Una no se ve. Es el estrés de la rosa de los vientos. El estrés suele asociarse a los ejecutivos y a la vida urbana. Pero hay un estrés del temporal que carcome por dentro y abre úlceras como hace el salitre con el metal. Amparo Lueiro, de 34 años, doctora en la Casa del Mar, cuenta que un persistente noreste puede cambiar el humor de Laxe, como si lo azotase una peste depresiva. Aumentan los pacientes. Van por una receta y acaban olvidándola. Lo que buscan muchas veces es hablar, descargar la ansiedad, salir del círculo maldito de las horas del insomnio. Sobre todo, las mujeres. El hombre puede salir al mar y batirse con él. Tiene que estar muy enfermo un pescador para atarlo a la cama. "Si les hablas de baja", explica Amparo, "te miran extrañados: ¿yo, de baja? ¡Ni hablar! Es gente de una resistencia increíble. A veces, para no perder de salir al mar, mandan a la mujer a la consulta y ella cuenta los problemas de salud del marido para que le des un remedio. Puedes verlos muy mal, pero cuando se embarcan es como si le dieran a un interruptor. Luego, claro, se resienten".

No hay horarios en Laxe. Los pescadores hablan con sorna de los burócratas. Aquí los quisieran ver a todos, teniendo que safarse con el temporal, pagando las cuotas de la Seguridad Social se pesque o no. Para la mujer, el día tiene 48 horas. Ella administra todas las incertidumbres. Cría los hijos, prepara las comidas, repara los aparejos, organiza la venta del pescado. Y sufre, desde el muelle o pegada al chivato de la radio, el temporal. Ahí está, por ejemplo, María Teresa, de 45 años, la mujer de Manel, el patrón del José Alberto. Bajó a las 8.30 al muelle para coser las redes. Al mediodía, se fue a preparar la comida. Luego, volvió al puerto hasta las nueve de la noche. Tuvo tres partos, con el hombre en el mar. Los hombres dicen que si la mujer dobla, toda la casa zozobra. Ellas tienen una especial consideración con el trabajo en el mar. El hombre es mimado. Es protegido. Es un héroe en un mundo donde no está bien visto exteriorizar las quejas. as chicas deben valerse pronto por mismas. Los mozos permanecen ajo el ala de la madre. A la consulta de Amparo ha ido un joven pescador que no quiere ponerse puntos, en una brecha abierta en la frente en accidente de trabajo. Dice que no es nada. Al poco, vuelve dócil del brazo de la madre. En el mar, bravos; en casa, niños. Hasta que se casan.

El estrés del temporal roe por dentro y abre úlceras. Hay otra dolencia visible, que tiene toda la fuerza de las metáforas definitivas. Casi todos los pescadores tienen una erosión en las muñecas una herida que la circunda, que difícilmente cicatriza y que en ocasiones se infecta. Está causada por la continua rozadura de los puños de la ropa empapados en salitre. Parecen marcas del destino. Es como si los hombres acabasen de soltarse de las esposas del temporal.

En la Costa da Morte la vida es una sucesión de ghulepes (sustos). Hay que safarse. Y hay que ser envidioso. La envidia del mar no tiene la connotación negativa de pecado. "Si no eres envidioso", dice Manuel Villar, como si hubiera estudiado la psicología de los hombres y los peces, "no vas a ningún lado en el mar". La condición contraria es ser indiferente o, peor, perezoso. Sin orgullo no se sobrevive. "La envidia en el mar es todo", insiste Manuel. "Nos ayudamos si hay un accidente, cuando muere alguien, el luto es de todos. Pero luego, cada uno tiene que safarse. Si veo que otro trae 20 cajas de merluza y yo nada, al día siguiente tengo que traer esas cajas, faenar día y noche, pero no volver con las manos vacías".

El temporal se asocia con las desgracias. Se recuerda el día en que una ola le llevó el hijo a Pepe de Basilisa. Se llevó todo, al hijo, los aparejos, la pesca. Sólo le dejó a él en la barca, llorando de rabia mientras caían "robles y flores" del cielo. Y, sobre todo, la tragedia del Nuevo Nautilus, hace cuatro años, con cinco pescadores de Laxe llevados por la noche marina. Sólo apareció un cuerpo. "Con todo", dice Antón Carracedo, de 39 años, "puede decirse que Laxe es un puerto con suerte".

El estudio de la estrategia de la envidia trae recuerdos gratos. Las grandes mareas. Los milagros. Como el que vivió Victoriano Devesa, de 60 años. Fue el primero en ir al caladero de Cantil, con un motor que le había comprado fiado al Mataperros de Noia. Una vez lo tirotearon los franceses, pero él no se amilanó. Así que cuando Victoriano estaba empeñado, un día de 1964, las redes levantaron 10.000 kilos de lubina. Una fortuna. El café restaurante que ahora tiene Victoriano lleva el nombre de aquel barco milagroso, A Nova Sardiñeira.

La pesca del calamar, por septiembre y octubre, es como una amable fiesta, en comparación con otras artes y con la rudeza de esta estación. El calamar es un maniático. La gente se contagia. Quien más y quien menos es supersticioso. Hay pescadores que cuelgan ristras de ajos y cuernos de vaca en el barco. Pero los del calamar, ésos son un caso. Antón Carracedo los pesca con música. Ha probado con todos los estilos. Pero los calamares sólo pican cuando les pone a Pucho Boedo y su balada Mi tierra gallega.

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