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Tribuna
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La patena

Julio Llamazares

La recensión en este mismo periódico, hace ahora un par de años, de los relatos de algunos de los viajeros que pasaron por Madrid en épocas ya lejanas me provocó la reprobación de un montón de enfurecidos madrileños atacados de repente de un patriotismo tan grande como la amnesia de su pasado y la ceguera de su presente. Por vez primera vi reflejada la existencia de un nacionalismo madrileño que hasta entonces suponía limitado únicamente a la imaginación de Joaquín Leguina y de algunos castizos marfileños.Los relatos se referían al lamentable estado en el que durante siglos Madrid acogió a sus visitantes. Gente como Richard Ford, Davillier, Casanova, incluso el propio Trotski, quien pasó por Madrid camino de México, la definieron como la más sucia y hedionda de todas las ciudades que habían visto hasta entonces y en todos sus diarios se repiten las descripciones del mal olor que invadía sus calles y el asombro ante determinadas costumbres, como la de tirar las bacinillas por la ventana al grito de "¡agua va!", que seguían teniendo, aun después de las obras de Carlos III, la mayoría de los madrileños. Lo que hizo que durante siglos a Madrid se la conociera en Europa como la "capital de la mierda".

Ahora leo en el periódico que en 1993 Madrid ha revalidado ese viejo título por quinto año consecutivo pese a la competencia de ciudades como Atenas. Según un informe de la Tidy Britain Group, una fundación británica dedicada al estudio del medio ambiente, Madrid sigue siendo la ciudad más sucia de Europa, empatada a 45 puntos con la capital griega.

El informe se realizó en cuatro áreas concretas: un kilómetro cuadrado en torno al edificio de las Cortes, la Puerta del Sol, la plaza Mayor y la estación de Atocha, y detectó hasta seis, tipos distintos de mierda: los excrementos de los perros, los panfletos, publicitarios, las colillas y los papeles, las pintadas, el vandalismo en el mobiliario urbano y la congestión constante de los contenedores y de las papeleras.

Y eso que sólo miraron las calles. Afortunadamente, el informe no dice nada de los bares y los solares del centro.

Enseguida, el concejal de turno ha salido al paso de dicho informe, diciendo que Madrid está como una patena y que aquél no es más que otro ejemplo de la envidia que desde siempre nos han tenido los ingleses. No sé; pero, o yo soy poco nacionalista o el señor concejal es ciego.

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