Historia y nación en España
Un joven historiador gallego, X. Núñez Seixas, publicó el año pasado unos Historigraphical approaches to nationalism in Spain merecedores de alguna atención. Más allá de los aspectos criticables y de las cualidades de un trabajo que no se trata ahora de juzgar, me interesa destacar la confirmación que hallará el lector en sus páginas respecto a la pobreza de los estudios sobre el nacionalismo español en su conjunto en contraste con el satisfactorio conocimiento que tenemos hoy de los casos vasco, catalán y gallego.No es demasiado arriesgado señalar las causas básicas de esta situación. El compromiso de una historiografía militante o simpatizante en relación a los nacionalismos periféricos corrió en paralelo, desde los años sesenta, al muy extendido deseo de propiciar unas profundas transformaciones de la vida política española a través de la movilización de la historia. Como aquella casta adolescente experta en el sex in the head a la que se refería en alguna ocasión A. Burgess, fueron muchos los jóvenes historiadores marxistas que, en colaboración o en íntima comunión con las posiciones nacionalistas de signo periférico, practicaron todas las fantasías propias de la concupiscencia revolucionaria triturando una y otra vez el Estado y la nación de los españoles vistos como dominio reservado de la dictadura de Franco.
- Quienes observan hoy algunos de los estudios, de esos años sobre nuestro siglo XIX y el primer tercio del XX no pueden menos de preguntarse por el desconcertante espectáculo, a la luz de aquellos faros, de una España actual que, en medio de sus problemas, se ajusta a los patrones culturales, sociales, económicos y políticos del mundo desarrollado. Tanta revolución burguesa fracasada, semejante incapacidad colectiva para las formas políticas liberales, tamaña incompatibilidad con las pautas de una sociedad capitalista de corte moderno, hubieran hecho esperar un futuro distinto del que el rumbo de las cosas nos ha deparado. Al fin, una España marroquizada, bajo la guía de algún caudillo posfranquista, hubiera sido colofón más adecuado que nuestra prosaica presente realidad liberal-democrática a tanta singular perspicacia y tanto despliegue cientificista como el desarrollado por un pelotón de historiadores que hizo de su disgusto con las insuficiencias de la democracia formal y de sus esperanzas en la futura democracia "socialista" una de sus más sentidas banderas.
Para fortuna de todos, las cosas han cambiado notablemente en los últimos años en la historia española y en el conjunto de nuestras ciencias sociales. Pero quizás el estudio del nacionalismo español de signo global y algunos temas íntimamente relacionados con él (los procesos de state-making y nation-building en España, la entidad y calado de nuestro Estado a lo largo de los últimos siglos, la intensidad y transformaciones de la conciencia nacional española) siguen siendo cuestiones mal estudiadas y abiertas al influjo de viejos y nuevos arbitrismos de diferente coloración política. Creo que en la presente situación tiene una clara responsabilidad ese extraño "frentepopulismo historiográfico" al que, quizá con otra intención, se ha referido en alguna ocasión el historiador catalán Ucelay da Cal. Con todo, y a la altura del tiempo presente, me parece excesivamente consolador recurrir a la responsabilidad de determinadas escuelas historiográficas y políticas para dar cuenta de la pervivencia de los tópicos, de las opiniones infundadas y del déficit de conocimientos en tomo a la realidad estatal y nacional de España. Del nivel actual de los estudios disponibles sobre la cuestión no somos culpables sino los historiadores, los politólogos y los estudiosos del derecho público que hemos tendido a dimitir de nuestras responsabilidades frente a una cuestión llena de dificultades, pero de decisiva importancia para la vida de nuestro sistema democrático.
Mientras las políticas de construcción nacional en Cataluña y el País Vasco han contado con el apoyo y el interés de una significativa reflexión intelectual y académica, crítica en ocasiones respecto a los planteamientos nacionalistas dominantes, por lo que hace al caso español en su conjunto ha dominado el desestimiento ante el problema, cuando no una franca deslealtad de complejas raíces político-ideológicas hacia el Estado democrático y la idea d6comunidad nacional de signo político que lo sustenta. Al calor y la emoción de tanta nueva o renovada conciencia nacional a lo largo y ancho de España, nuestros gobernantes no han sabido oponer otros argumentos que los derivados de un discurso europeísta demasiado dependiente de factores ajenos a nuestra voluntad; un europeísmo que, en ocasiones, ha tomado formas tan arriesgadas como la disyuntiva "Europa o el caos". Probablemente, los actuales gobemantes han actuado así por falta de sensibilidad y de información ante el calado de la cuestión. Pero creo de justicia reconocer que han actuado así, también, en sintonía con unas élites intelectuales que tienen poco que reprochar a sus representantes políticos en esta materia. Que la indagación en tomo al Estado, la nación y los nacionalismos de los españoles en su conjunto sea hoy tan escasa, llena de lagunas y prisionera de prejuicios contrarios a la idea misma de España revela, en el mejor de los casos, desproporcionados niveles de inhibición e imprudencia en los correspondientes ámbitos académicos.
En el momento en que la efervescencia de los nacionalismos periféricos necesitaba de diálogo, comprensión y búsqueda de compromisos, amplios sectores de la sociedad española han reaccionado con un generalizado desinterés en la pacífica y legítima defensa de sus intereses estatales y nacionales. Mientras a lo largo y ancho de España tomaban cuerpo y se reforzaban complejos discursos nacionalistas, la lealtad necesaria al sistema democrático, al orden constitucional y al sustrato nacional español se diluía en un discurso "superador" de actitudes nacionalistas que, finalmente, solamente han practicado, en este caso con notable eficacia, quienes deberían ser responsables de la defensa de la nación española en su conjunto.
Sin sucumbir al dramatismo, me parece que esta situación está lejos de poder mantenerse indefinidamente. A la vista del rumbo previsible de la integración europea, si creemos en las razones del Estado y la nación españoles, estamos obligados a explicarlas y justificarlas, propiciando un entendimiento sobre la base de un generalizado y sincero respeto a todas las realidades políticas y culturales de signo nacional existente en España. Contra una injustificada confianza en la capacidad reparadora del paso del tiempo y las imaginadas virtudes de la inhibición sistemática ante lo problemático, parece llegada la hora de una ponderada pero firme y explícita defensa de la nación y el Estado de los españoles frente a ofensivas ideológicas que en el silencio y la pasividad solamente encuentran estímulo para su radicalización. Mejor que elevar las críticas contra la acción o la inacción del Gobierno socialista ante el problema, parece llegado el momento de ponerse a la tarea de remediar el descuido de una parte de nuestros historiadores puesto de manifiesto por el libro de Núñez Seixas y extensible, por supuesto, a otros sectores de nuestra vida académica. Porque, conociendo una parte important9del modo como se originó el problema, sabemos también del significado de algunos expedientes intelectuales en el modo de darle un tratamiento adecuado.
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