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CINE 44ª BERLINALE

La película española 'Mi hermano del alma' destaca en el final gris del festival alemán

Sofía Loren rememora los días de su plenitud en 'Dos mujeres'

ENVIADO ESPECIALEl primer largometraje del español Maríano Barroso, Mi hermano del alma, se programó injustamente en el Panorama y enun horario disuasorio de madrugada. Tiene ésta todavía balbuciente pero notable película méritos más que suficientes para formar parte del ramillete privilegiado de las incluidas en el concurso. Sólo la fortísima presencia ayer de Sofía Loren en la proyección de su magistral creación en Dos mujeres, por la que ganó un oscar en 1961, dio un poco de gracia y vida a esta conclusión sosa v mortecina de la Berlinale 94.

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No se entiende la elección, como segunda película española en concurso, de Els de davant, estando aquí, escondida en un rincón de castigo del Panorama esta excelente -pese a sus graves torpezas: banda musical con mala valoración del silencio y completamente exterior a la acción; agolpamiento excesivo de giros arguméntales y de acontecimientos en un desenlace arrítmico y sobrecargado- Mi hermano del alma.Es cine muy superior a aquéUa y lo demuestra el abismo que separa en ambas películas la actuación del protagonista, Juanjo Puigcorbé, que en la primera flota sin convicción alguna y sin lograr interrelacionarse con el resto del reparto, mientras en Mi hermano del alma pisa con fuerza en la pantalla, bordando con prímor un personaje esquinado, complejo y lleno de dobleces, perfectamente engarzado con los que componen Lidia Bosch y Carlos Hipólito, que le dan una réplica a su altura, que es mucha.

Raros criterios

Terminó el estreno de Mi hermano del alma en el pequeño cine Atelier del Zoo casi a las dos de la madrugada de ayer. Asitieron dos centenares de personas, como máximo. Y sin embargo horas después se hablaba mucho de esta película, que ganará espectadores en sus dos pases de recuperación, mientras el silencio y el olvido se va apoderando de casi todas las películas del concurso. No hay manera de entender los criterios del comité seleccionador, si es que los tiene.De ayer, en el concurso, quedan flotando imágenes muy bellas del delicado poema hindú Al abrigo de sus alas, dirigido por el veterano Buddhadeb Dasgupta, pero la vértebra de película, su sentido final, su necesidad de verla, se diluye. Y mismo, pero mucho peor, ocurre con el drama político casero alemán El azul, dirigido por Lienhard Wawrzyn, que entra en un asunto vidrioso y de plena actualidad en Alemania: la acomodación de los antiguos miembros del Partido Comunista y de la Stasi, o policía política, de la desaparecida RDA, en las cúpulas del poder de la Alemania reunificada.

Se trata de una historia de camaleones contada de una manera tan descolorida, tan verbal y estática, que todo se resume en un interminable parloteo y una aplastante falta de acción y de tensión. Los personajes largan unos a otros editoriales de periódico en cada réplica, mientras los espectadores no alemanes no nos enteramos de nada, salvo de que no son buenos chicos, y nos marchamos fuera de la sala convertida en aldea, en busca de luz y de afecto por las cosas que pasan en este país, porque así no hay manera de que nos conciernan, de que sean, como realmente son, en parte nuestras.

Todo es gris, soso y -con la única esperanza puesta mañana en Ladybird, Ladybird, de Ken Loach- desesperanzado en los días finales de esta aburrida Berlinale, un castigo al cine más que una fiesta del cine. Sólo cuando ayer se asomó aquí el perfil curvo y todavía reconocible de Sofia Loren, el gallinero dormido se alborotó un poco y sacó ganas de olvidar la prisa que hay de que esta tortura anticinematográfica acabe cuanto antes. Y el voltaje subió más con la proyección de Dos mujeres, donde recuperamos a la actriz italiana en su instante por excelencia de gracia y de buen dolor. La novela de Alberto Moravia, La Ciocciara, dirigida por Vittorio de Sica, dio lugar a esta memorable exhibición de belleza, desgarro y talento de Sofía Loren, que supo aquí ocupar un lugar que estaba destinado ni más ni menos que a la insustituible Anna Magnani y borrar su ausencia.

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