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Música celestial

La conversión del canto gregoriano en música ambiental explica su éxito en nuestros días

He podido escuchar canto gregoriano como música ambiental en las rebajas. Yo buscaba una chaqueta, escogí varias, y abriéndome paso entre el tumulto para hacerme un lugar ante el espejo, caí en la cuenta de que precisamente, la música, o yo, estábamos fuera de lugar. Era el coro de la abadía de Santo Domingo de Silos. Supongo que el atildado modisto que arrojaba aquel día su diseño a los leones escuchaba el canto gregoriano desde la trastienda, recostado sobre unos cojines, reflexionando sobre lo efímero de la vida y de la moda. La caja registradora puntuaba regularmente las voces sublimes de los monjes. El sastre apreciaba al mismo tiempo el beneficio a final de inventario y la música celestial. Lo cierto es que el canto gregoriano ha entrado en el hit parade de España y se escucha el Oficio de tineblas al cierre de las discotecas, como si al cabo de la noche el espíritu se adueñara del local. Como la niebla de polvo y cenizas que se cierne sobre Sarajevo, el Oficio de tinieblas es música de actualidad.Dicen que en el circo romano, a la caída de la tarde, cuando el espectáculo tocaba a su fin y el pueblo bostezaba, una melodía se alzaba del último grupo de mártires cristianos. El cántico surgía de un corro tembloroso de esclavos pellejudos y damas patricias. La espiral de sus voces subía por las gradas sembrando el desconcierto y la incredulidad. Era el crepúsculo del imperio. El humo apestoso de los crucificados embadurnados de brea cubría el despilfarro sangriento del circo romano. Rechinaban las rejas del túnel de donde surgían leones obesos. Eran fieras desganadas, sumisas, cumplidoras, hartas de merendarse cada tarde un orfeón. Nadie hubiera pensado que, llegado el momento, las víctimas del circo se pondrían a cantar. Sus labios entonaban himnos latinos con textos misteriosos, donde Cristo era un banquete de pan y peces, y la muerte un desafío a la ley de la gravedad bajo la forma mágica de la levitación. Eran los mismos cánticos que resonaban sordos en las catacumbas, donde acudían los adeptos a los misterios de Dionisos para convertirse al sufrimiento de la nueva religión. Los cristianos orientales aportaban antífonas procedentes del culto de Isis. Aquélla fue la música eclesiástica de los primeros tiempos. Dicen que fue san Ambrosio quien primero reunió toda la producción litúrgica y coral que se hallaba dispersa. Quedó el eco de mazmorra, la secreta melopea, las elevadas aspiraciones en el cielo crepuscular.

Voz poderosa

San Gregorio, en el siglo VII, fue el verdadero ordenador del canto que se llamaría gregoriano. Fue un Papa de mandíbula voluntariosa, que unificó en una sola liturgia los ritos existentes. La liturgia mozárabe y la liturgia galicana sobrevivieron a su labor totalizadora como fósiles pulidos, perfectos en sus fórmulas arcaicas, cuyas melodías todavía se pueden saborear.El canto gregoriano o canto llano fue una voz poderosa, como la mandíbula y las aspiraciones del papado. Es de una sólida enunciación romana. Los historiadores musicales describen sus modos o escalas suavemente en los acentos de la lengua latina. Los aficionados aprecian su capacidad transcendente, lo mismo en el culto que a la hora de la siesta, o a esas horas lívidas de la madrugda, cuando el insomnio, el whisky y el cansancio solicitan música para el espíritu y la exaltación de la amistad. Es música que acompaña los viajes en solitario, inseparable de cierta condición nocturna. Hay quien señala su capacidad relajante, que unida al consumo moderado del tabaco, explica su éxito en las tensas condiciones de la vida real. Con ello nos hallamos muy lejos de las condiciones espirituales en las que se desenvuelve el canto gregoriano. De las bóvedas del convento a la música ambiental en las rebajas hay un abismo que los espíritus esnobs o refinados no han dudado en franquear.

El canto gregoriano, por su origen y su intención, es música religiosa institucional, muy ajena al genio religioso individual de Bach o Palestrina. El canto gregoriano es al mundo de la música lo que el Derecho Canónico es al mundo de la ley. Con el tiempo, las órdenes de obediciencia benedictina fueron apurando y depurando su contenido hasta convertirse en los grandes depositarios de la herencia musical y litúrgica. A mediados del siglo pasado los monjes de la abadía de San Pedro de Solesmes, en Francia, rescataron el patrimonio existente y lo fijaron en su forma actual. De allí procede buena parte de la discografía disponible en el mercado.

En España es famoso el coro de los monjes de Santo Domingo de Silos, bien situados en el hit parade nacional. Menos conocido es el canto religioso de las monjas del convento de las Huelgas Reales, de la orden del Císter, que entonan el Pange lingue con voces femeninas, virginales, diría yo que buñuelianas, provocando un extraño desasosiego y una plenitud radicalmente distinta a la del canto varonil.

Manuel de Lope es escritor.

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