La herida abierta
El cine norteamericano sobre Vietnam -que cuenta con varias decenas de largometrajes sin interés, la mayoría deleznables, y un puñado de obras de gran altura, dos de ellas geniales y tan radicales como opuestas en estilo y pensamiento: Apocalypse Now y El cazador- comenzó pareciendo la última secuela de la tradición del cine bélico del Hollywood clásico, forjado a lo largo de tres décadas (de 1918, fin de la 1 Guerra Mundial, a 1948, comienzo de la guerra fría) por centenares de filmes sobre la inabarcable tragedia de las dos guerras mundiales.La lógica de la guerra fría degradó al glorioso género bélico hollywoodense en un subgénero belicista, que se destapó durante la guerra de Corea y alcanzó su apogeo en esa zona deleznable antes aludida del cine sobre Vietnam inagurada por John Wayne en su Boinas verdes. Pero si la guerra de Corea terminó en tablas y tras ellas cabía la coartada del silencio, la de Vietnam finalizó con la primera derrota de los ejércitos estadounidenses en su historia y esto cambió el signo de las respuestas cinematográficas a esa herida, desde entonces abierta, las más de las veces en forma de ilusión revanchista -arquetipo: la abominable, racista y genocida serie Rambo- y, desde el estallido del genio de Francis Coppola en Apocalypse Now y de Michael Cimino en El cazador, en forma de pesadilla convertida en metáfora del horror de toda sociedad generadora de guerra.
El cine vietnamita de Oliver Stone -Platoon, Nacido el 4 de julio y ahora El cielo y la tierra- es una derivación de la generosa tensión crítica creada por aquellas dos monumentales películas, pero por carecer de su potencia desencadenante, de su condición fundacional, le ha valido algunos gestos de menosprecio no ecuánimes. Es en efecto cine que nada inventa, pero que sustuvo con coraje (en épocas tan incómodas para un gesto moral de esta especie como las de Reagan y Bush) y sostiene ahora (eso sí, ya en un clima político favorable, como el creado por la apertura de ventanas iniciada en Estados Unidos por Clinton) la herida abierta en la vida norteamericana por aquella derrota. De otra manera, cuando los Rambos se retiran al olvido haciendo alpinismo y allí tiñen sus rojas manos con verde ecológico, Stone sigue, erre que erre, manteniendo despierta la memoria histórica de un intolerable dolor. La idea que le ronda de abordar las entretelas sucias de la guerra del Golfo corrobora su terca memoria, aun a riesgo de que lo conviertan en un disidente, oficial y domesticado.
El capítulo vietnamita de la obra de Stone es cine sin genio, pero con solvencia de oficio y capacidad de agitación más que notables. Su estilo, tosco y aprendido de otros estilos, sitúa a sus películas por debajo de las cosas que cuenta en ellas. Pero, cuando la turbia consigna de los Rambos es coser la herida y olvidarla, Stone la abre, hurga dentro y recuerda. No es poco.
Babelia
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