Y al final... el milagro

Si prescindimos de la anécdota de su paso por las ceremonias olímpicas, hacía algo más de dos años que Teresa Berganza no actuaba en Barcelona. Había expectación ante su nueva presencia y, a pesar de todo, el aforo del Palau de la Música Catalana no se llenó por completo. Pero fueron muchas las personas que acudieron esperando que se produjese el milagro del arte en mayúsculas que la ilustre artista madrileña es capaz de brindar.El programa estuvo integrado, en su primera parte, por una de las especialidades de Teresa Berganza, la música española.

Las dos últimas interpretaciones del programa, Addio di Rossini y Canzonetta spagnuola, fueron un modelo de estilo, de técnica. Espléndido el control de la media voz en la primera y gran dominio de la agilidad en la segunda, en clara demostración del por qué el binomio Rossini-Berganza figura en las mejores páginas de la historia del canto. Berganza demostró cómo pueden darse a Carmen sus mejores cartas de nobleza y la flexibilidad para pasar en segundos del luminoso andalucismo de Bizet a la unción de una página de Bach.