La viuda de Schlinder desmitifica al héroe de la película de Spielberg
El alemán que salvó la vida de 1.200 judíos era un alcohólico y un mujeriego
Con 86 años, Emilie Schindler, la viuda del héroe de La lista de Schindler, la última película de Steven Spielberg, vive sola, rodeada de muchos gatos y un perro, en una casita de una planta en San Vicente, en la provincia de Buenos Aires, a unos 50 kilómetros de la capital. El filme, estrenado hace poco en Estados Unidos, relata las peripecias de Oskar Schindler, quien, a base de toda clase de artimañas, consiguió salvar a 1.200 judíos de morir en los campos de exterminio nazis. Para Emile, sin embargo, su marido dista mucho de ser el héroe que ahora se pregona.
Con el argumento de que el trabajo de los 1.200 judíos era imprescindible para la fábrica de interés militar, instalada primero en Cracovia (Polonia) y después en Checoslovaquia, Schindler consiguió salvarles de las cámaras de gas. Por eso, tras su muerte, a los 66 años, en octubre de 1974, el Estado de Israel le honró como un héroe y en su tumba en Jerusalén figura la inscripción "el inolvidable salvador de las vidas de 1.200 judíos perseguidos".Pero el recuerdo que conserva Emilie de su marido no es tan favorable, hasta el punto de que prefiere reprimir la memoria. Sólo con dificultad, y tras una larga conversación en una tarde del verano austral, esta auténtica vieja dama indignada dejó aflorar algunos recuerdos. La vida de su marido en la posguerra estuvo marcada por la ruina económica en Argentina y el alcoholismo en Alemania, donde murió después de haber dejado abandonada a su esposa con el peso de las deudas contraídas en negocios ruinosos.
A pesar de la investigación realizada para la película y del libro que sirvió de base al guión, nunca han quedado del todo claros los motivos que llevaron a Schindler a su hazaña de salvar de las garras de las SS hitlerianas a los 1.200 judíos de su famosa lista. Schindler era borracho, mujeriego y jugador. Emilie lo reconoce: "Siempre tuvo mujeres. Eso no es nuevo [se ríe]. Cada uno hace lo que quiere y lleva la vida que quiere. Yo soy partidaria de que cada uno haga lo que le gusta y lo que quiera".
El matrimonio Schindler nació en Moravia (en la actual República Checa), pero eran alemanes de religión católica. "Yo no era nazi, Hitler no me gustaba. Mi marido entró en el partido, tuvo que ingresar. Quien no lo hacía no tenía posibilidad de progresar, pero no era hitleriano". Se casaron en 1928 y la guerra les trajo la oportunidad de explotar en Cracovia (Polonia) una fábrica de esmalte que había pertenecido a un judío. La fábrica estaba en quiebra y le fue adjudicada a Schindler tras una sentencia de un tribunal polaco.
El ladroneo de las SS
Según Emilie, Schindler "ganó mucho en la fábrica de esmalte Los judíos trabajaban allí, dependían de las SS y recibían el mismo salario que los trabajadores, pero las SS se quedaban con el salario. Si no se pagaba el salario, las SS se llevaban a los judíos, pero no por placer, sino para asesinarlos. Eran todos judíos polacos, que vivían en Polonia. Mi marido conoció al comandante de las SS. Era difícil. Ellos querían dinero y brillantes. No lo hacían por la patria, Hitler tampoco, sino por ladroneo".Su explicación de por qué Schindler los salvó parece muy prosaica: "En primer lugar, los salvó porque los necesitaba para trabajar. Sin gente no puede haber trabajo. Después hubo que trasladar la fábrica, porque los rusos llegaban. Si mi marido se hubiese marchado, los SS los hubiesen fusilado. Por eso la trasladó a Checoslovaquia. Yo me había marchado antes, porque tenía que estar allí y había que prepararlo todo. No era fácil. Había que construir una nueva fábrica. Se acabó lo del esmalte y sólo se producía munición".
El Ejército Rojo
Con el avance del Ejército Rojo, para el matrimonio Schindler llegó el momento de salvar sus vidas. Según Emilie, el final de la guerra fue "de vomitar. Fue lo más horrible que he visto en mi vida. Los rusos llegaron, y los rusos, ¡Dios mío!, eran una horda. No eran seres humanos. Toda la noche saquearon. Primero agarraron los relojes, después necesitaban motores. No decían auto, decían '¡motor, motor!'. Querían los motores. 'El reloj, el reloj', decían. Quitaron todo. Con los rusos uno nunca estaba seguro si iba a salir con vida o no".Relata Emilie el hundimiento psíquico de Schindler en aquella situación: "Si yo me hubiera fiado de mi marido, habríamos quedado abandonados él y yo. Yo le salvé a él. Él no se salvó". Pasaron diversas peripecias, encuentros, desencuentros y situaciones de peligro. En una de ellas, cuando una parte del grupo había sido detenida y luego puesta en libertad, "todos intentaban escapar. Schindler estaba parado como un ciervo herido y no hacía nada y esperaba no sé a qué. Era tan tonto".
Emilie rememora los momentos de la huida de una manera viva: "Le dijimos [a Schindler] que llevara el mapa de carreteras y luego le preguntamos por él y él dijo que no lo tenía. ¿Cómo quieres conducir, conoces el camino? Naturalmente, no conocía nada. Fue horrible, horrible. En mi vida he visto nada semejante. Los caballos gritaban en la noche como fieras. Los hombres perdieron sus valores. Era un caos. Imposible, imposible ...... Continúa Emilie con el relato de la crisis de su marido, a quien llama por su apellido: "Schindler no tenía ni idea de nada, ni quién, ni dónde, ni qué pasaba No comprendo cómo una persona se puede comportar de una forma tan estúpida cuando está en gran peligro. Cuando dependía de él mismo y además en esa forma, no era fácil".
Tras llegar a la zona ocupada por Estados Unidos, el matrimonio Schindler pudo, gracias a una organización judía de Nueva York, emigrar a Argentina. "Llegamos aquí en 1949. Empezamos con gallinas ponedoras y me quedé sola con todo. Él empezó con las nutrias y yo le dije que eso no iba a funcionar. La nutria, sin laguna, no tiene valor. La nutria necesita agua. Bajó el precio y todo se quedó en nada. Compramos un campo de cuatro hectáreas, gallinas, nutrias. Cuando se marchó mi marido, empecé a criar cerdos, más de 100. Eso no les gustó a los vecinos, me denunciaron y tuve que dejarlo".
Los negocios le fueron mal al matrimonio. En 1957, Schindler se marchó a Alemania y nunca más regresó, pero no llegaron a divorciarse: "Nunca estuvimos separados. El 57 se fue a Alemania para cobrar las reparaciones del Gobierno alemán. Pasó un tiempo hasta recuperar una parte. El se quedó allá. Tuvimos contacto algún tiempo y yo dije luego: se acabó. Él, que se quede donde quiera y yo donde estoy". No se casó de nuevo Schindler, "¿cómo se podía casar, si estábamos casados?".
A la pregunta de si se sentía celosa ante las otras mujeres de su marido, Emilie responde: "No era celosa. Yo tuve que luchar mucho en mi vida. No tenía dinero, tuve que trabajar, tuve que ver cómo salía adelante. Además dejó las deudas, dejó la hipoteca. Él era un mentiroso, siempre quiso representar el papel del señorito fino. Que me dejase a mí con las deudas y tuve que pagar todo, eso fue lo más bonito de todo. Me quedé sin nada. Schindler hizo como si no supiese nada de eso. Como si yo tuviese las deudas y no él. ¿Cómo me voy a acordar de eso?".
Emille continúa embalada: "No me molesta que sea el gran héroe. Si es un héroe o no me da lo mismo. Por mí puede ser un héroe o lo que sea. Se marchó y murió en 1974, a los 66 años. Bebía tanto que no podía más. Vivía sólo con la botella en Alemania. Primero en Francfort y luego le internaron. En Hildesheim, murió en un sanatorio. Estaba acabado, le falló el corazón. Estaba parapléjico y bebía tanto que el hígado no podía más. Cada persona hace lo que quiere. Era robusto, podía haber vivido 100 años, pero cuando uno se destruye... Como se vive, así se muere. Su padre también era borracho, era cosa de familia. Yo no sabía que era un borracho. En Cracovia aprendió a beber, con las SS. Todos bebían, y los que no bebían aprendieron a hacerlo".
El relato del hundimiento de Schindler brota ya sin pausa de los labios de Emilie: "Fue a Estados Unidos y mucha gente que había estado en la fábrica le vistió y le dio dinero. Hubiera podido hacer cosas. Había un ingeniero que conocíamos de hace muchos años. Le dieron dinero, se fue a Alemania y le presentaron como un héroe alemán y él empezó a beber. Él se fue con un billete de ida y vuelta, pero cambió el billete de vuelta y lo gastó. Para beber siempre se encuentra gente. Cuando no se recibe una buena educación se vuela como una paja al viento".
Emilie acaba de regresar de EE UU, donde asistió al estreno mundial de La lista de Schindler. No le da importancia a todo esto, ni a los saludos del presidente Bill Clinton: "Todo me da lo mismo. No pude ver la película. Me dieron un sitio de honor muy atrás.. La gente de delante me tapaba y miraba de un lado a otro y no pude ver nada. Todos los actores fueron muy amables. No conocía a la actriz que hace mi papel, pero fue muy simpática. Le dije que ni siquiera la vi. No pude reconocerla porque había tantas cabezas delante. Miraba por un lado y por otro y no veía nada. El que representa a Schindler está muy bien".
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.