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Las antesalas del infierno

Las matanzas en cárceles amenazan con convertirse en una constante histórica en América Latina. Canto-Grande y Miguel Castro en Lima (Perú) en marzo de 1991 y mayo de 1992, Carandiru en Sáo Paulo (Brasil) en octubre de 1992, Retén de Catia en Caracas (Venezuela) en noviembre del mismo año y ahora la de Maracaibo en Venezuela constituyen jalones recientes de una historia interminable de sucesos sangrientos en cárceles latinoamericanas que provocaron decenas de víctimas.Los recientes motines, antes de las pasadas navidades, en las cárceles de la provincia de Buenos Aires en Argentina concluyeron, al menos por esta vez, con una negociación y sin derramamiento de sangre, pero se pueden incluir también bajo el epígrafe general de la situación de los presos en América Latina: hacinamiento, condiciones inhumanas, justicia lenta e ineficiente y formación en el interior de los penales de mafias de asesinos potenciales y de hecho. La. mayoría de las cárceles en América Latina son bombas de tiempo, que pueden estallar en cualquier lugar y en cualquier momento.

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Ayer Sáo Paulo, hoy en Maracaibo, mañana Caracas y otro día en Lima, las escenas se repiten y parecen una película ya vista, aunque los escenarios sean diferentes. Los telediarios lanzan imágenes de familiares desesperados a las puertas de los penales, para saber la suerte corrida por los presos: Al mismo tiempo llegan del interior el ruido de los disparos, los alarido s de los heridos o el tufo de los incendios.

La ineficacia de unos jueces venales a veces, malpagados casi siempre e incapaces de impartir justicia en un plazo de tiempo razonable convierte a los presos pendientes de proceso en condenados desesperados y dispuestos a todo. Las imágenes que se ofrecen al visitante de la cárcel de Canto Grande en las afueras de Lima, con presos que exhiben sus vísceras casi al aire, o el Retén de Catia en Caracas con un hedor insoportable son una muestra de aunténticas antesalas de los infiernos, donde hablar de rehabilitación del delincuente suena como una broma macabra.

La ley del interno

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En el interior de estos penales los presos imponen su ley ante la dimisión de un Estado que, si ha demostrado su incapacidad para resolver los problemas de los ciudadanos considerados decentes, mucho menos va a 5olucionar los de aquellos que encierra en sus cárceles.

Aparte de los citados desastres en centros penitenciarios, América Latina arrastra una trágica relación de antecedentes. En el penal de Sáo Paulo murieron 60 reclusos en julio de 1987. Y, en Perú, la rebelión de los presos del grupo maoísta Sendero Luminoso en junio de 1986 fue controlada a costa de 156 muertos, según fuentes oficiales, y no menos de 300 según otras fuentes.

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