El tiempo pintor
La mejor virtud de la cruzada del profesor James Beck contra las políticas abusivas en criterio de restauración de obras artísticas es, sin duda alguna, su condición de encendido alegato en favor de la prudencia y el comedimiento. Es una virtud de la que han hecho desde siempre bandera, de Coremans a Brand, los teóricos más rigurosos de este problema. Cesare Brandi advierte que sólo deben hacerse sin cometer una falsificadón artística o histórica, y "sin borrar huella alguna del transcurso de la obra de arte a través del tiempo".En ese sentido, tenemos en el propio panorama español ejemplos que abundan, en cuanto al tema de la restauración, en ambos extremos, los de la prudencia o el abuso. Ejemplar ha sido, por su criterio siempre riguroso y moderado, la política acometida en la última década por el Museo del Prado, y precisamente en el caso de intervenciones tan delicadas como las de dos obras claves de Velázquez, Las Meninas y Las hilanderas. Pese a la polémica que, inicialmente, rodeó a la primera de ellas, han sido reconocidas como ejemplos de particular sensibilidad y comedimiento. No cabe decir lo mismo, en cambio, de otros sectores de nuestro patrimonio, donde la realidad oscila entre el abandono flagrante y actuaciones mas que sospechosas. Son notorias, en ese sentido, muchas actuaciones efectuadas en nuestro patrimonio arquitectónico como algunas de las discutibles intervenciones realizadas en el conjunto de La Alhambra o, más recientemente, en la célebre torre mudéjar de Teruel, cuya limpieza arroja un aspecto sospechosamente neomudéjar.
Una moda
Desde esa perspectiva, el alegato de Beck surge como reacción necesaria frente a una moda lamentablemente extendida en los últimos tiempos y de la que el profesor de la Columbia University es muy consciente en la medida en que afecta muy especialmente -con independencia al caso que denuncia en la Capilla Sixtina- al contexto museístico norteamericano. Vivimos un tiempo empeñado en convertir la cultura,- y por tanto el arte, en espectáculo. Poco importa si -desde esa alianza entre el marketing y la cirugía estética- se dañan irreparablemente aspectos de una obra o se construye una ficción que poco o nada tiene que ver con lo realizado por su autor.
Nada más cierto que aquello de que "el tiempo también pinta". Toda obra artística sufre necesariamente un proceso natural de transformación en el transcurso de su historia. Podemos y debemos procurar atenuar los daños que acompañen a ese proceso, pero no negarlo por decreto. Ni debemos permitir a la restauración adquirir la histeria comercial del cirujano plástico y convertir la obra de arte en una mascarada. Dejemos al tiempo pintar en paz.
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