Paz contrarreloj
LO QUE palestinos e israelíes firmaron el 13 de septiembre pasado en Washington fue, propiamente, un acuerdo por el que se expresaba una voluntad institucional de paz entre las partes. No se podía firmar, literalmente, la paz porque las paces se hacen más que se firman. Menos aún cabía rubricar un documento por el que se establecieran las modalidades prácticas de esa voluntad de paz, porque, justamente, lo único a lo que se comprometían los firmantes era a discutir cómo se llevaría a efecto una paz para la que se proclamaba aquella voluntad política.Hoy, a tres meses de tan histórica fecha, no hay, no puede haber todavía, paz, ni tampoco modalidades. Por eso sería especialmente ominoso que pasara el 13 de diciembre, día establecido como límite para dar comienzo a la retirada militar israelí en Gaza y Jericó, sin acuerdo sobre las mismas. Las dificultades se ciemen hoy en torno al contenido de esa retirada.
Primero, porque no hay tal retirada, sino redespliegue de las tropas israelíes, de manera que, dejando éstas campo libre a la acción de la policía palestina, es decir, a la represión de los radicales de Hamás que no aceptan los acuerdos de paz, los soldados se limiten a la protección de los asentamientos judíos en la zona y en las fronteras internacionales. Y, segundo, porque la OLP, si bien admite que la fuerza israelí proteja a sus colonos, se opone a que bloquee el acceso desde Gaza y Jericó a la tierra independiente de otros Esta dos árabes.El asunto podría parecer menor si las partes no estuvieran marcadas por una opinión tan nerviosa como atenta al resultado de cualquier negociación sobre modalidades. Para el jefe del Gobierno israelí, Isaac Rabin, todo lo que se perciba como debilidad en el mantenimiento de un alto grado de seguridad nacional adelgaza el número nunca abrumador de los partidarios de esta paz con los palestinos. Para Yasir Arafat, líder de la OLP, un soldado israelí de más en Gaza y Jericó es una humillación innecesaria que engrosa las filas de Hamás y debilita las propias.
Por eso un retraso en las previsiones del 13 de diciembre no es sólo tiempo perdido para la paz, sino un principio de debilitamiento del proceso que, justificadamente, horroriza a aquellas de las partes -nunca, su totalidad- que firmaron en serio un acuerdo de máximos al que, inevitablemente, le faltaban por cerrar las modalidades de los mínimos. Eso es lo que se juega en la carrera,. verdaderamente contrarreloj, de los próximos días.
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