Contra viento y marea
Henry James escribió un fantástico relato corto, Otra vuelta de tuerca, al que años más tarde Bejamin Britten puso una música excepcional. La frase que da título a la obra viene como anillo al dedo para reflejar el último conflicto en que se ha visto envuelto Gérard Mortier, en su gestión al frente del Festival de Salzburgo. La Filarmónica de Viena, una de las instituciones musicales más carismáticas de Europa, amenaza con abandonar el festival al que ha dado alguna de sus mayores tardes de gloria.Las tensiones ya habían asomado con anterioridad y se extendían a criterios económicos, artísticos y disciplinarios.
A Mortier se le multiplican sus enemigos, con la misma facilidad con que gana admiradores y amigos. El controvertido director belga había demostrado el pasado verano que los resultados artísticos no tienen por qué estar reñidos con la cuenta de resultados. Sus espectáculos más audaces, las óperas de Monteverdi, se habían llenado en todas las sesiones. Un nuevo público acudía a su llamada.
Una de las constantes de Mortier es que no se arruga ante las adversidades. Tiene a su favor una apuesta de futuro, lucidez suficiente respecto a lo que representan los valores culturales de un género de futuro incierto, y creencia en la utopía del conocimiento. En contra, casi todo lo demás: hábitos conservadores, oposición de algunos divos que se resisten a dejar.de serlo, poder de las casas discográficas. Mortier defiende con ahínco el carácter abierto del festival. Nadie pone en duda los excelentes resultados que consiguió al frente de La Monnaie de Bruselas. Pero Salzburgo es otra historia.
Mortier ha contado con un grupo de artistas de alto nivel para sacar adelante sus propuestas artísticas. Su selección cuenta con Barenboim, Harnoncourt, Abbado, Maazel, Pekka Salonen, Solti, Cambreling o Jacobs en lo musical; Sellars, Stein, Wernicke, Bondy, Flimm o Mussbach en lo escénico; Bartoli, Malfitano, Ramey, Mc. Nair, Pollini, Schiff o Argerich, entre los solistas volcales e instrumentales. El abanico de autores y épocas de la música contemplado en los programas del festival es además de una gran amplitud y variedad.
En una entrevista emitida por Canal +, Mortier afirmó que una de las mayores emociones de su primer año en el Festival de Salzburgo había sido el encuentro de la Filarmónica de Viena y Pierre Boulez, su fascinación mutua, el diálogo entre la concepción del sonido tradicional y aristocrático en su estado más puro y la creación actual.
Es difícil imaginarse Salzburgo sin la Filarmónica de Viena, aunque la sustituta sea de la altura de la Filarmónica de Berlín. El hueco será bien cubierto, de eso no cabe duda. Una consigna del tipo "orquestas de todos los países, uníos" (contra Mortier, claro) es inviable en el mundo de la música clásica. Pero la Filarmónica de Viena formaba parte de las raíces más arraigadas del festival.
Lo más preocupante no es, en cualquier caso, el conflicto específico (siempre se pueden reconsiderar posturas y llegar a un acuerdo), sino las inmensas dificultades que arrastra mover un dedo en el mundo de los grandes templos de la ópera y la música clásica. Hace un par de meses, Alberto Zedda dimitía como director artístico de la Scala de Milán, al ver rechazados sus principales proyectos de reforma artística. La carrera de obstáculos de Mortier entra ya en terrenos próximos al Guinnes. Todo por poner su inteligencia y su independencia al servicio de un sueño casi inalcanzable y por el que lucha denodadamente contra viento y marea.
Babelia
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