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García Rodero desvela en imágenes el choque entre lo viejo y lo nuevo

La fotógrafa expone en Madrid sus fotografías de fiestas y rituales de España

Andrés Fernández Rubio

Observadora excepcional de los últimos 20 años en los pueblos españoles, Cristina García Rodero se ha alegrado de los aspectos positivos del progreso: la facilidad de vida y la comodidad de la gente. Pero también ha visto con rechazo la homogeneidad progresiva entre el norte y el sur, o entre Extremadura y Levante. Ella defiende una simbiosis entre lo nuevo y las formas de vida tradicionales. "Y eso sólo se logra con la cultura", dice. Desde ayer, García Rodero expone sus fascinantes fotografías, con el título Fiestas y ritos, en el Museo de Antropología de Madrid (antiguo MEAC). Y explica que las fiestas ayudan a recordarnos aspectos equivocados del progreso.

A veces Cristina García Rodero llega a un pueblo y se acuerda de una pared maravillosa, o de una construcción en medio de la plaza que sirvió para enmarcar en su recuerdo el espíritu de una fiesta. "Vuelves y te encuentras una casa de tres pisos horrorosa", dice. "Hay un sentido equivocado de lo que es el progreso que asocia la arquitectura popular a la pobreza, por ejemplo. Eso no es así, la arquitectura popular refleja una profunda sabiduría, la de la utilidad en función del paisaje, el clima y la forma de vida. Tiran las viejas casas y hacen otras que lo mismo podrían estar en el mar que en la montaña. Pierden la diferencia en favor de lo homogéneo. Se hacen cosas irreparables, pero, como todo tiene una lógica, ante las ciudades monstruo y la pérdida de identidad se está mirando ya de nuevo a la naturaleza, se vuelve a ella, la gente se empieza a preocupar de cuidarla porque la está perdiendo. Y lo mismo pasa con los pueblos, se vuelve a ellos cuando se quiere disfrutar de lo que no se tiene".García Rodero ha gastado millones de pesetas en su recorrido por las fiestas de España. Durante mucho tiempo fue una inversión poco productiva, pero desde hace algunos años, ya considerada como una de las grandes de la fotografía, le llegan los beneficios. Como esta exposición organizada por el Ministerio de Cultura, que amplía el libro publicado por Lunwerg, o las 6.000 fotografías que le compró el Getty Center de Santa Mónica (California).

Nacida en Puertollano, Ciudad Real, García Rodero estudió Bellas Artes (ahora es profesora de fotografía en la escuela de Madrid) y luego fotografía en Florencia. Recibió una beca de la Fundación Juan March para un proyecto en el que las fiestas eran sólo un capítulo fotográfico. Pero se fue interesando hasta convertirlo en tema casi único, al adentrarse "en un mundo muy rico, muy desconocido, poco valorado y expuesto a todos los cambios de este último cuarto de siglo", explica.

En burro y en moto

Para ver las fiestas ha tenido que viajar en burro, en caballo, moto, tractor, autobuses buenos, autobuses pirata, camiones... "He notado el cambio más en las carreteras que en la arquitectura, cuyas construcciones ahora son mejores pero sin tener generalmente en cuenta lo rural, que debería ser su verdadera fuente de inspiración", dice.Cada fotografía cuenta una historia. Por ejemplo, esa procesión nocturna en la que los habitantes de Fuente el Saz (Madrid) bajan a la Virgen de la cigüeña desde la ermita al pueblo en medio del fuego, porque a ambos lados del camino arden los rastrojos. "Es la fiesta del fin de la cosecha", dice. "Ellos iluminan el camino como señal de gozo. Y el fuego, que es purificador, deja una ceniza que fecunda la tierra".

En sus 1.500 reportajes García Rodero también ha fotografiado ejemplos de la España más tortuosa, la que hace daño a los animales o adora a momias artificiales. Pero los ritos de España captados por sus cámaras son generalmente de una riqueza y complejidad tan apasionantes que los rasgos más negros se empequeñecen. Triunfan los ritos del fuego sobre el toro de Coria cruelmente clavado de alfileres.

"En Jarandilla, Cáceres", dice, "en la fiesta de fuego de los escobazos, se realiza una procesión cívica que es un estallido de luz y de color. La sensación es que arde el pueblo entero: fantasmagórica, mágica, de paso a otra realidad".

En la fiesta de San Pedro Manrique (Soria), los hombres cruzan sobre la alfombra de brasas, descalzos. "He visto lo mismo en Grecia, en una fiesta dionisiaca, y en la isla de Reunión", cuenta. "El sentido de las fiestas más primitivas es universal y se basa en el contacto con lo sagrado a través de lo natural. La fiesta es la guerra contra la muerte, una manifestación vital que le sirve a la gente para disfrutar de la vida, para relacionarse sin que durante unas horas haya etiquetas, para expresar que todo vale o que se puede disfrutar sin nada especial: una música, un trago, cualquier pastel que te ofrecen".

La intrépida García Rodero, que es baja de estatura y parece ella misma muy española, morena de ojos grandes, también ha tenido dificultades fotografiando fiestas. Como en la tomatada de Buñol (Valencia), donde cada vez que salía al balcón cámara en ristre era el objetivo favorito de docenas de tomates. O en la impresionante procesión de la Virgen del Carmen por el mar, en Fuengirola (Málaga), donde los marineros andan con la Virgen dentro del agua y a García Rodero las olas la tapaban y tuvo que ser rescatada.

La fotógrafa ha retratado España en color o en blanco y negro. Con este último procedimiento se siente más libre, no hay tantos problemas técnicos: "tiene un misterio y una fuerza que el color no". Pero, a cambio, el cromatismo puede salvar una fotografía. "Todos mis estudios han sido de pintura y no puedo olvidarme del color", dice. "Y hay cosas que no se pueden contar en blanco y negro, como los misterios del fuego, o los trajes, cuya riqueza necesita el color".

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