Paisajes para la contemplación
En 1991, Soledad Sevilla fue invitada a participar en el proyecto Plus Ultra, coordinado por la crítica Mar Villaespesa. Se trataba de que cada artista pensara y realizara una obra en algún lugar de Andalucía. Sevilla escogió el castillo de Vélez-Blanco, construido a principios del siglo XVI, cuyo patio es una de las joyas del Renacimiento español. El quid de la cuestión reside en que el famoso patio está en el Metropolitan Museum de Nueva York. Fue vendido por los herederos, en 1903, a un anticuario francés, y acabó siendo una de las piezas más emblemáticas y admiradas del museo neoyorquino.Pues bien, la artista decidió restituir, por unos días, el patio a su lugar original mediante la proyección, sobre las ruinas, de las imágenes de aquella maravillosa construcción. El resultado, incluso en diapositivas, tal y como puede verse ahora en la galería Fernando Alcolea, es sencillamente magnífico. Ya Soledad Sevilla se había percatado de su "españolidad" si así puede decirse, al desplazarse a Estados Unidos con una beca a principios de los ochenta. Sólo la distancia, en muchas ocasiones, otorga la medida y el exacto valor a las cosas. De allí surgieron las series dedicadas Las Meninas, La Alhambra y Los toros, y ahora le toca el turno a esta joya del Renacimiento español, perdida ya irremediablemente para nuestro patrimonio. Cuando Soledad proyectó las imágenes del verdadero patio, parece que algunos de los lugareños lloraron. Por tres días tuvieron la oportunidad de tener y admirar aquellas bellísimas formas, hoy simples muros desconchados. Y, a su vez, la artista comenzó a hacer bocetos del lugar a diferentes horas del día. El resultado son los dibujos -en pintura acrílica y reentelados después- que hoy podemos ver en Barcelona. Estos dibujos están en la línea conceptual tanto del paisaje romántico como del paisaje impresionista, puesto que registran, secuencialmente, tanto lo que podríamos llamar "los colores del alma" como los cambios lumínicos del lugar. Así pues, Friedrich y Monet (en su famosa serie dedicada a la catedral de Rouen) parecen haber sido aunados en una imagen ya casi totalmente abstracta. Sobre un esquema compositivo muy simple, el de un ángulo cerrado o bien el del encuentro, abierto, entre dos muros, Soledad Sevilla va imprimiendo capas de color. A veces utiliza pinceladas finas, a veces barridas; en todo caso, da la sensación de que sus veladuras y transparencias se consiguen tras una laboriosa práctica. Pero lo que verdaderamente ernociona en estos dibujos es el aura que se desprende de ellos, la cualidad casi sobrenatural del espacio, que no puede más que desprenderse de una intensa emoción realmente vivida por la pintora.
Soledad Sevilla
En ruinas.Galería Fernando Alcolea. Plaza Sant Gregori, 7. Barcelona. Hasta el 4 de diciembre.
En uno de ellos, Ruina 6, ello se consigue mediante un intenso azul que posee una luz fría, como si fuera de neón, reverberante, sobrenatural. En Ruinas 2, la artista pinta la luz del alba, cuando es rosada o azulada, iluminada con toques de naranja o de rosa en los límites de los muros. Ocasionalmente, esta sensación de un lugar y de una luz casi mágicos se logra al espolvorear con manchas algodonosas un ángulo de la composición. El visitante queda prendado en estas atmósferas, que, además de registrar sutiles variaciones lumínicas, abren un camino a una verdadera mirada interior.
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