Competitividad y solidaridad
Ahora que todos los Estados miembros están decididos a encontrar nuevas maneras de salir del actual periodo de severa recesión y poner remedio al profundo desempleo que aflige a toda la Comunidad, hay algunos principios que deben figurar en todas las respuestas a los complejos problemas a los que todos nos enfrentamos, como gobiernos, como instituciones y como ciudadanos. Sin ellos, no lograremos lo que debe ser el objetivo mínimo: un índice de paro del 5% de aquí al año 2000.Puede que esta aspiración no parezca lo bastante ambiciosa, pero requiere que creemos 20 millones de nuevos empleos en siete años. Y sólo será realista si se asumen cinco principios clave:
En primer lugar, un requisito fundamental es un mayor reparto del trabajo y de las rentas en la CE.
En segundo lugar, existe una serie de problemas estructurales que representa un obstáculo para un reparto más amplio del trabajo y los salarios. Y serán difíciles de superar en una época en la que empresas y trabajadores sufren una gran inseguridad.
En tercer lugar, hay que gestionar con eficiencia la interacción del crecimiento económico, la competitividad de los productores de la CE en los mercados internos y externos, los costes laborales y la creación de empleo, algo crucial a la hora de elaborar políticas para reducir el paro.
El reto de gestionar y desarrollar con éxito el cambio fundamental necesario sólo podrá resolverse mediante la asociación y la participación, y no mediante el conflicto y la presión.
Por último, sólo se podrá lograr esta asociación si se establece un nuevo equilibrio en las relaciones entre los agentes, ya sean inductores de estos cambios o estén afectados por ellos.
Por sí solos, estos principios no aportarán la solución a los problemas a los que se enfrenta Europa, pero sin este esquema, sin esta base, no lograremos resolverlos. Europa necesita una solidaridad nueva entre los que tienen trabajo y los que no, así como entre los que ganan de sus rentas del trabajo y los que ganan de las rentas del capital, para que así, sea cual sea la tasa de crecimiento económico, se cree el mayor número de empleos posible.
Esto no requiere tanto de exhortaciones como de cambios reales en la política económica y social, en la estructura del mercado de trabajo, en la política fiscal y en los incentivos del sistema social. Europa tiene que mejorar su competitividad a largo plazo. Esto no significa aumentar la cuota de mercado europea en el mundo -aunque sí significa incrementar las dimensiones globales de los mercados internacionales- ni tampoco reaccionar precipitadamente ante cambios temporales en la competitividad de los precios, derivados de las caprichosas oscilaciones de los tipos de cambio. Significa, en cambio, invertir en la gente, en los recursos humanos de cuya capacidad depende en última instancia la competitividad a largo plazo de la CE.
Para alcanzar estos objetivos, tenemos que involucrar plenamente a los interlocutores sociales y reconocer y aprovechar la oportunidad que brinda el nuevo papel del diálogo social esbozado en el Tratado de Maastricht para la Unión Europea. En resumen, tenemos que actuar juntos. Porque todos sabemos que el proceso será complejo y difícil; se requieren medidas inmediatas a la vez que una serie de esfuerzos a medio y largo plazo que permitan garantizar un efecto duradero que se mantenga el siglo que viene.
