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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Diferencias atlánticas

BILL CLINTON soporta en el Senado uno de los mayores ataques republicanos encabezado por Robert Dole, que, aprovechando sus errores y vacilaciones en Somalia y Haití, prepara una legislación que, si se aprobara, privaría al presidente de sus poderes constitucionales para enviar tropas al extranjero en caso de apremiante necesidad. Estas críticas encuentran un evidente eco en la sociedad de Estados Unidos, donde el caso de los soldados norteamericanos muertos o prisioneros en Somalia ha causado un gran impacto. La respuesta vigorosa de Clinton a Dole no elude un problema que suscita una inquietud justificada en Europa. La cuestión es saber hasta qué punto detrás de la actitud radical de Dole se oculta una evolución profunda de la opinión de EE UU, alejándose de posiciones que parecían asumidas desde la Segunda Guerra Mundial: el temor a un cierto retorno del aislacionismo que podría llevar a la revisión de la sólida relación establecida entre EE UU y Europa.Esta inquietud se manifiesta en un punto concreto: si la paz se hubiese firmado al desmantelarse Bosnia, ¿habría cumplido Estados Unidos su promesa de aportar 25.000 de los 50.000 soldados que la OTAN se comprometió a enviar para garantizar las fronteras, las comunicaciones y el abastecimiento de los nuevos Estados? En el clima actual de Washington, es lógico pensar que el Congreso lo hubiese impedido, incluso si Clinton seguía fiel a su compromiso. En el fondo, deberíamos, pues, felicitarnos de que la negativa musulmana haya tirado por tierra el último plan Owen-Stoltenberg, con lo que no se pondrá a prueba la capacidad de la OTAN de enviar los 50.000 hombres precisos para su aplicación, y la de Estados Unidos de asumir su parte en la empresa.

Los recelos de los europeos sobre la voluntad y capacidad de Estados Unidos de cumplir sus compromisos internacionales militares explican, sin duda, la dura crítica de Bill Clinton contra la política de Europa en Bosnia el pasado día 17, un hecho infrecuente en las relaciones atlánticas. En esa crítica había mucha verdad: es cierto que a Europa le ha faltado energía, que ha encajado la agresión serbia limitándose a medidas humanitarias, sin duda valiosas pero que no han modificado el curso de un conflicto terrible en sus efectos directos y cargado de amenazas para el futuro. ¿Pero tiene Clinton autoridad para lanzar esas críticas? ¿No peca la política de Estados Unidos en Bosnia de haber incumplido las promesas y de haber aceptado, como los europeos, la situación actual, tan distante de los ideales democráticos?

La reciente reunión de los ministros de Defensa de la OTAN en Travemünde ha reflejado las serias diferencias que existen entre los aliados atlánticos. La eliminación del orden del día del punto que originalmente era el principal (el envío de tropas a Bosnia) ha permitido evitar que la polémica lanzada públicamente por Clinton tuviese su eco en la mesa de conferencias. En todo caso, la ausencia de Francia ha sido un dato significativo. Ha quedado, pues, como tema central la petición de algunos países del Este (sobre todo la República Checa, Polonia, Hungría y Eslovenia) de ingresar en la OTAN. Algunos países como Alemania son partidarios de un ingreso que daría a la OTAN una razón de ser positiva como factor de seguridad en una zona sumamente fluctuante de Europa. Pero la negativa de Estados Unidos ha sido tajante, seguida por el alineamiento europeo con Washington, fácil para unos -como España, siempre opuesta a la extensión- y más dificultoso para otros.

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En todo caso, la acusación del presidente checo, Vaclav Havel, de que la actitud de rechazo es un retroceso ante Moscú es verosímil. Yeltsin, que el verano pasado aceptó en su visita a Polonia una ampliación de la OTAN hacia el Este, ahora se opone a ella. Sin duda es una consecuencia de la creciente influencia de los militares sobre la política exterior de Moscú. En cuanto a Bill Clinton, dentro de una política exterior cambiante en la que la ausencia de doctrina se sustituye por la observación de las reacciones y encuestas de los ciudadanos, parece absolutamente decidido a apoyar al actual presidente de Rusia pese a esa progresiva militarización de la política exterior.

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