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Entrevista:

"Toda la vida de Franco fue un esfuerzo por solucionar una niñez desgraciada"

Enric González

Paul Preston, profesor en la London School of Economics y uno de los más significados historiadores de la España contemporánea, publica esta semana en el Reino Unido una monumental biografía de Francisco Franco. Las más de mil páginas del libro son el fruto de casi 15 años de trabajo y de "convivencia", según sus propias palabras, con el fantasma del dictador español.Pregunta. Después de tantos años con Franco, ¿se le llega a querer?

Respuesta. Dicen que el biógrafo siempre termina enamorándose del biografiado, aunque en el caso de Franco nunca temí ese peligro. Y, ciertamente, no me he enamorado de Franco. Sin embargo, espero haber llegado a comprenderle. Hace 25 años, yo compartía la actitud común entre la izquierda española y consideraba que Francisco Franco fue un hombre mediocre que, por casualidad y gracias a Hitler y Mussolini, había llegado al poder y se había mantenido en él gracias a una enorme crueldad. Esa opinión no era del todo incorrecta, pero las cosas son más complicadas. La verdad es que la figura de Franco ha acabado fascinándome. Cuando firmé el contrato para escribir la biografia, hace 12 o 13 años, temí adentrarme en una larga época de aburrimiento. Sin embargo, han sido unos años de fascinación total. He pasado del contra Franco vivíamos mejor al ¿qué será de mí sin Franco?

P. ¿Dónde está la fascinación? ¿Cómo se explica la duración del régimen franquista?

R. El punto fuerte de Franco era su flexibilidad, el hecho de que no tuviera grandes proyectos ideológicos. Utilizó hábilmente ese margen de maniobra. Pero, desde luego, la explicación a su longevidad política se encuentra en la guerra civil. La llegada de Franco al poder estuvo directamente ligada a la guerra, que él concibió como una guerra de exterminio de la izquierda. Una cosa que me llamó mucho la atención fue que, una vez acabada la guerra y hasta su muerte, 36 años después, Franco no habló casi nunca de la izquierda, no se preocupó de ella. Tampoco se preocupó por los nacionalismos en el País Vasco o Cataluña. Para él, ésos eran problemas resueltos.

La guerra costó cientos de miles de muertos, muchos más de los necesarios desde un punto de vista militar; cientos de miles de exiliados, y, como mínimo hasta 1943, un uso masivo de cárceles y ejecuciones. Ésa fue una gran inversión en terror, de la que Franco sacó beneficios hasta 1975. Logró lo que quería: la oposición que no había muerto estaba muda. Su éxito estuvo directamente relacionado con esa frase que tantos padres decían a sus hijos: "No te metas en política, que es peligroso".

La única oposición que importaba a Franco era la que podían generar los distintos grupos del régimen. Y ahí, en el manejo de sus rivales internos, demostró un talento extraordinario: toreó como quiso a gente mucho más brillante que él, desde Ramón Serrano Súñer, su primer ministro de Exteriores, hasta Don Juan, aspirante al trono.

P. ¿No sintió nunca miedo a ser derrocado o muerto en atentado?

R. De Franco no puede decirse que le faltara coraje, como demostró en las campañas de Marruecos. Era un hombre muy valiente, con un valor frío, rayano en la insensibilidad física. Siempre sintió que su persona y su régimen estaban seguros.

P. ¿Qué era más importante para Franco, España o su poder personal?

R. Ambas cosas estaban, desde su punto de vista, entrelazadas. El más alto valor para Franco era España, pero su España, no una España liberal, democrática, descentralizada. Él creía cumplir un deber divino.

P. ¿Pero creía realmente ser un enviado de Dios?

R. Me parece que sí, aunque no se puede estar del todo seguro. Franco era una curiosa mezcla de sentido común y realismo, por un lado, y de ingenuidad e invención disparatada por otro. No hay más que recordar su fe en la producción de combustible a partir de agua y hojas. O la continua reinvención de su propio pasado.

P. Ésa es una curiosa mezcla: astuto y pragmático por un lado, y por otro, capaz de distorsionar la realidad y su propia identidad.

R. Franco era, en su trato personal, reservado pero muy correcto. No daba el tipo de dictador histérico y mandón. Pero cuando una persona cree, como creía él, que está en posesión de la verdad absoluta para salvar una nación, hay por debajo una neurosis bastante gorda.

P. ¿De dónde arrancaba esa neurosis?

R. Las claves para entender la personalidad de Franco se encuentran en su infancia. En general, puede decirse que toda la vida de Franco fue un esfuerzo por solucionar los problemas dejados por una niñez desgraciada. En sus trabajos literarios, como Diario de una bandera o el guión de Raza, siempre era crucial el papel del padre, indefectiblemente un héroe. Franco, que siempre se sintió abandonado y despreciado por su padre, llegó a secuestrar su cadáver para tratar de reescribir su pasado y convertirle en un hombre a su gusto. La invención era constante cuando Franco hablaba de su pasado con periodistas extranjeros. Cambiaba constantemente los detalles de su biografía, incluso los que ya estaban escritos y publicados. Sus problemas con la figura paterna se reflejaron en su actitud política. Falto de una ideología concreta, siempre quiso ser un padre para los españoles, ese padre autoritario pero justo, severo pero bondadoso, siempre vigilante. Quería ser, desde El Pardo, el padre que a él le había faltado. Ese bache personal lo trasladó sobre los españoles.

P. ¿Tuvo alguna vez la sensación de haberse equivocado?

R. No le conozco ningún sentimiento de ese tipo. Un hombre con una neurosis de las características citadas, capaz de reinventarse el pasado, es por definición incapaz de sentir arrepentimiento. La gente normal reconoce sus errores. Franco se reinventaba el pasado, lo cual es mucho más cómodo.

P. Pero Franco, al mismo tiempo, tendía a sentirse víctima.

R. Todo ser humano tiene esas contradicciones. Aunque nos guste nuestro trabajo, nos quejamos. En Franco, ciertamente, eso llamaba la atención de forma especial. Se reflejaba en su actitud la del niño privado de cariño y resentido. Mientras se enorgullecía de ser el vigía de Occidente, se quejaba de minucias. En muchos de sus discursos aparecen menciones sobre sus sacrificios, lamenta que los demás puedan divertirse, dormir a pierna suelta, y él no. Eso es curioso en un hombre que durante gran parte de su mandato disfrutó de largas excursiones de caza y pesca (le encantaban las actividades predatorias) y trabajó relativamente poco, tres o cuatro días por semana.

P. Murió convencido de dejarlo todo atado y bien atado. Preparó su sucesión durante muchos años, pero se equivocó por completo. Pese a los servicios de información, su conocimiento de la realidad española debía de ser defectuoso.

R. Muy defectuoso. Pero hay que tener en cuenta que, desde el fin de la guerra y hasta su muerte, Franco estuvo sometido a unos niveles de aislamiento y adulación casi inconcebibles. Lo extraño es que hasta los años sesenta mantuviera un conocimiento aceptable de la realidad. Durante el último tercio de su mandato, Franco no ejerció apenas el poder: se limitó a reinar sobre las distintos grupos franquistas. La enfermedad de Parkinson aceleró su progresiva desconexión con el mundo real.

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