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El paraíso accesible

Los alumnos de la moderna Facultad de Informática, presos de un solo autobús

Antonio Jiménez Barca

Estudian en el paraíso: una Facultad aislada, bonita y moderna (el edificio principal es de hace cinco años y se acaba de inaugurar otro edificio para este curso), rodeada de silencio, parterres, jardines y calma. Lo malo es que el largo camino para llegar a este edén universitario que es la Facultad de Informática de la Universidad Politécnica de Madrid, de 3.000 estudiantes, situada a ocho kilómetros de Aluche, lo recorre exclusivamente una sola empresa de autobuses, Escobar-Rosae, que no tiene nada de paradisiaca y que, durante el pasado año, los estudiantes denunciaron más de cien veces. Las quejas tienen un amplio espectro: desde los incumplimientos de horario hasta los malos modos, pasando por un día maldito en el que cinco alumnos tuvieron que esperar un autocar durante más de una hora bajo algo que les pareció el diluvio. Estudiar en el paraíso, pero muy lejos de cualquier otra Facultad, tiene otros problemas: sólo hay dos máquinas fotocopiadoras y una cafetería, con las consiguientes colas y problemas de precios.En la Delegación de Alumnos de la Facultad hay ya hasta un modelo de hoja fotocopiada en el que los estudiantes acostumbran a denunciar los desmanes de la empresa Escobar-Rosae. Samuel Sánchez, de 19 años, es el que se encarga de recoger las denuncias. "Cuando digo que soy yo el que lleva las cosas de transporte los compañeros se ríen un poco de mí", cuenta. "En el año pasado recibimos más de cien, pero hay gente perezosa que ni siquiera dice nada. Ahora el curso acaba de empezar y los horarios se cumplen. Pero no pasará mucho tiempo hasta que se vuelva a lo mismo de siempre", prosigue. "Lo mismo de siempre" es lo que se repite continuamente en las denuncias y que se puede resumir en el texto de una cualquiera: "El 20 de mayo de 1993 el autobús que debía pasar a las 9. 10 por Aluche llegó a las 9.20, y además no salió hasta las 9.30. Es decir, se pasó del de las 9.10 olímpicamente. Firma Laura Bermejo Colmenarejo y varios más".

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En el nutrido taco de denuncias que enseña Samuel entre resignado e irónico hay también cartas que informan de conductores que malvenden billetes viejos, de rutas ignoradas, incluso de una tarde lluviosa en la que otro conductor mantuvo en la misma parada las puertas cerradas durante 10 minutos mientras los estudiantes aguantaban a pie firme un chaparrón de película.

El coordinador de la línea, Julián García, reconoce algunas de las denuncias, como la de revender billetes: "Eso es verdad, en cuanto tuvimos conocimiento, al señor que lo hacía se le lanzó fuera de la empresa". En cuanto al incumplimiento de horarios, García argumenta que muchas veces la culpa no es de la empresa, sino de los profesores: "A veces un profesor pone un examen a una hora no muy habitual, la gente acude en masa y no se nos avisa".

"Nosotros hemos mandado, desde hace unos años, las denuncias al decanato", prosigue Samuel, "pero ya estábamos tan hartos que las mandamos, hace dos años, al mismo consorcio de transportes, ya que Escobar-Rosae trabaja con él. Pues bien, el año pasado recibimos una carta del consorcio que nos decía que habían recibido las denuncias del 91-92, y eso es todo".

"Yo llevo cinco años aquí y nunca se ha arreglado nada", comenta Jose María Cavero, de 22 años. Jose María también relata otras desgracias que provoca el exilio, aun en una Facultad tan moderna: "El año pasado nos pusimos de acuerdo todos para no tomar nada en la cafetería hasta que no bajaran los precios. Como aquí no hay nada más que esta cafetería, es la única solución". En esta cafetería, ultramoderna y repintada, como todo en esta Facultad, los cafés o los platos hay que pedirlos antes a una máquina "que se estropea con frecuencia", según un estudiante, y después, tique en mano, intentar abrirte paso entre la cola de gente. Lo malo es que en la máquina no se dice lo que está agotado, y si se te ocurre pedir algo de lo que ya no queda, pues te quedas con el ticket para el día siguiente", según Samuel. La máquina de las fotocopias también se aprovecha del privilegio de la exclusividad: los precios, según los estudiantes, son más caros que en otras facultades de la Ciudad Universitaria.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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