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El hombre que no brillaba

Frederik W. de Klerk, de 57 años, era un conocido conservador en el seno del Partido Nacional (PN), el instaurador del apartheid en Suráfrica, cuando llegó a lo más alto del partido y de la nación. Desde la presidencia, este hombre gris, que había ascendido la escala del poder sin emitir un solo destello, sorprendió a todos y por ello compartió sonrisas con Nelson Mandela y se atrajo el odio de los afrikáners más radicales, a cuyos ojos no era sino un "traidor a su pueblo".La presidencia de De Klerk está plagada de altibajos. Uno de los más llamativos de los cuales fue su huida en junio de 1992 de una multitud de iracundos negros cuando acudió al gueto de Boipatong a expresar su pésame a los familiares de 43 personas asesinadas en una de las más sangrientas matanzas, que han sido pródigas en su presidencia. La escapada presidencial hizo perder credibilidad al mensaje sobre la reconciliación entre blancos y negros.

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La encarnación de la lucha

De Klerk de ha sido acusado de haber sido muy timorato en sus acciones para controlar a elementos del Ejército y de la policía, cuya mano se ha dejado entrever como instigadora de no pocos episodios de una violencia que ha costado más de 11.000 vidas desde la puesta en libertad de Nelson Mandela. En medios diplomáticos se estima que De Klerk ha sido incapaz de curar la obsesión del PN con la supremacía de los blancos.

El presidente surafricano nació en 1936 en Johanesburgo en una dinastía con nutrida presencia en la política surafricana, que le inculcó la desconfianza ante los blancos de origen inglés y la necesidad de mantener a distancia a los negros.

Abogado de profesión, De Klerk se casó con Marike, una compafiera de la universidad. Ambos tienen tres hijos.

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