Un infierno dentro del paraíso
La ley francesa 627 es una disposición arriegada, que durante su elaboración algunos sectores de izquierda consideraron que rozaba e incluso vulneraba los límites de la constitucionalidad, por lo que hoy tiene resonancias a ley de estado de excepción, ya que autoriza a los equipos de la Policía Judicial adiestrados en la lucha contra el narcotráfico en pequeña escala -generalmente la callejera- a retener durante cuatro días, antes de enviarlos a un hospital o a un juzgado, a algunos drogodependientes y sus camellos proveedorese.Uno de los más competentes directores del cine francés, Bertrand Tavernier, hombre radical y de izquierda, afronta en L627 -que se estrenó en el festival de Venecia en 1992 y allí cosechó, como después en su país, agrias refutaciones junto a enérgicas afirmaciones- la defensa desde desde dentro de este resbaladizo precepto legal, sumergiéndonos -con sinceridad y soltura propias de un cineasta fuera de norma- en la vida cotidiana de quienes tienen el encargo de aplicarlo, uno de esos referidos equipos policiales.
Ley 627
Dirección: Bertrand Tavernier. Guión: M. Alexandre y B. Tavernier. Fotografia: A. Choquart. Música: P. Sarde. Francia, 1992. Intérpretes: Didier Becaze, Jean-Paul Comart, Charlotte Kady, Ni1s Tavernier. Estreno en Madrid: Renoir.
Es un filme elaborado con frialdad -si medimos la temperatura que emana de la racionalidad del desarrollo de la ficción que cuenta- pero que está concebido de manera pasional. El pequeño universo de un cerrado rincón del departamento policial parisiense de narcóticos es abierto de par en par por un hombre que se ha despojado de anteojeras ideológicas y, en palabras suyas durante una tormentoso debate hace un año en el Lido veneciano, "del prurito y de la dictadura de lo políticamente correcto".
Respondió Tavernier a quienes le acusaron allí de defensor de posturas policiales, autoritarias e incluso (porque la mayoría de los camellos de su película son negros y magrebís, cosa que según él es un hecho irrefu table racistas: "¡No es posible meterse con decencia en estos terrenos adoptando un punto de vista turístico!", gritó Távernier. "O se se entra de lleno en él y se impregna de su mierda hasta el cuello, o se queda uno fuera y se va con la cámara a otra parte. No se puede pretender salir limpio de una incursión como esta, porque es imposible no mancharse cuando se explora un infierno contaminado".
Película apasionante
Pues por ahí se abre el desencadenamiento pasional de esta historia cotidiana, pero terrible, hermosa, serena, llena de un salvaje equilibrio interno e incluso de cierta insólita armonía. Ese desencadenamiento tiene nombre propio y se llama Niels Tavernier, un hijo del cineasta, que hace ocho o diez años, cuando era un adolescente quedó atrapado por la tela de araña del opio químico y fue rescatado de él, ya casi en el borde de la muerte mental, por uno de estos equipos de la policía francesa.Ahora, Nielses adulto e interpreta en el filme a uno de los agentes que le sacaron de la tumba, mientras Bertrand, detrás de la cámara y la máquina de escribir, suelta el vendaval de su memoria furiosa de padre herido y domestica su grito con un magistral dominio de la expresión realista, dejando que la c ficción quede atrapada por el espíritu del documento, como ocurre en algunas obras de sus maestros Howard Hawks, Jean Renoir y Roberto Rossellini. El resultado de estas volcánicas pugnas interiores que esconde el relato es una película dificil, compleja y, fiel a la pasión de donde surge, apasionante.
No hace concesiones Tavernier. Tiene L627 algo de obra expiatoria y de acta de muerte de su idilio con la fabulación pura, defunción que se consumó poco después en su testimonio sobre los restos de la memoria de la guerra de Argelia, otro bestial y sucio infierno olvidado. Es L627 un thriller que hace trizas las convenciones del género. No hay en él buenos y malos; pacíficos y violentos. No hay dualidades: hay las multiplicidades de un grupo humano apiñado, con tantas aristas como rostros lo componen. Y hay el prosaico poema de la rutina de un trabajo ejercido en el filo de la tragedia y, en ocasiones en el revés desacralizado de esta, la comedia.
Y sobre todo hay en él verdad, porque desde detrás de la cámara hay pasión por la verdad: búsqueda en las interioridades de un infierno en el que hay puerta de entrada pero no de salida, porque es parte del paraíso, parte del modelo político, social y de vida imperante en Occidente. Un infierno -y el filme no deja resquicio de duda para esta terrible y revolucionaria convicción- que solo se apagará cuando el modelo de paraíso que lo alberga se extinga.
Babelia
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