¡Por favor, déjenme invertir!
A mis 27 años pertenezco a esa minoría que piensa que empresarios somos todos y que no saldremos de la situación actual de crisis si no es aportando cada uno nuestro granito de arena. Pues bien, en octubre de 1992, junto a un grupo de amigos, me decidí a realizar un proyecto de inversión que contempla la creación de tres puestos de trabajo.Pero la ingenuidad nuestra fue mayúscula, ya que a partir de ahí nos encontramos con la Administración, poco piadosa con los que de ella algo necesitan. Permisos, licencias y un sin fin de papeles hacen interminables unos trámites que hacen que hoy, septiembre de 1993, aún nos falten más de la mitad de los permísos necesarios para poder empezar. La culpa es de todos -excesiva burocracia, multitud de departamentos y competencias-, pero, desde luego, la ineptitud y la desidia de algunos funcionarios que se piensan que tienen que calentar el sillón durante 40 años tras aprobar unas oposiciones y para los que tu expediente es uno más de los que llenan el cajón, que sólo se acuerdan de abrir cuando ya está lleno; "vuelva usted mañana", está reunido", "está tomando café", "ha salido a desayunar", hacen que las ganas de invertir queden un poco aparte.
Yo propongo una solución, aplíquense en la Administración los métodos de la empresa privada, y, probablemente, alguno de los que se saben portadores del cargo se ocuparía un poco más de trabajar. Para ilustrar mis palabras baste un ejemplo: una instancia puede tardar hasta un mes desde el registro de entrada de un organismo oficial hasta el departamento correspondiente; lamentable.
Señor presidente del Gobierno, mejore la eficacia de la Administración y no augure recuperaciones económicas para principios del próximo año, ya que para entonces aún1e faltará algún papel-
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