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Abusar de un inválido

JOAQUíN VIDAL.Abusar de un inválido: en eso consistió esta corrida talaverana de triunfalismo desaforado. Los animalistas van a conseguir que la fiesta desaparezca del mapa, pues la razón se acaba imponiendo siempre. Hasta ahora había argumentos sólidos contra las acusaciones de tortura con que la atacaban. Porque las suertes cruentas que contienela lidia no son arbitrarias, su finalidad es medir y desarrollar la casta brava, al tiempo que ahorma la pujanza indomable propia de las reses bravas. Sin estos procedimientos, el toreo y la evolución en pureza de la ganadería de bravo serían, sencillamente, imposibles.

Pero si el toro sale ya del chiquero hecho una ruina, incapaz de pegar cuatro trancos por el redondel sin caerse, la lidia no tiene sentido. No tienen justificación alguna esas barbarie de un tío montado en un percherón forrado de guatas que le pega al toro inválido un varazo alevoso en los puros lomos, esa correría para clavarle banderillas donde caigan, es la fanfarronada de un coletudo con la edad en la boca que finge temeridades delante de sus agónicos restos.

Cunhal / Joselito, Ponce, Jesulín

Cinco toros de Cunhal Patricio, terciados e inválidos; 5o de El Torreón bien presentado, flojo, mansote.Joselito: media atravesada baja y rueda de peones (pitos); pinchazo y ruedas insistentes de peones; se le perdonó un aviso (oreja con protestas). Enrique Ponce: estocada (dos orejas); pinchazo, otro hondo caído, rueda de peones y tres descabellos (vuelta). Jesulín de Ubrique: pinchazo y estocada trasera saliendo volteado (dos orejas); media traserísima (dos orejas). Ponce y Jesulín salieron a hombros. Plaza de Talavera, 23 de septiembre. Segunda de feria. Lleno.

Paradógicamente, entre los protagonistas de la función talaverana, el que menos éxito alcanzó, Joselito, fue quien estuvo más digno. En realidad Joselito toreó con desesperante vulgaridad pero, al fin y al cabo, dio a sus torillos la importancia que tenían. No se hizo el suicida, no se excedió en las ridículas manifestaciones de majeza jacarandosa. Incluso en su segunda faena instrumentó unos naturales que constituyeron lo más aproximado al arte de torear de cuanto pudo verse en la tarde, porque cargó la suerte, adelantó la muleta y embarcó al toro en ella ganándole terreno.

El toreo de semejante forma interpretado comporta equilibrio pues se le conceden al toro ciertas ventajas, mientras el toreo, cruzado en la trayectoria de la embestida, asume el riesgo correspondiente. Muy superior, desde luego, al otro toreo que hubo allí, de líneas paralelas y sus consiguientes desencuentros. Enrique Ponce y Jesulín de Ubrique torearon así, cuando toreaban. Ponce esmerándose en la composición pinturera de los pases, mientras Jesulín, con el compás al revés, lo hacía un poco a la pata la llana.

Pero eso no fue todo en el caso de Jesulín. Terminada la sesión de pases, se pegaba a la cara del toro y en su primera faena hasta provocó que los pitones le rozaran un muslo. Literalmente le rozaron. Parecía que el toro se estaba rascando en los alamares, lo cual resulta estremecedor, si bien lo lógico seria preguntarse qué clase de toro era aquel que sobaba con el pitón un muslo, y ni embestía, ni derrotaba, ni nada. Como si estuviera moribundo o lo hubiesen drogado.

Enrique Ponce no llegó a tanto mas una vez exhibió con generosa profusión la estética de sus derechazos, pases de pecho y restante repertorio, se tiró de rodillas e hizo alardes tremendistas, provocando el delirio en los tendidos. Si llega a matar a su segundo toro igual de bien que al primero, le dan hasta el rabo.

El público estaba entusiasmado. El público aclamaba al contoneo de los diestros al concluir su abusivo pegapasismo, sin importarle que el pobre toro no hubiese podido resistir ni siquiera el leve esfuerzo de perseguir la muleta y quedara despanzurrado en el suelo. Lo cual indica que, al público, el toro le trae absolutamente sin cuidado. Y si le trae sin cuidado, ese es síntoma de que el toreo y la fiesta misma no le interesan para nada.

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