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La 'Carmen' de Marsillach entusiasma al difícil público suizo

Adolfo Marsillach consiguió arrancar los aplausos del exigente, entendido y poco expresivo público suizo en el estreno de Carmen el pasado domingo, con la que se inauguró la temporada operística del Grand Théátre de Ginebra. Adolfo Marsillach apostó por la simplicidad para la puesta en escena de la ópera más popular y más representada en el mundo entero, Carmen, lo cual acarreaba un riesgo ante un público acostumbrado a los grandes espectáculos. El resultado no pudo ser mejor.

La ópera de Bizet no se representaba en la ciudad de Calvino desde hacía 14 años. La noche del domingo, leyendo un programa ilustrado con imágenes de la corrida, bailaoras, cigarreras y gitanas de Botero, el público esperaba a Carmen. El tout de la sociedad estaba presente -incluidos los Rothschild y el príncipe Agá Khan-, para ver acuchillar la libertad y el amor, de la Carmen.Hubo inauditos bravos y expresiones de sorpresa de un público vestido de etiqueta y enjoyado con perlas, ante el color de los cuadros humanos creados por Marsillach y ante una Carmen elegante y fascinante interpretada, por Denyce Graves; la mezzosoprano negra ha recorrido los más grandes escenarios del mundo con este papel y próximamente lo cantará con Domingo en el Convent Garden.

"Es un papel sin parangón", asegura Denyce Graves, "desde la entrada en escena encanta, existe: todo está dicho. El público espera a Carmen. El papel además va perfectamente con mi físico, con mi carácter, con mi voz. Una gitana bohemia, judía, africana y, ante todo, libre. Y me escogieron una vez más". A Marsillach le gustaba porque la mezzosoprano rompía los convencionalismos. Y si algo quería evitar el director del Teatro Clásico español era "encerrarse en los tópicos -española y gitana- que decapitan las mil caras del mito de Carmen", dijo.

Hace un año el director del Grand Théátre, futuro director de la ópera de la Bastilla, se entusiasmó con la puesta en escena que Marsillach realizó de Ante todo es mi dama de Calderón, y lo llamó para Carmen. Y para intentar captar su complejidad, Marsillach arregló los diálogos y realizó una puesta en escena elegante y simbólica.

Durante los cuatro actos, la acción se desarrolla en un solo escenario: una tarima en el centro, sobre la arena, con forma de tablao, rodeada de una barrera como si fuera una plaza de toros. Un espacio desdoblado que es el lugar de la acción y la narración, como un ring de boxeo donde se desarrollan los cuatro actos de la tragedia. Un poco de sol y de luna, arena y sangre; "es como un ring -explica Marsillach- porque lo que sucede entre Carmen y Don José es una tragedia similar a la que ocurre en una corrida de toros.

Dos detalles que gustaron de forma particular fueron el efecto de enlace entre los cuatro actos: unos areneros limpiaban el escenario como preparando el terreno de la plaza para un nuevo episodio de la acción. El otro elemento fue el tratamiento del coro, concebido a la manera de las tragedias griegas. El coro es el observador detrás de la barrera, y es a la vez actor y narrador.

Pero además de la simplicidad del decorado -inusual y duro para tantos amantes del exceso-, el público quedó embelesado por la magia del juego y de la composición que con los actores realizó Marsillach.

El fondo era sobrio pero en él estalló el color y eran los propios actores los que con sus movimientos se colocaban componiendo cuadros costumbristas, que evocaban la profunada tragedia a la manera de Goya.

Llamadas del extranjero

No era la primera vez que Marsillach montaba una ópera; ya había estado en el Grand Theátre en Ginebra en 1989 con La hora española de Ravel. "Yo vivo en un país muy raro y mientras fuera me llaman repetidas veces, en mi propia nación todavía no me han propuesto nada por el estilo". Las representaciones continuarán hasta el día 2 de octubre. La última función se retransmitírá en directo por varias cadenas europeas de televisión y podrá ser vista por millones de espectadores.Muchos han sido los seguidores de Carmen pero seguramente uno de los más singulares fue Nietzsche quien no sólo calificaba la música de Bizet "de liberadora y catártica" sino que le hacía sentir "más y mejor filósofo: más tolerante, bueno, indulgente y féliz".

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