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"Este acuerdo tiene que funcionar caiga quien caiga"

Numerosos judíos y palestinos de Jerusalén ansían la consolidación de la paz en Oriente Próximo

"El tren de la paz ha arrancado a tanta velocidad que, en uno y otro campo, muchos se caen de las puertas y las ventanas", dijo ayer Elías Harari, un abogado judío de Jerusalén. "En nuestro campo", añadió, "la gente está, ante todo, perpleja por la rapidez con que está ocurriendo todo. El pasado viernes, Isaac Rabin firmó el reconocimiento de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP); mañana [por hoy] va a estrechar la mano a Yasir Arafat. ¿Se da cuenta del choque que esto representa para nosotros?".Esta velocidad, según Harari, es necesaria para "desbordar a los extremistas y evitar que se prolonguen demasiado los traumas. En Oriente Próximo sólo triunfa la política de hechos consumados, y eso vale tanto para la guerra como para la paz".

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El pasado sábado, Harari visitó a su hija en el cuartel en que ella cumple su servicio militar obligatorio. "Estoy harto, mi' hija está harta, muchos israelíes estamos hartos de vivir en permanente estado de guerra. Ahora los israelíes estamos divididos entre una inmensa esperanza y un miedo profundo, y en muchos casos, incluido el mío, esos sentimientos afloran al mismo tiempo".

Votante laborista, Harari es de los que piensan que Israel debería hacerle un monumento al actual ministro de Asuntos Exteriores Simón Peres, "el nuevo Ben Gurion, el hombre que puede traernos la paz". "Este acuerdo", sentenció este abogado que confía en el futuro, "tiene que funcionar. Va a ser difícil que funcione, va a correr sangre por ambas partes, sangre israelí y palestina, pero tiene que funcionar. Es la última oportunidad".

Los bates, los restaurantes, los hoteles, los locales de asociaciones políticas, ciudadanas, deportivas y culturales de Jerusalén Oeste, Tel Aviv y otras ciudades israelíes, alquilaban ayer televisores o arreglaban los suyos para la jornada de hoy. Los israelíes se aprestaban a seguir masivamente en directo, en un día que se presenta radiante, la que va a ser una de las más alucinantes escenas de nuestro tiempo: el encuentro en la Casa Blanca de Washington entre los gobernantes del Estado israelí y el palestino Yasir Arafat.Sangre en las manos

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La mitad de los israelíes emitían comentarios negativos sobre esa escena. "Yasir Arafat tiene las manos manchadas de sangre judía", dijo Raquel Rotem, empleada de una librería de la calle Ben Yehuda, de Jerusalén. "La única política que los árabes entienden", añadió, "es la del palo en la cabeza. Si Israel baja la guardia, Arafat terminará instalándose en el Muro de las Lamentaciones".

Pero el tren de la historia siguió su marcha a toda velocidad. Abed Abdelkader, un joven palestino que, hace dos años, fue herido por una bala israelí, contó cómo, en la noche del pasado sábado, los soldados habían escoltado la caravana de coches que, con banderas palestinas y fotos de Arafat, recorrió Jericó. "Estamos aquí para protegerles de los enemigos de la paz", dijeron los guardianes de Israel. "Sólo esa noche", confesó Abed, "acepté que también los judíos quieren la paz".

En el amurallado centro histórico de Jerusalén, abanicando los rescoldos de una barbacoa, el palestino Abu Salah dijo ayer exactamente lo mismo que el abogado israelí Elías Harari: "Este acuerdo tiene que funcionar, caiga quien caiga. Es la última oportunidad".

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