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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La polémica sobre García Calvo

En EL PAÍS del pasado 21 de agosto, al día siguiente de firmar una carta encabezada por el profesor Aranguren que pedía una cierta comprensión para lo que cabría llamar el caso García Calvo, leo una columna de su colaborador Jorge M. Reverte en que se da a entender que quienes se solidarizan en alguna medida con aquél son poco menos que defraudadores a Hacienda y hasta nacionalbolcheviques españoles. Por lo que a mí respecta, trato de estar al día en el pago de mis impuestos y no creo tener nada de nacionalbolchevique, así como tampoco de neoliberal, pues el Estado de bienestar me parece hoy por hoy socialmente más justo, pese a sus defectos, que cualesquiera de las alternativas conocidas que acostumbran a oponérsele. Se me podrá sin duda criticar que, pensando como pienso, la firma de la susodicha carta me haya hecho incurrir en una de las tantas contradicciones con las que todos amasamos nuestras vidas, sin excluir de ello a Agustín García Calvo y con la presumible excepción del autor de la columna. Pero convendría no sacar las cosas de quicio. Como funcionario jubilado del Estado que es, también García Calvo paga impuestos y su descubierto con Hacienda por otros conceptos resulta considerablemente menor que el de numerosísimos beneficiarios de cuentas de dinero negro con los que la Administración no ha vacilado en mostrarse comprensiva cuando así lo ha estimado conveniente. Personalmente, opino que Agustín García Calvo se ha metido en un atolladero del que me alegraría verle salir con bien, pues me cuento entre los que, con una ocasión u otra, se han sentido estimulados por su obra y su personalidad. Al hacerle llegar mi solidaridad estoy a cien leguas de la apología de la defraudación a Hacienda o la adhesión a ningún tipo de nacionalbolchevismo, pero me complace asimismo distanciarme del rigor justiciero con que moralistas sin tacha señalan con su implacable dedo acusador a un amigo en apuros, ignoro si tan celosamente como denuncian corrupciones públicas que agravian no menos, y con frecuencia más, a los contribuyentes. Y si al hacerlo así me contradigo, pues lo siento. No es la primera vez que eso me ocurre y me temo que no habrá de ser la última.-

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