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Euforia palestina en Gaza

Los palestinos de Gaza saben que Arafat tendrá que librar aquí su batalla con Hamas y Yihad Islámica

ENVIADO ESPECIALUn túnel. Difícil discernir si esta idea para unir Jericó y Gaza es producto de la euforia nacionalista o más bien efecto del calor implacable. Pero la idea existe. La exponía ayer con entusiasmo un ingeniero cuarentón y carirredondo llamado Wafiq Abu Sido.

En las oficinas de un modesto edificio de dos pisos donde los palestinos de Gaza están comenzando a discutir "asuntos de Estado" bajo un sol implacable, Abu Sido afirma con incipiente aplomo ministerial que nada impedirá el tránsito libre entre las dos zonas. En medio hay actualmente innumerables cuarteles del Ejército israelí e hileras de asentamientos judíos.

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Delirio y luto en la franja prometida

Viene de la primera página"Ya hemos encargado el estudio a unos expertos japoneses", dice apurando la tercera naranjada tibia. No está bromeando. "Si se nos trata de cortar la comunicación entre Gaza y Jericó, construiremos un túnel. Sí señor, un túnel".

Afuera se discuten principalmente dos cosas igualmente inverosímiles: la fecha de la llegada de Yasir Arafat a Gaza -cinco de cada ocho palestinos dicen que será el primero de enero- y el lugar donde el veterano líder de la agonizante guerrilla palestina va a instalar su residencia en la tierra de los antiguos filisteos. Esto no está todavía claro. Hay por lo menos seis mansiones que aspiran a acoger al presidente Arafat.

"Queremos ver, de una vez por todas, el fin de nuestra tragedia", dice Abbas Yaru, un taciturno contable de 40 años que se gana la vida trabajando para cinco negocios en la bulliciosa calle Omar Mujtar, donde hay tantos automóviles como carromatos tirados por burros, casi un emblema de Gaza. "Y por primera vez en la vida veo la posibilidad de que nuestros sueños se hagan realidad", añade.

Hay millares de palestinos dispuestos a apostar que las cosas van a ser un tanto más complicadas y para quienes resulta contraproducente el afán de darle rienda suelta a la imaginación, especialmente bajo el sol de plomo que castiga a Gaza con una temperatura de 40 grados.

Cierto, incluso el Vaticano ha calificado la vertiginosa marcha del proceso de paz en Oriente Próximo como un milagro en todo el sentido de la palabra. Soñar es gratis. Construir el Estado independiente que Arafat ha prometido a sus compatriotas es otra cosa. Los palestinos de Gaza lo saben mejor que nadie. Es aquí donde Arafat tendrá que comenzar a librar su próxima campaña, ya no contra el Ejército de ocupación israelí sino contra los militantes del movimiento islámico de Hamás y la Yihad Islámica (Guerra Santa). Para ellos, el acuerdo secretamente concebido en Oslo, y que será firmado en breve, es la más deshonrosa capitulación de la historia de los palestinos.

"Nuestra lucha continuará hasta que ondee la bandera del islam sobre Jerusalén", juraba el último panfleto distribuido por Hamás el martes. Para los integristas musulmanes, la llamada "opción Gaza-Jericó primero" es una trampa, que pretende adormecer para siempre las reivindicaciones palestinas.

Ayer, en las calles del miserable campo de refugiados de Nuseirat, al sur de la ciudad de Gaza, era evidente que Yasir Arafat tiene toda una generación en contra. Grupos de palestinos apedreaban sin mayor resultados a una patrulla israelí que fue a dispersar una manifestación relámpago en pleno mercado local.

Jóvenes palestinos arrojan piedras a jóvenes israelíes en un enésimo episodio del juego del gato y el ratón. "¡Muera Israel, muera Arafat!", coreaban los palestinos. "¡Nuestras piedras te llegarán, Abu Ammar!". Piedra en mano, Abdalá Abdel-Rahmán, un joven estudiante de informática de la Universidad Islámica, exclamó: "¡Arafat nos has traicionado! ¡Arafat, israelí!".

Desde los grupos islámicos hasta los dirigentes radicalizados de la guerrilla palestina, las advertencias siguen siendo idénticas: al pactar la paz con Israel, Arafat se arriesga a provocar una guerra civil entre los palestinos. Al igual que la rebelión popular que estalló hace casi seis años, Hamás nació en Gaza y su poder, de castigo es escalofriante.

Más de 400 palestinos acusaos de colaborar con el Ejército sraelí han muerto a manos de los justicieros de Hamás desde 1987. "Los ingredientes para una lucha fratricida están al alcance de la mano", afirma un sociólogo palestino que trabaja para la ONU en Gaza. "Puede correr mucha sangre cuando Arafat forme su policía y decida liquidar a sus rivales. Harnás es cada día mas fuerte. Por eso, Israel se retira de Gaza", añade.

Uno de ellos era Azzam Abu Armana, de 17 años. Hasta hace poco, su nombre no habría sido más que una estadística. Pero Abu Armana se ha convertido en el primer palestino que muere en medio de la euforia palestina. Ayer, en su velatorio, parientes y amigos recordaban sus virtudes como hombre y como estudiante. El joven fue abatido a tiros por una patrulla israelí a la salida del campo de refugiados de Nuseirat.

Según la versión oficial, los soldados le sorprendieron hacha en mano, amenazando a los palestinos que se marchaban a trabajar en Tel Aviv. Hamás había decretado una huelga general para denunciar "la traición de Arafat". A la entrada de su casa, los palestinos de Nuseirat han colocado un cartel. "Honor al mártir Azzarn", reza. A su lado, la figura de un enmascarado flanqueado por dos fusiles. "La Intifada no morirá hasta que recuperemos Jerusalén", dice uno de los dolientes.

No es precisamente la idea del acuerdo de paz que se firmará en Washington. "¡Piedras y cuchillos contra los soldados de ocupación!", grita un palestino. "¡Piedras y cuchillos contra los traidores!", exclama otro. Si en Gaza hay ilusiones, también existe rencor. Porque el luto, sencillamente, no cesa.

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