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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Heridas abiertas

CONCLUYÓ SIN sangre la crisis de los rehenes en Nicaragua, pero no sin heridas políticas que probablemente tardarán en cicatrizar. Los protagonistas, activos o pasivos, tienen tantos motivos para felicitarse por el desenlace como para preocuparse por la fragilidad que revela. Satisfacción de unos por la ausencia de víctimas y porque no cedieron a las exigencias públicas de los dos grupos secuestradores; de los otros, porque están libres. Pero se sale del conflicto sin un acuerdo nacional de reconciliación que apague el fuego de la guerra civil latente.La evidente anomalía que supone el pacto de hecho entre el entorno de la presidenta, Violeta Chamorro, con su cuñado Antonio Lacayo de cerebro, y el sandinismo (con Humberto Ortega al frente del Ejército) no tiene trazas de desaparecer, como tampoco esa rareza de que el vicepresidente encabece la oposición al régimen, pese a la victoria electoral de la coalición de que formaba parte. El acuerdo de los vencedores con el sandinismo ha contribuido tal vez a evitar violencias mayores, a desarmar a miles de combatientes, a reducir en un 80% los efectivos del Ejército, a cambiar la política económica sin hacer tabla rasa de las reformas sociales impulsadas por el Gobierno anterior y a promover una transición indolora.

Sin embargo, los i ncidentes de los dos últimos meses revelan que no ha resuelto el problema de fondo. La presidenta sale tocada de la crisis, acusada, no ya de reinar sin gobernar, sino de flagrante desinterés por la suerte de los rehenes y de poner tierra por medio con un incomprensible viaje a México. La situación sigue igual de deteriorada, con la agravante de que los comandos secuestradores salen inmunes e impunes, tal vez para repetir su aventura.

El Gobierno, que dirige en la práctica Lacayo, intenta extender el actual pacto con los sandinistas a la Unión Nacional Opositora, cuya capacidad de compromiso es dudosa y cuyos líderes han sido humillados por los secuestradores recompas. Antonio Lacayo y Humberto Ortega son las dos grandes bestias negras de Godoy y los suyos, y el comando recontra no logró la dimisión que dijeron pretender con el secuestro. Unos y otros tienen que mostrar ahora que su deseo de evitar otra guerra está por encima de sus odios y rencillas personales. Y los sandinistas deberían tener en cuenta que perdieron las elecciones y que el control del Ejército no les autoriza a conservar el poder. El cardenal Obando, arquitecto del proceso de diálogo que recondujo el conflicto hacia las umas, tendrá que echar una mano, pero tiene muy dificil alcanzar un compromiso que satisfaga a todas las partes.

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