Apoteosis artista

Rojas / Romero, Manzanares, Finito
Toros de Gabriel Rojas, (el 2º, devuelto por cojo), muy justos de presentación, mansos y muy nobles.
Curro Romero: media muy baja, pinchazo y dos descabellos (división de opiniones); bajonazo y cuatro descabellos (vuelta). José María Manzanares: estocada
(dos orejas); casi entera y un descabello (oreja). Salió a hombros. Finito de Córdoba: tres pinchazos, dos descabellos -aviso- y dos descabellos (silencio); estocada baja y descabello (oreja).
Plaza de toros de Málaga. 22 de agosto. Décimo y último festejo de feria. Casi lleno.
Se hizo realidad el tópico de que el público salió toreando de la plaza. Unos, para imitar -vana ilusión- el esplendor artista del triunfador Manzanares; otros, para recordar la hondura del joven Finito, y todos para encontrar y no hallar una explicación a ese misterio al que llaman Curro Romero. El público salió toreando porque Málaga vivió una apoteosis del arte de torear, una lección magistral para el recuerdo de tres generaciones, que se hacen una, cual trinidad santa, cuando de torear se trata.Sólo un bajonazo le impidió salir a hombros de la Malagueta, después de dictar un bellísimo tratado de tauromaquia con capote y muleta ante un toro serio de 588 kilos de peso. Lo recibió con seis verónicas y media, rápidas, pero emocionantes, pero no acabó ahí la historia. Tras un desigual tercio de varas, el de Camas citó al toro en el centro del ruedo y dibujó dos lentísimas verónicas y una media de cartel. Tomó la muleta, respiró hondo, y explicó lo que es el toreo por la derecha: como hay que tomar la distancia, dejarse ver, parar la embestida, templarla y mandarla, hacerse uno con el toro... y todo ello, con suavidad, armonía, guapeza y con ese estilo tan personal y envolvente que se llama Curro Romero.
El gran triunfador de la tarde y de la feria se llama José María Manzanares. Su faena al primero -de muy escasa presencia y nobilísimo- fue, de verdad, un auténtico monumento al arte de torear. Una labor asombrosa por la perfecta sintonía entre el justo recorrido del animal y la belleza de los pases. La actuación de Manzanares, grandiosa, no tuvo más que un pero: el toro era una cabra, chico y sin cabeza. Lo cual no le quita mérito a sus bellos trazos, pero si al conjunto de su labor. En el quinto, más encastado, su faena fue desigual, con momentos brillantes y otros sin historia.
Finito no quiso ser convidado de piedra. Su primero no tuvo un pase, y se la jugó ante el sexto, un manso encastado. Con ambas manos, el torero cordobés buscó y encontró el triunfo. Fue una faena de corazón, el de un joven que se resistió a ser el último de la fila ante sus artistas mayores.
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