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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La bandera de Donosti

DENTRO DE un mes hará 18 años de aquel día en que lo s jugadores de la Real Sociedad y del Athletic de Bilbao, así como dos del Racing de Santander, saltaron al terreno de juego con brazaletes negros en protesta por los que serían últimos fusilamientos del franquismo. Aquel gesto de los héroes del estadio fue un símbolo de la profundidad del rechazo popular, especialmente en Euskadi, al régimen del general Franco. El pasado día 11, en el viejo campo del Real Unión de Irún, los jugadores de la Real Sociedad y de Osasuna desfilaron tras una pancarta en que se pedía la libertad de Julio Iglesias, secuestrado por ETA. El viernes, los casi 30.000 aficionados que llenaban las gradas del nuevo campo donostiarra de Anoeta aplaudieron el iluminado asiento vacío del secuestrado, socio de la Real, y los capitanes de este equipo y del Real Madrid posaron, antes del encuentro de inauguración y en compañía del trío arbitral, ante un gran lazo azul, emblema de la exigencia de liberación de Julio Iglesias por parte de sus paisanos. Los jugadores donostiarras no llegaron a lucir el lazo, como había sido propuesto, porque no hubo unanimidad entre ellos. Pero seguramente no está lejos el día en que la habrá, como la hubo hace 18 años contra Franco.Hace unos diez años, a un activista le explotó en San Sebastián una bomba que manipulaba. Grupos de radicales recorrieron la parte vieja de la ciudad obligando a los comerciantes a cerrar sus establecimientos en, señal de duelo. Sólo hubo tres o cuatro que se negaron a obedecer (por lo que algunos de ellos serían más tarde amenazados mediante pintadas). Pero lo más significativo fue que se trataba prácticamente de los mismos únicos comercios que, años atrás y en protesta por los que serían últimos fusilamientos, del franquismo, habían cerrado sus puertas siguiendo la consigna lanzada por la oposición (por lo que serían multados por el gobernador civil).

Durante demasiados años, una parte de la sociedad vasca ha reservado para el ámbito privado su rechazo de la violencia y las imposiciones del mundo de ETA y Herri Batasuna (HB). La repulsa contra los secuestros, por ejemplo, era compatible con la aceptación de la lógica de los terroristas, y no era raro escuchar o leer que el de tal o cual empresario había tenido un "desenlace féliz" porque la familia había pagado el rescate (con el que los terroristas financiaban la siguiente fechoría). Ese conformismo está desapareciendo, y hoy son mayoría los ciudadanos que ya no se callan: el lazo en la solapa, como la asistencia, cada vez más numerosa, a las concentraciones convocadas por las asociaciones pacifistas, son síntomas de ello.

De ahí la histeria de los que llevan años viviendo (y bebiendo, como ha dicho estos días con gran precisión el consejero de Interior, Juan María Atutxa) a costa de los chantajes de ETA: no están acostumbrados a que la gente les pierda el miedo, y cada vez les resulta más difícil dar la cara por los pistoleros. Los extorsionadores detenidos la semana pasada por Atutxa han "acreditado", según un comunicado difundido estos días por HB, su "capacidad de entrega, sacrificio y trabajo en beneficio de la sociedad vasca". Lo de "trabajo" parece una respuesta a la insinuación del hijo de un extorsionado sobre la falta de amor al mismo de los activistas. El secuestro de Iglesias es para el portavoz habitual de HB "la consecuencia clara del enfrentamiento con el Estado español", pero también "un asunto privado entre los secuestradores y la familia". Por lo demás, son los partidos y ciudadanos que piden la liberación de Iglesias, y no quienes lo mantienen secuestrado, quienes están "provocando un clima de enfrentamiento civil".

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La idea de una ciudad dividida en dos bandos equiparables, los del lazo azul y los del lazo verde, los que rechazan y los que aplauden el secuestro, es tan falsa como la de una Euskadi en guerra con España. El pasado 6-J, el partido socialista y el popular fueron las dos primeras fuerzas políticas en San Sebastián (y HB, con el 15%, la cuarta). La inmensa mayoría de los donostiarras rechaza la violencia y la imposición, y son minoría esos insensatos que aguantan mal el kalimotxo -mezcla de vino tinto y coca-cola- y se desfogan agrediendo a sus vecinos. Ayer se demostró, una vez más, al fracasar en su intento de boicotear la Salve.

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