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Bosnia (1992) España (1936)

En varias ocasiones recientes, Juan Goytisolo ha descrito con elocuencia en estas páginas las trágicas analogías entre el destino actual de los musulmanes bosnios y el de los musulmanes y conversos en la España del siglo XVI. Hay otra trágica analogía, menos completa, pero igualmente importante por sus implicaciones políticas y morales, entre las reacciones de la comunidad intemacional a las agresiones serbocroatas contra Bosnia y las reacciones de la comunidad intemacional con ocasión del alzamiento de julio de 1936 contra la República Española.Hablemos primero de la situación bosnia. La división del Estado yugoslavo multinacional a finales de los años ochenta condujo a la formación de los Estados sucesores de Eslovenia y Croacia (constituidos en julio de 1991 y reconocidos por la Comunidad Europea en enero de 1992), Bosnia-Herzegovina (reconocida internacionalmente en abril de 1992) y Macedonia (aceptada de facto, pero aún no reconocida oficialmente debido a la oposición de Grecia al nombre de Macedonia). La creación de estos nuevos Estados hizo que Serbia-Montenegro siguiera siendo el núcleo de la Yugoslavia que había existido de 1918 a 1992 y significó también el fracaso de un esfuerzo de 70 años por superar el tribalismo en el sureste de Europa.

Yugoslavia se creó al final de la Primera Guerra Mundial con el objetivo de conceder libertad política y rango de Estado a lo que durante siglos habían sido las discutidas provincias fronterizas de los imperios de Habsburgo y otomano. Se estableció como una monarquía constitucional, bajo la dinastía serbia existente, pero con claras garantías de democracia parlamentaria e igualdad de derechos para todos sus ciudadanos, con independencia de su etnia o religión. Sin embargo, al cabo de una década, se convirtió en una dictadura real dominada por los monárquicos serbios. En la Segunda Guerra Mundial fue ocupada por el Ejército alemán y fue escenario de una bárbara guerra civil que involucró a los chetniks nacionalistas serbios, los ustachas nacionalistas croatas y los partisanos de tendencia comunista de Josip Broz, Tito. Los alemanes activamente y el Vaticano implícitamente favorecieron a los ustachas en una política de "división y conquista" en la que su grupo relativamente favorecido fue la fuerza fascista, croata y católica romana.

Pero afortunadamente (en opinión de este escritor) los partisanos ganaron esa guerra civil y establecieron un régimen que, a pesar de su carácter político no democrático y su equivocada política económica, era al menos un régimen que preconizaba y practicaba la tolerancia mutua entre eslovenos, croatas, serbios, montenegrinos, bosnios, macedonios, húngaros (en Voivodina) y albaneses (en Kosovo). Desgraciadamente, ni la monarquía autoritaria del rey Alejandro ni la federación comunista bajo el mariscal Tito fueron capaces de crear lealtades duraderas a principios políticos que no fueran de naturaleza tribal.

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Cuando la comunidad internacional reconoció la independencia de Bosnia-Herzegovina en abril de 1992, el Ejército -antes yugoslavo, ahora serbio- ya había ocupado partes de Croacia justo al norte de Bosnia y partes de la propia Bosnia en las que afirmaban que había que defender a los serbios étnicos contra la supuesta violencia dé croatas y bosnios. Reconociendo teóricamente la independencia de Bosnia, retiraron aproximadamente el 20% de sus tropas de ocupación, constituidas por ciudadanos de Serbia o Montenegro, y dejaron su abundante y moderno armamento en manos del 801/o restante, que de repente se habían convertido en ciudadanos bosnios de etnia serbia que se defendían contra una mítica agresión bosnia.

Desde abril de 1992, los bosnios serbios, apoyados por la dictadura nacionalista serbia de Slobodan Milosevic, han emprendido un descarado esfuerzo por destruir el Estado de Bosnia y por asesinar o enviar al exilio a toda la población musulmana -es decir, aproximadamente la n-útad de los habitantes de Bosnia- a finales de 1991 y durante varios siglos antes de 1991. La comunidad internacional ha contemplado los acontecimientos con auténtico horror, ha intentado sin éxito aplacar a los serbios (y, en menor medida, a los croatas) con varios planes abortados para la. división, de Bosnia que confirmaban básicamente las conquistas serbocroatas y los ultrajes serbocroatas a los derechos y dignidades humanos más fundaméntales. La comunidad internacional ha declarado también, pero no lo ha puesto en práctica, un embargo de armas contra los agresores serbios, y ha hecho esfuerzos humanitarios, con éxito parcial, por alimentar y proteger a los civiles inocentes. Al mismo tiempo, las cambiantes alianzas de croatas y bosnios, y las atrocidades en que de cuando en cuando incurren las milicias musulmanas, han hecho que resulte dificil ver una verdadera justicia en la causa de los bosnios asediados.

Las actividades mencionadas en el último párrafo son las que recuerdan en muchos aspectos a la guerra civil española. Un grupo de oficiales militares y admiradores civiles del fascismo se propuso exterminar a lo que consideraba la chusma masónica, marxista, anarquista y atea de una "anti-España". La comunidad internacional contempló con espanto los asesinatos en masa perpetrados por los militares y los asesinatos esporádicos perpetrados por anarquistas y comunistas víctimas de la rebelión militar. A través de la Liga de Naciones y del (mal llamado) Comité de No Intervención intentó cortar la entrega de armas a ambos bandos. Pero Mussolini y Hitler abastecieron alegremente al general Franco con las armas necesarias para ganar la guerra civil, y el embargo sólo se hizo efectivo a la hora de impedir que la República comprara armas en cualquier parte que no fuera la Unión Soviética. A través de los cuáqueros y varias otras iglesias, tanto católicas como protestantes, organizaciones no gubernamentales lograron llevar ayuda médica y otros tipos de ayuda humanitaria a la República asediada; pero esas medidas no afectaron en modo alguno al resultado de la guerra, que ganó una fuerza fanática desafiando toda ley nacional e internacional.

Tanto en el caso bosnio como en el español, una sociedad tolerante, conscientemente pluralista, y sin consolidar desde un punto de vista político fue destruida por fanáticos ideológicos bien armados. En ambos casos, la diplomacia intemacional dio muestras de una especie de hipocresía inútil y pretendió defender unos principios cuando de hecho estaba aplacando al agresor. Palabras y actos que se veían acompañados por la clase de vergüenza moral que las personas inteligentes sienten inevitablemente cuando dicen una cosa y hacen otra bastante diferente, o son testigos silenciosos de ella.

Hay también un notable paralelismo en cuanto a la clase de señales que se están transmitiendo a agresores potenciales de otras partes del mundo. El fracaso de las principales democracias a la hora de defender a la República Española animó a Hitler a pensar que no encontraría ninguna resistencia en su ocupación de Austria (marzo de 1938) y su destrucción de Checoslovaquia (octubre de 1938-marzo de 1939). Calculó mal en el caso de Polonia y precipitó así la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939. Hoy hay purificadores nacionalistas y étnicas que o bien ya están en marcha o esperan ansiosamente su oportunidad en la India y en Pakistán, en Irak, en todas las repúblicas sucesoras de la desaparecida Unión Soviética y en varios países africanos y de Europa del Este. Hasta ahora, las señales que están recibiendo son de que el bazar de armas internacional está abierto de par en par, que habrá petróleo en abundancia, que la comunidad internacional es incapaz de unirse contra los agresores, que habrá pequeñas e irregulares cantidades de ayuda humanitaria a disposición de algunas de las víctimas y que las organizaciones no gubernamentales que protegen los derechos humanos pueden someter a los agresores a una publicidad desfavorable, pero no a nada que pueda afectar su éxito político-militar ni castigar sus atrocidades.

es historiador.

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