La idea
El ejecutivo había renunciado a las vacaciones por miedo a ser víctima de la regulación anunciada para el otoño. De manera que aquel primer día de su no-veraneo llegó a la empresa dispuesto a comerse toda la basura que hiciera falta. A las doce fue convocado en inglés a una tormenta de ideas. En la sala de reuniones, además del jefe, que era un jefe cansado, como los espías de Le Carré, había seis tiburones jóvenes con contratos temporales que se quitaban las tormentas de la boca unos a otros. El ejecutivo intentó descorchar una idea, pero su actividad cerebral iba de la hipoteca contraída en los años de gloria a las letras del BMW sin dar por el camino con nada aprovechable.En esto, vio correr una idea por el interior de su cabeza, pero antes de que pudiera atraparla se escondió en un agujero abierto en una pared imaginaria. Mientras los tiburones jóvenes se escupían unos a otros latinajos en inglés, él entornó los ojos, visualizó con todo detalle la pared y el agujero, y se dispuso a esperar a que la idea asomara a la cabeza para cogerla por el cuello. Al cabo del rato, en lugar de la idea, vio salir un cortejo fúnebre minúsculo desfilando detrás de un coche mortuorio. El ejecutivo lo siguió mentalmente con la esperanza de que el funeral fuera de córpore insepulto y alguien levantara la tapa del ataúd para ver el cuerpo de la idea, aunque estuviese un poco muerto. La tormenta arreciaba y como no dijera algo pronto podían regularlo. Pero la comitiva se encaminó directamente al cementerio y la caja fue introducida en una fosa.
"¿Y tú qué dices?", le preguntó el jefe, cansado. "Tenía una idea, pero acaba de fallecer", contestó. El jefe se levantó agotado, le colocó la mano en posición de pésame sobre el hombro y le ordenó que se fuera de vacaciones. "En septiembre hablarernos", añadió.
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