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Tribuna:CRISIS Y ECONOMÍA
Tribuna
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Las consecuencias de la política económica europea

La carroña de la que se nutrían los especuladores era la voluntad de Francia y de unos cuantos países más de equiparar el valor . de sus divisas al del marco alemán.

La tormenta mólietaria que barrió Europa Occidental el pasado fin de semana fue otro lamentable golpe a la cooperación europea, provocado por una arrogante suposición de que los gobiernos pueden controlar la economía, y por tanto, pueden dictar el valor de sus divisas.La crisis no se debió sólo a la especulación. Los especuladores son los buitres del mercado fiscal -y, a su modo, útiles-. La carroña de la que se nutrían los especulad - ores era la voluntad de Francia y de unos cuantos .países más de equiparar el valor de sus divisas al del marco ale mán, en un momento en que las exigencias de la política económica alemana contradecían directamente la política que requería la situación de otros países. Se siguió este rumbo a costa de un aumento del desempleo y de las consiguientes tensiones sociales internas.

Los especuladores supusieron correctamente que esta política no se podría mantener. Por eso es por lo que los mercados no estarán del todo tranquilos hasta que el paro no empiece a descender en Europa occidental y se remonte la actividad de las empresas, lo cual daría esperanzas razonables de que se puede poner fin a la peor recesión europea desde la guerra. Eso pasará cuando los tipos de interés bajen y se adopten políticas más expansionistas.

En este asunto, como en la polémica cuestión del proteccionismo, vemos el mismo problema. Se ha adquirido un compromiso con un proyecto teórico, plausible en sí mismo, pero que en la práctica castiga al empleo las normas laborales, y el bienestar patente - de la gente. La teoría afirma que estos problemas son temporales y que, al final, los trabajadores y sus familias estarán mucho mejor que antes. Pero estos beneficios no terminan de llegar.

El nuevo director del GATT, Peter Sutherland, me criticó recientemente (en la edición del 3 de agosto del International Herald Tribune) por haber escrito algunas columnas que ponían en cuestión el comercio libre. No soy un proteccionista, pero veo que las actuales consecuencias de la competencia comercial incluyen fuertes presiones para un recorte de salarios y de la protección laboral y unas normas sociales deprimentes en los países avanzados. La gente dice que la consecuencia definitiva del comercio libre será una mayor eficiencia, y empleos me, jores para todos. Lo que yo pregunto es: "¿Cuándo?". ¿Puede afirmarse convincentemente que esto va a suceder realmente, o que lo hará en un plazo de tiempo relevante para la gente que ahora está en el mercado laboral?

Hay evidencias para todos los gustos. Los argumentos de Sutherland evidentemente tienen mérito. Pero mi experiencia es que la dimensión social de la liberalización del comercio se ha olvidado una y ótra vez. Se ha tendido a buscar la eficiencia industrial. competitiva en el área más vulnerable, que es la de los salarios y las normas laborales. Si los directivos pueden reducir sus, nóminas a base de jornadas más largas o de recortar los sueldos y beneficios de una fuerza laboral aterrorizada por el desempleo, la productividad nominal de su empresa puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, no se trata de un verdadero aumento de la productividad; es una forma de disfrazar una pérdida de productividad. La sociedad' que ponga esto en práctica acabará pagando un precio a la hora de competir a nivel internacional, as i como en la paz social.

¿Para qué sirven la industria y el comercio si no benefician a la gran mayoría? No estamos aquí sólo para que las empresas obtengan beneficios. ¿No debería la liberalización comercial inIcluir ciertas garantías sociales? Hace tiempo que los países occidentales impusieron unas normas laborales mínimas en sus respectivos países. ¿No debería el esfuerzo del GATT incluir una ampliación de las normas de protección de los trabajadores en los países con los que Occidente lleva a cabo un comercio libre, en lugar de permitir, y de hecho fomentar, una reducción de las normas occidentales para acomodarse a las de los países pobres con gobiernos débiles y poblaciones desesperadas por trabajar en cualquier tipo de condiciones, no importa lo humillantes que sean? Soy consciente de que hay quien dice que todos los barcos salen a flote en tiempos de prosperidad. generalizada. ¿Pero será esto verdad en un plazo de tiempo relevante para la gente viva en la actualidad?

La crisis monetaria en Europa refleja la necesidad de hacer una, elección comparable. El desempleo y la recesión son los principales problemas a los que Europa occidental se enfrenta hoy en día. La inflación fue el reto en el pasado y es una ame-. naza para la Alemania de hoy. Pero en el resto de Europa occidental lasexigencias de la estabifidad monetaria han hecho que se olvide la dimensión social de la recesión actual.

También los argumentos a favor de unas monedas fuertes y estables tienen mérito. Un régimen de devaluaciones competitivas en Europa 0 en los países industrializados por lo general acabaría perjudicando a todo el mundo. Pero el desempleo pertinaz y cada vez más extendido no perjudica a "todo el mundo", sino a grupos y familias concretos de la sociedad, y niega no sólo la justicia social sino las exigencias del orden, social.

Los gobiernos que lo olviden acabarán viéndose en dificultades mucho mayores que una crisis monetaria. Es perfectamente cierto que los órdenes económico y social están estrechamente relacionados. Pero en los últimos años nos hemos olvidado de uno por causa del otro. Ha llegado la hora de tener esto en cuenta.,William Pfaff es experto estadounidense en política internacional.

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