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SEGOVIA

La corrida de los despropósitos

En una página de sucesos o de miscelánea de actualidad no desmerecería lo acontecido ayer en Segovia.Lo insólito del festejo, que duró casi tres horas con el interés taurino reducido a 10 minutos, comenzó cuando saltaron al ruedo dos toros a la vez. Los toros, pese a ser de dos divisas distintas, se hermanaron solidariamente y recorrían el albero siempre muy juntitos. Y costó Dios y ayuda volver a enchiquerarlos, ya casi a las del alba, porque los cabestros parecían tener su año sabático.

También Joselito contribuyó a este batiburrillo de sucesos, cuando se enfrentó al presidente, Antonino Sanz, quien le cambió el tercio de su abanto segundo sin él pedirlo. Al coletudo se le cruzaron los cables y llevó con gallardía y ostentosidad a semejante muslo con cuernos dos veces más a la jurisdicción del picador. Para crecimiento de la descrónica taurina, las mulillas también estaban de vacaciones y ora arrastraban a los toros y ora a la nada, con gran jolgorio en los tendillos, donde por cierto surgieron algunas peleas. Precisamente por la parte menos alta del graderío voló hacia la calle una bota que devolvía Enrique Ponce tras triunfal vuelta al ruedo, y con evidente disgusto de su propietario. La rúbrica y colofón a tan extraño festejo fue el derribo del penco por el quinto toro: para volver a levantarlo, al penco, fue necesaria Dios y la ayuda y, sobre todo, la ayuda de varios forzudos no monosabios.

Toril / Joselito, Ponce

Dos toros de El Toril (4 rechazados en reconocimiento) lidiados en lo y 4o lugar, bien presentados; lo descastado y muy peligroso, 4º manso. Resto de Cernuño, bien presentados; 3º y 5º mansos y peligrosos, 6º manejable; 1º, 5º y 6º sospechosos de pitones.Joselito: pitos y fuerte división; pitos. Enrique Ponce: aviso; oreja; petición y vuelta. Plaza de Segovia, 23 de julio. Tres cuartos de entrada.

En lo puramente taurino jamás se vio en el ruedo ni el ambiente ni el carácter ni el enfrentamiento de lo que debe significar un mano a mano. La competencia entre Joselito y Ponce fue un fiasco como tal. Aunque el primero, con un lote de lucidísimo y peligroso, echó por la calle de enmedio, y sólo dejó atisbos de torería al recibir con verónicas de alhelí al que abrió plazas. Después vino lo del presidente y allí se acabó todo.

Ponce, con un lote menos infumable y peligroso, vendió su clásico toreo despegadito, superficial y pinturero; eso sí, envuelto en precioso celofán, y ganando la partida estadística: un gol u oreja a cero. No obstante, hay que destacar que él también se enfadó, pero con el cuarto toro para extraerle los pases muy a regañadientes. Y también que hubo profusión de toreo al natural por su parte, algo que es noticia, aunque lo engorrinara a base de pico y ventajismos. Sólo la seriedad del presidente, que mantuvo la dignidad del coso con justicia al denegarle la segunda oreja del sexto toro, le impidió lo que hubiera sido un triunfo apoteósico al menos en las estadísticas.

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