Dos políticas económicas
Con el fin de superar la actual recesión, se están debatiendo hoy en Europa dos opciones de política económica básicas, una más neoclásica, orientada por el lado de la oferta, y la otra más neokeynesiana, planteada desde la demanda. Me voy a referir a ellas optando por la sencillez y tratando de plantearlas desde la óptica española.La opción neoclásica es la que se ha venido desarrollando en Francia, en España, antes de las devaluaciones de la peseta, y en el Reino Unido, antes de su salida del mecanismo de cambios del SME. Es la llamada estrategia de desinflación competitiva. Se basa en el reconocimiento de que, en el actual mercado único sin barreras, integrado monetariamente a través del mecanismo de tipos de cambio casi fijos del SME, el país que tiene una inflación y unos costes más elevados que el resto de los países miembros pierde competitividad, y, por tanto, la demanda nacional y extranjera de sus productos cae. Si dicho país rechaza, o no consigue, una devaluación nominal de su tipo de cambio para intentar recuperar competitividad mediante un realineamiento acordado, se produce una caída de su producción, un aumento de su nivel de desempleo y un proceso recesivo que hace que, gradualmente, la inflación se reduzca hasta volver a recuperarse la competitividad perdida inicialmente. Por tanto, para mantener una moneda fuerte dentro del SME y al mismo tiempo ser capaz de crecer compitiendo, hay que tener una inflación más baja que la del resto de los países miembros.
¿Cómo se consigue tener menor inflación? Reduciendo los costes internos de la economía, especialmente los laborales y los financieros, ya que los de los inputs importados ya se consigue reducirlos con una moneda fuerte.
Los costes laborales pueden reducirse bien mediante una política de pactos entre los agentes económicos y sociales o mediante más desempleo. Los costes financieros se pueden reducir con un menor déficit público y una menor deuda pública que financiar cada año. Por tanto, en ausencia de una moderación salarial pactada, una mayor tasa de paro a corto plazo y un menor déficit público pueden contribuir a reducir las tensiones inflacionistas.
Por un lado, porque un mayor nivel de desempleo, a través de la presión de los desempleados por obtener un puesto de trabajo, suele traer consigo una reducción de los salarios reales, es decir, un crecimiento de los salarios nominales inferior al del índice de precios al consumo. Este menor crecimiento salarial se traduce, en parte, en menores precios, ya que se reducen los costes y, al mismo tiempo, se reduce la demanda de consumo, y, en parte, en mayores márgenes para las empresas, dependiendo del grado de competencia al que esté sometido el[ sector productivo. De ahí la importancia que tiene en esta opción la política de defensa de la. competencia.
Por otro lado, porque un menor déficit público supone una, menor demanda interna, lo que ayuda a la reducción de precios, no sólo porque presiona meno si sobre la producción nacional, sino además porque su financiación presiona menos sobre el ahorro privado y reduce las tensiones de los mercados financieros y, por tanto, ayuda a reducirlos tipos de interés y los costes. financieros de las empresas. Un mayor nivel de desempleo y un menor déficit público consiguen resultados análogos a los de una devaluación del tipo de cambio, es decir, reducir los precios de los productos nacionales frente a los extranjeros y ganar competitividad, pero de una forma más virtuosa, ya que las devaluaciones pueden traducirse, más tarde, en mayor inflación y pérdida de competitividad.
Finalmente, dicha ganancia de competitividad desvía, de nuevo, la demanda nacional y extranjera hacia la producción nacional y, por tanto, consigue aumentar la producción doméstica, reducir el paro y mejorar el déficit comercial posibilitando un crecimiento más rápido y más equilibrado.
Esta opción de política económica, como toda elección política, tiene las indudables ventajas que acabo de señalar, pero también tiene importantes dificultades e inconvenientes.
En primer lugar, su desarrollo depende de en qué medida y por cuánto tiempo la sociedad en la que se desenvuelve dicha economía está dispuesta a aceptar aumentos del paro y reducciones de salarios reales.
Puede, además, ocurrir que para conseguir reducir la inflación el sacrificio en términos de desempleo sea muy elevado. Si la presión de un, mayor nivel de paro sobre los salarios reales no consigue roderarlos, al final se puede acabar con una elevada tasa de paro y sin lograr reducir sustancialmente la inflación. Como ya señalé en un artículo anterior (EL PAIS, 1 de marzo de 1993), cuando, como ocurre en España, el grado, de histéresis en el mercado de trabajo es muy elevado, un mayor nivel de desempleo no logra presionar los salarios reales a la baja. Hay varias razones que explican este resultado. Por un lado, porque si el paro de larga duración es muy elevado, estos parados, por su edad y nivel de cualificación, no suelen competir con los ya empleados y no reducen sus demandas salariales. Por otro lado, porque si la duración -y nivel- de la cobertura de paro es muy generosa desincentiva a los parados a competir por los puestos de trabajo. Por último, porque si los sindicatos, al plantear sus reivindicaciones salariales, no tienen en cuenta el nivel de paro (lo que suele ocurrir, salvo que sea tan elevado que ya empiece a afectar a sus afiliados), los salarios son insensibles al crecimiento del desempleo. Esto exactamente es lo que ocurre en nuestro país, prueba de ello es que, desde que la peseta entró en el mecanismo de cambios del SME, en 1989, el nivel de paro en España ha pasado del 16,3% a casi el 21,7%, y, sin embargo, la ganancia por trabajador ocupado se ha mantenido en dicho periodo por encima del 8%, crecimiento muy superior al de la inflación más la productividad acumulada. La inflación subyacente sólo se ha reducido del 7, 1 % en 19 89 al 5,8% actual, es decir, 1,3 puntos, mientras que el paro ha aumentado 5,4 puntos. El sacrificio ha sido, por tanto, demasiado elevado. Es decir, la estrategia de desinflación competitiva sólo es posible si el mercado laboral funciona flexible y competitivamente, cosa que, desafortunadamente, no ocurre en nuestro país.
Otro aspecto fundamental para conseguir que la desinflación competitiva. tenga éxito es aumentar el nivel de competencia en los mercados públicos y en los servicios donde la competencia exterior es menor, ya que, de no ser así, las empresas no trasladarán a sus precios las mejoras de costes y no se ganará competitividad. La elevada tasa de inflación de nuestros servicios demuestra un bajo nivel de competencia en la mayor parte de este sector.
Otra importante dificultad de esta estrategia proviene de los problemas de asimetría y credibilidad del mecanismo de cambios del SME. Por mucho que se reduzcan el déficit público y los salarios reales, la reducción de tipos de interés a corto y medio plazo no puede conseguirse a menos que el país ancla del sistema, que es el que goza de mayor credibilidad, en este caso Alemania, también los reduzca, ya que, como expliqué en un reciente artículo (EL PAÍS, 22 de mayo de 1993), hasta muy recientemente ningún país miembro ha podido reducir sus tipos de interés por debajo de los del país eje o ancla del sistema, sin que inmediatamente haya sufrido su moneda un fuerte ataque especulativo. Esto es lo que obligó, en su día, al Reino Unido y a Italia a salirse del mecanismo de cambios y a abandonar su estrategia de desinflación competitiva, permitiendo que sus monedas se depreciasen para poder así bajar más los tipos de interés. De momento, la excepción a la regla es el caso de Francia, que ha logrado, consiguiendo tanta credibilidad como Alemania, equiparar sus tipos de interés a los alemanes e incluso situarlos por debajo, al mismo tiempo que su moneda se ha revaluado momentáneamente frente al marco, lo que le ha permitido continuar con su estrategia de desinflación competitiva. Ahora bien, aunque ha conseguido que su inflación esté en el 2, 1%, es decir, dos puntos por debajo de la alemana, lo ha logrado a cambio de un nivel de paro del 11%, el más alto desde hace muchos años, tres puntos por encima del nivel de paro en Alemania. Al final, no ha podido escaparse de un nuevo ataque contra el franco.
En el caso de España, debido al alto nivel de paro y a las rigideces estructurales de nuestra economía, especialmente en el gasto público y en el mercado laboral, la estrategia de desinflación competitiva inicial no ha logrado la credibilidad suficiente por parte de los mercados y ha terminado siendo abandonada, ya que los ataques contra la peseta han forzado tres devaluaciones consecutivas, resultando en una depreciación acumulada del 22%. Sin embargo, esta depreciación ha servido para compensar nuestros mayores incrementos de costes laborales unitarios y recuperar, de momento, la competitividad perdida desde nuestra entrada en el mecanismo de cambios del SME, en 1989.
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