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Stravinski pop

El festival de Spoleto ofrece una versión memorable de 'The rake's progress'

El único posible Magical mistery tour no es ya el gran legado de los Beatles. En el olimpo del pop hay, otros viajes inolvidables, corno la versión de The rake's progress vestida por el viñetista inglés David Hughes que se ofrece estos días en el Festival de Spoleto. Ígor Stravinski, responsable último de este segundo espectáculo, apadrinado en su día por Aldous Huxley, no pertenece a la misma escuela musical que John Lennon. Pero el compositor ruso-americano que sacudió los ambientes teatrales del primer cuarto de siglo, y los escarabajos de Liverpool que en los sesenta alteraron los hábitos juveniles de medio mundo, tienen en común el cultivo de un cierto neoclasicismo, en los Beatles inconfeso.De las posibilidades pop de The rake's progress da constancia el hecho de que su decoración haya atraído a artistas como David Hockney, que probó fortuna con esta obra a mediados de los años setenta. Fueron, sin embargo, los bocetos de Flughes, punzantes como obra de un artista habituado a caricaturizar en los periódicos al gran mundo, los que movieron a Gian Carlo Menotti, compositor de ópera que creó el Festival de Spoleto, que días atrás cumplió una andadura de 82 años, a incluir esta obra en la actual edición de un certamen colocado bajo el emblema de un encuentro entre el Nuevo y el Viejo Mundo.

La ópera de Ígor Stravinski -que 117ue escrita en Estados Unidos y estrenada en el teatro La Fenice de Venecia en el año 1951 - es la perla de un programa que habitualmente es amplio y denso, en el que se alterna con los Ballets de Víctor Ullate y de la ópera de Berlín, con una abundante cartelera teatral. En esta cartelera destaca la versión de Un tranvía llamado deseo, el célebre drama de Tenneessee Williams, protagonizada por Mariangela Melato. A todo ello hay que añadir las consabidas secciones de reseña cinematográfica, de conferencias, de debates y de conciertos.

The rake's progress destaca en ese panorama, no sólo por el esfuerzo que le han dedicado los organizadores del certamen, sino por el caudal propio de imaginación que comporta esta obra, muy poco representada, en la que todo es juego.

Para empezar, el título, un juego de palabras que sólo parcialmente puede traducirse por La carrera de un libertino (rake), ya que ahí se pierde la particularidad de que el protagonista de la obra se llama Tom Rakewell, y el consiguiente doble sentido. Y para terminar, el juego final de cartas que pierde el diablo frente a Rakewell, pobre mortal condenado a pagar su desenfreno en las calderas de Pedro Botero hasta que el azar y la historia desvían su destino del que la tradición romántica trazó para Fausto.

Episodios como el matrimonio del protagonista con la mujer barbuda, su ruina y la subasta de un abigarrado patrimonio, el manicomio final y las alucinaciones mortales de Rakewell, jalonan un viaje fantástico que el decorador Hughes pinta y viste de colores vivos bautizados hace tres décadas como psicodélicos, en un continuo juego de formas por el que pasan sin interrupción Cocteau, Chagall, Picasso, Duchamp, Rauschenberg, Oldenburg, Pollock y mucha de la gráfica producida en este siglo.

Dos paneles laterales giratorios que delimitan una perspectiva cambiante sobre el fondo plano y que sirven de soporte a una continua sucesión de telones bastan para convertir la escena en una suerte de lienzo tridimensional que continuamente muta y se replantea como cuadro, mientras la música de Stravinski avanza en un juego paralelo sobre las fórmulas operísticas acuñadas por Rossini, Bellini o Donizetti, pero sobre todo por Mozart e incluso por Monteverdi, cuyo estilo se evoca en algunos lamentos amorosos finales.

Mínimo escenario

El escenario donde se representa The rake's progress es mínimo, porque las representaciones de este drama politonal, que se inscribe en uno de los momentos más interesantes en la transición musical de este siglo, se celebran en un precioso teatrillo del siglo XVIII, uno de los varios que hay en la región de Umbría, capaces de alojar a menos de 400 espectadores, unos 100 de ellos en butaca, tres pisos de palcos mínimos y una sola fila de gallinero.

La sala rococó y policromada es precisamente el ámbito histórico en el que el pintor inglés William Hogarth (nacido en 1697 y muerto en 1764) concibió al personaje de Rakewell, retomado luego por Ígor Stravinski con la visión moderna que se muestra en el escenario. Y el espectáculo, inquietante, fascinante y divertido, narra precisamente esa evolución a partir del hombre clásico: el tránsito desde la religión al psicoanálisis y desde el infierno a la locura, como expresión del aferramiento compulsivo al mito frente a una realidad fragmentaria e inaceptable.

Un montaje clásico

Es claro que, por sus condicionamientos y por las limitaciones que le impone el lugar y la ocasión de su estreno, las representaciones de The rake's progress en el festival de Los Dos Mundos, que se celebra en Spoleto, difícilmente pueden ser rentables desde el punto de vista económico.Pero la rentabilidad de The rake's progress es de índole distinta que la de un negocio cualquiera, y esto permite suponer que estas representaciones probablemente se repetirán en las ediciones sucesivas del festival, con objeto de amortizar el coste de un montaje con méritos suficientes para convertirse en un clásico en su género.

La versión de The rake's progress presentada en el festival de Sopoleto cuenta con un reparto vocal notable, en el que destacan las presencias de la soprano sueca Ann Christine Larsson y del barítono bajo Richard Cowan. Por su parte, Arthur Fagen dirige la compleja partitura con una batuta segura, pero quizá algo carente de la libertad que sería necesaria para que aflorase plenamente la intención y la ironía de muchos de los pasajes de la obra.

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