Un hombre, una silla
París expone los trabajos los del arquitecto holandés Gerrit Rietveld
La obra más famosa del arquitecto holandés acaso más famoso del siglo XX no es un famoso rascacielos, sino una silla: la roja y azul. En realidad Gerrit Rietveld (1888-1964) no fue nunca,. en sentido oficial, arquitecto, y sus colegas, con desdén, prefirieron considerarlo un simple diseñador de muebles. Su modestia no le impidió, sin embargo, convertirse en el autor de repetida evocación mítica a quien ahora el Centro Pompidou (hasta el 27 de septiembre) dedica la mayor exposición y un exhaustivo catálogo con el balance de sus construcciones, proyectos y diseños a lo largo de 40 años.La vida profesional de Rietveld parece haber sido un apaciguado discurrir de explosiones. Su revolucionaria manera de crear sucede como una suave consecuencia biográfica, pese a la llamativa agitación del resultado. Y ello, a partir de un ambiente saturado de puritanismo calvinista, moderación burguesa y un talante propio de bobalicona ingenuidad que, a veces, los exégetas consideran conspicua herencia de familia.
Gerrit Thomas Rietveld fue el segundo hijo, entre seis, de un ebanista consagrado a reproducir estilos antiguos. Desde los 12 años, en que abandonó sus estudios, Rietveld siguió una acérrima carrera de artesano trabajando junto a su padre, en la orfebrería de Carel Berger, y recibiendo cursos nocturnos en el Museo del Artesanado de Utrecht. A los 18 años, sin abandonar su trabajo manual, recibe lecciones de arquitectura del profesor Klaarhamer, cuyos principios se emparentaban con los de Berlage, pionero entonces de la arquitectura moderna en Holanda y adalid, sobre todas las cosas, de la simplicidad formal, el empleo "honesto" de los materiales (el ladrillo tenía que verse que era ladrillo) y el rechazo de la imitación de estilos pasados como el neobarroco o el neorrenacimiento, con cuya moda medraba el taller paterno. Rietveld fue sensible a esta programática sin desazonarle que su predicador no lograra vender un solo mueble.
Seducido por las tesis constructivistas de Klaarharrner, alborotado por las filosofías de Spinoza, Hegel, Schopenhauer y Nietzsche, casado con una mujer enérgica cinco años mayor que él, descreído de la religión, racionalista profeso y en conflicto creciente con su padre, Rietveld acabó instalándose como ebanista independiente y gestando en el verano de 1918, en plena ebullición psicofísica, la extraña silla -entonces en madera desnuda- que años más tarde -en 1923- se convertiría en la roja y azul.
¿Por qué pintó la silla. Gerrit Rietveld? ¿Por qué este desacato a las lecciones que le habían inculcado sus profetas? La causa se relaciona con su conocimiento, en 1918, de Robert Van't Hoff, un arquitecto progresista seguidor de Frank Lloyd Wright y vinculado a Theo van Doesburg, fundador del grupo y la revista De Stijl (1917-1933), el núcleo situado en la frontera más vanguardista de Europa. Junto con Bart van der Leck, Huszar, Oud o Piet Mondrian, Rietveld se alista en las teorías renovadoras de las artes plásticas. Pocos del grupo se llevaban bien entre sí, algunos se odiaban. La terquedad y rigidez mental del fundador, Van Doesburg, acabó siendo indigerible para Oud y Mondrian, que acabaron separándose.
La "nueva imagen" que postulaba De Stijl para aquel tiempo de la primera posguerra enfatizaba el valor del arte abstracto y universal. La pintura de Mondrian, apoyada en elementos mínimos, líneas rectas y colores primarios, actuaba como un exponente de la comunión planetaria. Pero además se propugnaba la integración de todas las artes y el logro de una unidad superadora de todas las polaridades de la existencia, desde el masculino-femenino hasta el horizontal-vertical. No toda esta doctrina resultaba nueva para Rietveld, que conocía la teosofía de su etapa anterior, pero el neoplasticismo le ofreció otros motivos para la innovación, como fue el empleo del color en los muebles y en las casas. Y no ya el color como preconizaba Mondrian, que se exigía un enunciado teórico antes de mojar la brocha, sino en directa función de sus intuiciones. De esta manera, para su silla y construcciones del mismo aliento (silla Berlín, silla de niño, silla militar, mesas, librerías, etcétera), Rietveld empleó el color. Y también para su primer encargo de casa, la Schröder (hecha de ladrillos, enfoscados y pintados), de la que resulta inexcusable hablar. Los turistas la visitan (calle de Prins Hendriklan, 50, en Utrecht) en grupos del 0 desde abril de 1987, en que se abrió al público, y constituye el segundo elemento sacro en la producción rietveldiana, como también el máximo santuario de la arquitectura de De Sfjil.
La señora Truus Schröeder conocía a Rietveld desde 1919. Ese año le había encargado la reforma de su habitación personal en la residencia que compartía con su marido en Amsterdam. Dos años después, viuda y con tres hijos, decidió construirse una vivienda en Utrecht, más barata, funcional y acorde con su nueva vida.. Funcional, práctica, barata, innovadora, proyectada en colaboración con un cliente de buen criterio como la señora Schröeder-Schäder y capaz de animarle a diseñar, como así fue, hasta el más pequeño de los muebles domésticos.
Rietveld no podía encontrar una mejor ocasión. La integración de las artes plásticas que preconizaba De Stijl podía cumplirse sencillamente en sus manos sin la tabarra de discutir con los otros. La casa Schröeder fue elemental, económica, asimétrica, alegre, abierta mediante juego de planos, pintada de amarillo, rojo, azul, blanco y negro. Contra la casa tradicional, pasiva y concebida como "una caja con agujeros", Rietveld le concedió movimiento a su estructura y actividad a su función. Los visitantes que acuden hoy a esta vivienda paradigmática son sorprendidos por la minuciosidad con que fue realizada y la singularidad de las soluciones (poleas que abaten la tabla de la plancha para crear espacios y abrir luces, cajones que se deslizan en el armario para convertirse en escala que permite acceder a la parte superior, etcétera). Tras este resultado, que hizo pronto emblemática a la vivienda, la misma señora Schröeder -con la que llegó a asociarse Rietvald para la construcción de casas adosadas- logró otros pedidos de parientes y conocidos. Y ahí se inauguró una década dorada -desde 1925 a 1935- que facilitó la vida a Rietveld cuando ya tenía seis hijos.
Al final de los treinta, un nuevo vocabulario arquitectónico, que puso en cuestión las formas demasiado estrictas y que prefirió las líneas curvas y la madera vista, puso en cuestión la obra de Rietveld, quien, sin embargo, no tardó demasiado en adaptarse.
La muerte en el mundo
No se adaptó, sin embargo, a la ocupación nazi de su país y no construyó durante la Segunda Guerra Mundial. Los proyectos de reconstrucción tras 1945 tampoco le dieron demasiado trabajo, pese a la difusión de sus teorías sobre la vivienda social funcional y barata. Más bien predominé ante los responsables su fama de innovador experimentalista y poco interesado en las soluciones técnicas. Del mismo, modo, sus muebles tuvieron exigua acogida, justo en una etapa de gran fecundidad creativa. De sus abundantes proyectos mobiliarios, unos cuantos fueron fabricados en serie por Nefema, Artifort, Gispen y, sobre todo, Metz & Co., que ya antes de la contienda había producido diferentes variantes de la silla Zigzag.Fue una iniciativa norteamericana, responsable de una exposición retrospectiva de De Stijl -primero en Amsterdam, después en Venecia y más tarde en. Nueva York-, lo que devolvió en 1951 una nueva actualidad al, movimiento del que Rietveld sobresalía como insignia. A partir: de ese acontecimiento, el arquitecto recibió encargos tan importantes como el pabellón holandés para la Bienal de Venecia, la Academia de Bellas Artes de Amsterdam (bautizada en 1964 como Academia Gerrit Rietveld), el acondicionamiento de la sala de prensa de la Unesco, etcétera. Y tan numerosos (grandes conjuntos de viviendas sociales en Utrecht y Reeuwijk, viviendas unifamiliares, edificios industriales, mobiliarios diversos, etcétera) que le impulsaron a crear un estudio con sus colegas Van Dillen y Van Tricht. En 1964, un mes antes de su muerte, fue nombrado doctor honoris causa por la Universidad Técnica de Delft, y allí declaró que, pese a todo y al cabo de tantos años, el ámbito de los arquitectos le había hecho sentirse siempre "como un pirata", como un intruso. Murió en una habitación de su casa Schröeder, destinada entonces a estudio y ya para siempre convertida en la reproducción de su sueño y de su mundo.
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