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La primera sangre del encierro

La primera sangre del encierro quedó sobre los tablones que llevan el número 51 del vallado de Telefónica, a cien metros de la plaza. Entre ellos sacaron al mozo que, de inmediato, dejó de ser anónimo. "¡Ahí va, si es Fermín!", el jugador de balonmano del San Antonio, que resultó cogido de gravedad. Dos toros se habían quedado rezagados y le sorprendieron. Uno, el negro, lo elevó por el aire, boca abajo, con el pitón clavado por encima de la rodilla; el otro, el castaño, le buscó en el suelo. Los mozos apartaron los toros a empujones.Pese al estado grave en el que se encuentra Fermín San Martín, de 26 años, se da por supuesto que podrá volver a jugar. Aún tuvo suerte. Fue una cornada limpia, y cuando cayó al suelo, en perfecta vertical, no se rompió la cabeza. Su error fue quedar en tierra de nadie al final de Estafeta, con los cuatro toros que formaban manada con los cabestros por delante y los dos que deambulaban solos por detrás.

Ése es un momento delicado. Advertir la llegada de los toros de cabeza es más fácil porque inmediatamente antes de ellos la carrera toma un ritmo vertiginoso. Si uno se echa a un lado y la manada va por el centro de la calle, es posible que cuando quiera darse cuenta ya hayan pasado.

¿Pero iban todos? ¿Estaban los seis o faltaba alguno? Eso no se sabe hasta que suena un cohete, el tercero del encierro, o aparecen por detrás. La intranquilidad fue en aumento porque los toros que habían pasado ya habían entrado en la plaza y el cohete no se lanzaba. La carrera había sido limpia y rapidísima, tanto que ningún mozo pudo aguantar ni media Estafeta. Para ello tendría que haber sido capaz de correr la mitad de la calle, algo más de 200 metros, en medio minuto. Imposible.

Hay que seguir mirando hacia atrás por si acaso. Si hay toros rezagados y vienen despacio, no se van a ver hasta que estén encima. Como no se arrancan, los mozos les tapan por completo. Hasta que a uno le da por embestir y limpia la calle. Durante 57 segundos, los dos toros estuvieron dando sustos en la parte final del recorrido. Que sólo Fermín resultara corneado se debió a que los cebadagago, cayéndose de manos a cada poco, fueron avanzando pausadamente hacia la plaza. Esos sí, que se pudieron correr, es un decir, pues resulta más literal el término andar, desde la mitad de Estafeta hasta el ruedo, ya que tardaron dos minutos en recorrer los últimos 300 metros. En una de estas incidencias ocurrió la cornada, clarísima desde el primer momento y evidente en cuanto el pantalón blanco comenzó a empaparse de sangre por encima de la rodilla. San Fermín no le hizo el quite a su colega.

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