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Crítica:CLÁSICA: CHOPIN Y BRAHMS
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Chopin por Colom y Brahms por Rozhdestvensky

De nuevo se dieron cita en el Auditorio Nacional los seguidores de los ciclos de Chopin y Brahms de la Comunidad de Madrid-Tabacalera, el primero, y de la Fundación Caja Madrid, el segundo. La orquesta Filarmonía de Londres, de la que actualmente es titular Giuseppe Sinopoli, llegó esta vez con el bien conocido maestro moscovita Guennadi Rozhdestvensky, siempre temperamental, fogoso, dominador y espectacular.No sé si se trata de una batuta absolutamente idónea para Brahms o, al menos, para la idea que sobre la interpretación brahmsiana vienen manteniendo los directores de la escuela germana, pero lo cierto es que ni la Filarmonía sonó con la calidad de otras veces ni la Cuarta sinfonía convenció a todos. Muchos aplaudieron con tesón y entusiasmo, lo que suele suceder con Rozhdestvensky, pues derrocha vitalidad, impone comunicación, aunque la lírica intimista, la melancolía que brota por los poros de los pentagramas del gran hamburgués no apareció por ninguna parte. Asistimos, una vez más, a un acto de consumición sinfónica que nada añade ni al prestigio del maestro ni al de la orquesta. Mucho menos a la clarificada y honda explicación de la música de Brahms.

Ciclos de Brahms y Chopin

Ciclos de Brahms (Fundación Caja Madrid) y Chopin (Comunidad-Tabacalera). Orquesta Filarmonía. Director: G. Rozhdestvensky. Josep Colom, pianista. Auditorio Nacional. Madrid, 24 de junio.

Durante la primera parte, dedicada por la orquesta visitante a la Tercera sinfonía, escuchamos en la sala de cámara el Chopin de Josep Colom (Barcelona, 1947), uno de los representantes más cualificados de su generación. Las Cuatro baladas (1837-1842) constituyen una de las expresiones chopinianas más tocadas de literatura en su misma estructuración y en su estilo lírico-narrativo, aun cuando no exista en ningún momento el menor afán descriptivista, ni siquiera evocador al modo que practicaría Albéniz.

El espíritu sensible de Colom se complace con delectación al cantar y contar las baladas, al buscar y hallar la sonoridad adecuada en cada momento, al discurrir con morosidad por la suma de bellas invenciones que cada balada contiene. Que el peligro está en rozar lo desmayado es evidente; que ello nos importa menos a cambio de las vivencias interiores del Chopin según Colom son dos cosas ciertas. Como lo es que estamos ante un artista auténtico, personal y de un poder encantatorio tan acusado que cuando escuchamos su Chopin nos parece adivinar su Fauré o su Mompou, autores dilectos del pianista catalán. En todo caso, por individual que sea el pensamiento de Colom, rara vez cae en lo gratuito. Todo cuanto hace tiene su razón de ser a partir de sus propios planteamientos ideológicos y acústicos. Posiblemente habría venido bien a Colom un poco -sólo un poco- del vigor desplegado por Rozhdestvensky, y a buen seguro las versiones de éste habrían ganado con algo, y hasta con mucho, de la sensibilidad intimista de Colom.

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