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XAVIER VIDAL-FOLCH El maquinista de la General(itat)

Xavier Vidal-Folch

A un buen maquinista no le arredran los riesgos. Si tiene claro el objetivo, si quiere emprender un largo viaje, los problemas se convierten en meros asuntos. Lo demostró el inolvidable Buster Keaton en su inolvidable El maquinista de la General. Superando su fuerte desventaja personal y atravesando penosas circunstancias de la guerra (de secesión), hace el trayecto de ¡da y vuelta, sin combustible, sin intendencia, atraviesa las filas federales, consigue ala hija del coronel sudista, vuelve a casa, se le reconoce el mérito. Había apostado. Ganó.Y aún, en la irónica escena final, el beso, tuvo la elegancia de restar importancia a la cosa.

Jordi Pujol debería revisionar esa película. ¿Será capaz de transformarse en Buster Keaton? La pregunta no es una boutade.

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Él mismo ha proclamado su ambición de convertirse en maquinista. Hace ahora justo dos años, en la Universidad Carlos III, Pujol ofreció su visión sobre el viejo tema Cataluña en España. La personalidad diferenciada de Cataluña constituye una síntesis de su doctrina. Sus conclusiones son: 1. "España es una unidad, a la cual pertenece Cataluña", que, sin embargo, ha vivido históricamente mal "encajada" en el conjunto. 2. Las aportaciones catalanas se realizan extramuros del bloque de poder: son "a menudo valoradas y aceptadas, pero incorporadas a un sistema del que quedamos fuera", de forma que, por ejemplo en el ámbito económico, "se nos asigna un papel de máquina de tren, no de maquinista". Y 3. "El problema de Cataluña ha quedado sin resolver", y la vía para hacerlo consiste en una lectura amplia del Estatuto de autonomía.

En resumen: Cataluña -y en la interpretación nacionalista, el nacionalismo- quiere ser "maquinista", para un viaje cuyo destino es el máximo despliegue de su autonomía, dentro del bloque de constitucionalidad.

Siguiendo su propio razonamiento, lo que Felipe González ofrece ahora a Jordi Pujol y sus huestes, un Gobierno de coalición, viene a resolver, entre otras, esas cuestiones. Un nuevo encaje intramuros de los nacionalistas en el sistema de poder, un papel de co-maquinistas en el Gobierno de España, para coadyuvar a su través a resolver los problemas de- la legislatura (sobre todo económicos, pero también autonómicos) desde la estabilidad.

La oferta de González entraña en sí misma el féretro para el discurso de enfrentamiento empleado por los nacionalistas en estos últimos años. Sea o no aceptada. Si lo es, porque el aspirante a maquinista convierte el explícito objeto de su deseo en realidad. Si la rechaza, porque nunca más podrá alegar que no tuvo la oportunidad, que no se le ofreció. Madrit, con t final, ha empezado a morir como excusa, como coartada sobre la que enhebrar la cansina dialéctica reivindicación-victimismo, tan perjudicial para la profundización del Estado autonómico. En la medida en que Madrit abre sus puertas, el Gobierno de España deja de ser el coto cerrado del viejo adversario.

¿Cómo explicar a la masa de votantes que la promesa de decidir ahora se diluye en el mismo momento en que es viable? ¿Cómo repetir en el futuro las promesas de que serán decisivos? ¿Cómo convencer al empresariado, angustiado por la necesidad de un Gobierno estable y de una legislatura que promueva, tras el necesario ajuste, la reactivación económica, de que lo mejor es inhibirse, precisamente ahora? El viejo principio del Derecho Romano según el cual "quien puede lo más, puede lo menos" tiene un corolario. ¿Por qué conformarse con lo menos cuando se tiene lo más al alcance de la mano?

Si la tentación de inhibirse, semiinhibirse (exigiendo condiciones imposibles, como sería la asunción del propio programa, al ciento por ciento, por el PSOE) o aplazar el dilema se debe al cálculo a medio plazo, éste será personalmente comprensible, pero, en todo caso, erróneo. Comprensible: Pujol se juega la renovación como presidente de la Generalitat en las autonómicas de 1996. Convergència i Unió ha obtenido el 6-J resultados apreciables, pero no excelsos, y ha visto la alerta roja. La capacidad de allegar nuevos sectores sociales a su proyecto ha tocado definitivamente techo. Esquerra Republicana, desde el radicalismo nacionalista, y el Partido Popular, desde la derecha, han empezado la reconquista de clientelas que fueron suyas entre 1977 y 1984 y se pasaron al doble voto útil: el nacionalismo posible era el moderado, el conservadurismo posible era el centro-derecha. La propuesta y la figura de Pujol encarnaban esas opciones utilitarias. Eso empieza a no ser exactamente así para un buen número de electores. La tentación de achacar las culpas de un resultado inferior al previsto a la idea central de la campaña (el intervencionismo nacionalista en la política española), será, pues, comprensible.

Pero está equivocada. Los resultados del País Vasco indican que la política de pactos y gobernabilidad del PNV ha sido apreciada por el electorado. Sólo ésta le ha evitado ser engullido por el bipartidismo. De modo que el horizonte nacionalista radica en incrementar su oferta para responder a la creciente demanda de intervencionismo global y anular esta duda: ¿por qué apostar por la bisagra cuando directamente podía hacerse por una u otra puerta? Y si en CiU se teme que la alianza con el PSOE provoque una merma del voto más derechista que disfruta en préstamo, ésa se producirá en todo caso con cualquier tipo de pactos, aun esporádicos. Pero sin la contrapartida de capitalizar a fondo la aportación a la gobernabilidad y los eventuales resultados en la reactivación económica, asuntos a los que es sensible el conservadurismo catalán.

Además de explicar al país por qué la inhibición no supone insolidaridad (algo bastante complicado), los nacionalistas tendrían que convencer a sus electores de que no traicionan el compromiso que adquirieron con ellos. ¿Podrán hacerlo?

¿Acaso no deberán sofisticar tanto el razonamiento que éste se volverá incomprensible? Hay dos conductas que los ciudadanos no perdonan en las urnas. Una es la ruptura de los partidos, por la evidencia de que quien no puede gobernar su propia casa sin crisis, mal merece gobernar la de todos. Hay ejemplos a toneladas en la democracia española.Otra es la inhibición ante la apuesta. La ciudadanía quiere sentir la utilidad de su voto, su transformación en poder, quiere saberse gobernada, y castiga a quien teniendo la oportunidad no sabe aprovecharla. En Italia, los partidos que han abandonado algunos de los Gobiernos de coalición de los últimos años han sido penalizados en las siguientes convocatorias. En Cataluña, el rechazo del PSC a entrar en una coalición con los nacionalistas en 1980 provocó en 1984 la mayoría absoluta de Pujol. En Barcelona, la ruptura de Convergència del pacte de progrés municipal en 1981 le ha alejado por años del poder municipal. Estas experiencias constituyen razones para conservar las coaliciones, pero también para construirlas.

¿Cuándo? ¿Después de aprobados los Presupuestos, como se insinúa? ¿Qué se gana con ello? ¿Una etapa de relaciones prematrimoniales que confirmen en unos meses de práctica la seriedad de la oferta? Pero la oferta de González es ahora. Y lo que importa más: los intereses generales del país reclaman una legislatura estable y más lo será cuanto más establemente comience.

Puede que esté ocurriendo también otra cosa. Que el maquinista de la General(itat) no haya resuelto la cuadratura del círculo que atenazó a Cambó sobre quién y cómo debía representar a la Lliga cuando nombró a Joan Ventosa para representarle en el Gobierno en 1917: si el emisario era de poca valía, sería ineficaz; si valía demasiado, acabaría mandando sobre el propio Cambó. O sea, ¿cómo ser maquinista sin ir al frente de la locomotora, cómo tener un maquinista-delegado, cuando una función (llevar la máquina enérgicamente) es contradictoria con la otra (consultando a cada segundo ante cualquier imprevisto)? Pero ése es el problema del aspirante a maquinista. Y no es justo que la irresolución de este drama tan íntimo y tan imposible recaiga sobre el resto de la ciudadanía.

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