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Ucrania, la nueva frontera

El control de la península de Crimea,en el Mar Negro, enfrenta a Moscú y Kíev

Pilar Bonet

Rusia y Ucrania son rivales. La dependencia económica, la soberanía sobre la península de Crimea, el control de la poderosa flota del Mar Negro de la antigua marina de la URSS y de las armas nucleares les enfrentan gravemente. Ambos tratan de resolver sus diferencias en la mesa de negociaciones. Las tentaciones y los peligros de esta pugna son muchos. El trazado de la frontera entre el Este y el Oeste no es una cuestión retórica, es uno de los problemas geopolíticos más serios del poscomunismo.

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En Kíev, los diplomáticos de países occidentales industrializados oyen los cantos de sirena que les invitan a pensar que Europa puede tener su confín oriental en una línea mas o menos sinuosa entre Helsinki y el mar de Azov. Los propagandistas de esta tesis parecen ajenos a las consecuencias que podría tener la existencia de un Estado ruso sin puertos importantes y con sensación de acoso. Tal Estado estaría tan resentido como Alemania después del Tratado de Versalles al término de la I Guerra Mundial, opina un analista europeo.El problema de la demarcación Este-Oeste no se plantea como una cuestión filosófica global, sino que se descompone en elementos aparentemente independientes. La situación de la península de Crimea y el arsenal nuclear ex soviético con base en Ucrania son dos de ellos.

Crimea, un territorio que el líder soviético Nikita Jruschov transfirió de Rusia a Ucrania en 1954, tiene un potencial de conflicto superior al de Bosnia. En la península, tan hondamente vinculada a la historia rusa, vive una población mayoritariamente de esta nacionalidad. En su litoral está la base de Sebastopol, principal enclave de la Flota del Mar Negro, bajo la inestable jurisdicción de un mando conjunto ruso-ucranio. El futuro de la flota es una cuestión que hoy deben abordar en Moscú los presidentes de Rusia y Ucrania, Borís Yeltsin y Leonid Kravchuk, respectivamente.

Los misiles nucleares estratégicos en el territorio de Ucrania, por su parte, están bajo el control ruso. Los ucranios, sin embargo, tienen suficiente capacidad científica y tecnológica para plantearse el control de su lanzamiento, ya sea negativo (bloqueando su puesta en marcha)o positivo (adquiriendo la capacidad para efectuar el lanzamiento por su cuenta). Los informes de la inteligencia occidental aseguran que Kíev se ha puesto ya manos a la obra, aunque los dirigentes ucranios lo niegan.

El joven Estado ucranio se siente inseguro ante su vecino oriental. Las actividades de los círculos nacionalistas rusos y la "doctrina de la reintegración" de las repúblicas ex soviéticas, de moda en Moscú, producen alergia en Kíev. Frente a su deseo de fuga hacia Occidente, Ucrania se ve obligada a tener en cuenta sus realidades: una integración económica con Rusia y unas necesidades de energía que, no está en disposición financiera de satisfacer en el mercado mundial.

El grifo del petróleo

Esta dependencia es un instrumento de la política rusa. El presidente Yeltsin aludió a ello directamente el sábado pasado, al afirmar que bastaba "darle la vuelta al grifo" (del combustible) para que inmediatamente se advirtieran "progresos" en el tema de Sebastopol y la Flota del Mar Negro. Tal vez Yeltsin confíe en prolongar la presencia rusa en Sebastopol por tiempo indefinido a cambio de un trato económico preferencial a Kíev.

La idea de alquilar instalaciones portuarias en Sebastopol a Rusia fue defendida por el jefe del Gobierno de Ucrania, Leonid Kuchma. Sus colegas, sin embargo, están divididos sobre esta cuestión, y el ministro de Defensa, Konstantín Morózov, se ha pronunciado en contra.

En Kíev, el temor a que los imperativos económicos obliguen a claudicar ante Rusia refuerza la convicción de que Ucrania no puede prescindir de los misiles como elemento disuasorio. La inseguridad y la sensación de impotencia frente a Rusia alientan una actitud de decepción hacia los países occidentales y sobre todo ante EE UU. Los ucranios esperaban encontrar un aliado en Washington, y en lugar de ello topan con una superpotencia que no quiere indisponerse con Rusia.

La diplomacia de Ucrania ha conseguido que Washington proponga sus buenos oficios de mediador y trata por todos los medios de internacionalizar sus conflictos con Rusia. Kíev aprovecha foros como la reciente reunión del Consejo de Cooperación del Atlántico Norte en Atenas para defender cláusulas sobre los principios de la Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa o la inviolabilidad de fronteras.

Hasta ahora, todas las garantías internacionales parecen pocas en Kíev. "Estados Unidos da garantías de tipo general, de las que son habituales en las Naciones Unidas, y nosotros queremos que Estados Unidos tome un papel más activo como intermediario en conversaciones sobre desarme nuclear y la Flota del Mar Negro", señala Yuri Kostenko, jefe del grupo parlamentario encargado de preparar la ratificación del tratado estratégico START I. "Los alemanes no pretenden Kaliningrado para no desequilibrar el orden europeo. Si el problema de la unión con Rusia se plantea en Donetsk [en la cuenca de Donbás, en el este de Ucrania] o en Crimea, esto llevará a la III Guerra Mundial", afirma.

Estados Unidos está interesado en que Ucrania y Rusia lleguen a entenderse sobre Crimea, pero sería peligroso apoyar a uno o a otro país, afirma un veterano diplomático occidental. Inclinarse demasiado del lado de Kíev daría cartas a los nacionalistas rusos en contra de Yeltsin; escorar hacia Moscú estimularía los ánimos prorrusos en Crimea.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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