El espectáculo sustituye al arte en la exposición internacional más esperada del mundo
El caos unifica la obra de los 700 artistas que participan en el certamen que hoy se inaugura
La XLV edición de la Bienal de Venecia pasará a la historia con una marca: la exposición internacional de arte contemporáneo más grande -artistas, países, obras-, con más periodistas, con más fiestas sociales, con más inauguraciones, con más mero deadores y curiosos, con más subvenciones... Pero el evento que hoy, domingo, se inaugura, declinante desde hace unos 15 años, apenas tiene ya nada que ver con el arte y todo con el espectáculo más puro y duro. Bajo el lema de Los puntos cardinales del arte, permanecerá abierta hasta el 10 de octubre.
¿Qué tiene que ver todo este espectáculo o con el arte, no digo ya de vanguardia, sino, pura y simplemente, con el arte? Mi impresión personal, tras pasar los tres días de rigor supuestamente dedicados para la serena contemplación de los especialistas -¡unas 20.000 personas apretujadas deambulando en el caos!- antes de la apertura al público que se producirá hoy domingo es que hay muy poco arte y mucho espectáculo en este certamen, en el que se presenta obra de más de 700 artistas de 53 países.Es verdad que, desdichadamente, esta tendencia a la transformación del arte en un acontecimiento circense de masas no es exclusiva de la Bienal y asuela otros certámenes internacionales hasta hace poco dotados de un merecido prestigio cultural. Pero jamás había visto nada parecido a lo de este año en Venecia, ni creo que se podrá ver, pues me resulta difícil creer, de seguir así, que la gente responsable se avenga en el futuro a colaborar con un tinglado semejante.
La convocatoria general responde al título de Puntos cardinales del arte, que el comisario de la Mostra, el italiano Achille Bonito Oliva, ha tratado de argumentar maquillando una fórmula personal que viene repitiendo desde hace 13 años, cuando se inventó lo de la transvanguardia italiana: el nomadismo ecli5ctico. Pero, al margen de, la confusión ideológica de esta argumentación, plena de frivolidad, supuesta en práctica en el pabellón central de la Bienal, así como en la sección Aperto, es un auténtico caos, sin pies ni cabeza. De esta manera, los transvanguardistas de siempre -Cucchi, Clemente, Longobardi, etcétera- se mezclan con Robert Morris, Polke, Buren, Kirkeby, Tworribly, Boltariski, Baselitz, Zorio, etcétera. Por otra parte, varios centenares de fotografías, que comienzan con algunas archiconocidas de Man Ray y luego van declinando hasta terminar con nombres de segunda y tercera fila, se exhiben en salas colindantes con lo anterior. Y, para redondear este recorrido, una especie de patética representación de países del Tercer Mundo trata de dar un colorido pintoresco para alumbrar la buena conciencia de los organizadores.
En cuanto a Italia, que tiene allí su representación oficial, sigue la misma tónica, aunque con obras dispuestas aglomeradamente en la forma de los salones decimonónicos, lo que acentúa la sensación de bombardeo visual inane, así como la irrelevancia de la mayor parte de los seleccionados convierte en estrellas a viejas glorias del tipo de Vedova, Mondino o Recalcati.
Grandes almacenes
En fin, que no deja de ser significativo que en esta edición los pabellones oficiales de los países, cuya calidad suele ser comparativamente más controvertida al depender de la iniciativa incontrolada de sus comisarios, queden mejor que las muestras diseñadas monográficamente por los rectores actuales de la Bienal, que han convertido el certamen en unos grandes almacenes.
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