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46º FESTIVAL DE CANNES

Del otro lado del mundo

El triunfo absoluto en Cannes 93 del cine del otro lado del mundo -China continental, China insular y Australia- es completamente justo y expresa indirectamente, y con cierta virulencia, el desastre que poco a poco envilece la creación de películas en Occidente. La frescura, la inventiva, la capacidad para reinventar el cine desde sus raíces de que han hecho gala cineastas como Chen Kaige, Jane Campion, Hau Hsiao Hsien y el viejo Akira Kurosawa; comparada con la torpeza, la pesadez, la rutina, la esterilidad y el estancamiento de gente tan celebrada como Wim Wenders, Pupi Avati, Alain Cavalier, Steven Soderbergh, Peter Greenaway, Kenneth Branagh, Paolo y Vittorio Taviani, es desoladora: un abismo les separa.El cine occidental dio aquí una imagen penosa, declinante y mortecina, mientras el de nuestras antípodas dio muestras de una vitalidad desbordante, arrolladora. La audacia dramática y erótica de Jane Campion en El piano no tiene hoy ningún equivalente por aquí: es una cineasta de un rigor y de una sensibilidad exquisitas, que sabe combinar la dureza y la delicadeza en dosis tan perfectas que no es posible distinguir una de otra y ambas vienen juntas a los ojos del espectador en forma de imágenes durísimas y, sin embargo, sutiles como un encaje.

Akira Kurosawa asombró en Madadayo; pero más asombroso aún fue que un joven heredero espiritual suyo, Chen Kaige, sea capaz de convertir en Adiós a mi concubina el legado de su viejo maestro en una ejemplo de cine nuevo, inédito, pujante y diáfano, cuyo futuro es incalculable. De seguir así, habrá que irse a ver y estudiar cine a las costas más lejanas de Asia, en lugar de las costas más lejanas del Océano Atlántico en Estados Unidos.

Y si hace décadas Occidente reaprendió a hacer cine profundo viendo las hermosas películas de Kenji Mizoguchi, que influyeron en muchos de nuestros clásicos, ahora va a tener que volver a hacerlo viendo cómo otro cineasta chino, Hau Hsiao Hsien, recupera con pasmosa originalidad para el cine actual el inimitable estilo de aquel maestro japonés.

Resulta completamente patético comparar la impotencia de, por ejemplo, Win Wenders, con la tremenda energía de estos tres jóvenes cineastas. Divierten, tensan, emocionan, conmueven. Siguen al pie de la letra, tal vez sin proponérselo, la luminosa máxima enunciada aquí el otro día por el gran Louis Malle -uno de los pocos cineastas occidentales a quienes les queda algo propio e inédito que decir con la cámara- de que en cine pueden sacrificarse las ideas, pero jamás-las emociones. Estos cíneastas incluso llegan a superar esa máxima, mejorándola: extraen ideas de las emociones y generan emociones con las ideas.

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